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lunes, 25 de abril de 2016

¡Yo tampoco quiero mando!, por @jeanmaninat



Jean Maninat 24 de abril de 2016
@jeanmaninat

El reciente fallecimiento del expresidente Patricio Aylwin, líder histórico de la Democracia Cristiana (DC) chilena, ha hecho revivir -como era de esperar-  el papel determinante  que jugó en la derrota plebiscitaria del general Pinochet y la recuperación democrática de Chile. En las brumas del golpe de Estado en contra del presidente Salvador Allende, quedó la leyenda negra acerca de la actitud que habría tenido la DC frente a la asonada militar. Sin embargo, a pesar de las reyertas internas en una oposición variopinta, el nombre de Aylwin se impuso como el conductor, vox populi, de una eventual transición -que se avizoraba extremadamente complicada- de ganar el No, como fue el caso, en el plebiscito de 1988 sobre la permanencia del general Pinochet en el poder. No era un salto al vacío, había una referencia, una garantía de que el empeño democrático contaba con un líder para darle continuidad y garantizar la reconciliación nacional para hacerlo sustentable. Don Patricio, ganaría las elecciones presidenciales de diciembre de 1989 para dar inicio a la transición democrática en Chile.


Tras el triunfo invalorable que significó la conquista de la Asamblea Nacional (AN) el 6D, la oposición en Venezuela ha difuminado su vocería en varias partituras vocales, cada una más atenta a sus agendas particulares -todas muy loables- que en lograr un mensaje y un liderazgo único con el que el país, mayoritariamente descontento, se identifique. La riqueza coral atestigua de la  diversidad que convive en la Unidad Democrática, pero delata la incapacidad para ponerse de acuerdo en un programa y un líder que unifique la inmensa insatisfacción que recorre el país. Repetir que “esto está muy mal y hay que cambiarlo” es necesario pero no suficiente para desbancar democráticamente a la burocracia aposentada en Miraflores. Una vez saldados los trámites de la renuncia, la enmienda o el revocatorio quedará la pregunta: ¿Y quién asume el liderazgo de lo que sigue? La unidad -en la diversidad- siempre ha requerido de un líder que la represente, llámese Mandela, Walesa, Havel o el adusto patricio chileno recién fallecido.

En nuestro país el único que quiere ser presidente es Nicolás Maduro Moros, cueste lo que cueste, sobre todo: a costa el bienestar de la población. Quizás por eso tantos líderes de la oposición repiten el mantra de “yo no ando buscando cargos”, “lo mío es luchar por país”, como si fuese pecaminoso -en una lucha que se presume constitucional, democrática y electoral– querer dirigir los destinos de una eventual transición que se anuncia compleja como ninguna. ¿Es una aspiración a destiempo?

No, si nos atenemos a los vaticinios de quienes sostienen que el gobierno tiene los días contados y que su eventual final podría ser seguido por elecciones presidenciales anticipadas con un líder a la cabeza de la Unidad Democrática. En las sociedades abiertas y democráticas, el liderazgo político sólo puede ser legitimado electoralmente, a pesar de lo que proclama la caja de grillos de la antipolítica reloaded.

¿Después del diluvio quién? No es una pregunta baladí. Es la interrogante que muchos se hacen cuando las penurias cotidianas le dan un respiro. ¿Quién nos saca de este berenjenal? Mejor responder sin complejos, sin  argucias. Precisamente, por lo terrible de la situación hace falta un líder democrático y un programa conjunto que sirvan de referencia para el cambio.

¡Yo tampoco quiero mando! No es la respuesta adecuada de los líderes de la oposición para el momento que se vive.

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