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miércoles, 22 de enero de 2020

La diáspora venezolana, la hemorragia de una nación por @froilanbarriosf



Por Froilán Barrios


En el recién iniciado 2020 el tema de la diáspora ha sido muy citado, a medida que se multiplica la incertidumbre de un desenlace certero a la aguda e irreversible crisis de nuestro país. No en balde, casi 2/3 de la población tiene un familiar en el exterior, circunstancia que origina una angustia adicional a cada hogar venezolano, cuyos integrantes esparcidos en varias latitudes generan la preocupación diaria en cada amanecer sobre el devenir de sus vidas.

Nadie se imaginaba a comienzos del siglo XXI semejante tragedia, porque en nuestra historia el único desplazamiento notorio de connacionales se originó en el campo académico. En las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo fueron becados más de 30.000 estudiantes, inscritos en las mejores universidades del mundo. Nuestro país, por el contrario, se convirtió en el reservorio de inmigrantes de todo el planeta, cuyos gobiernos y pueblos en muchos casos han olvidado ingratamente que algunas vez los acogimos y los integramos a nuestra sociedad.

Bueno, es verdad, muchos dirán que esto es un tema manoseado, que no deja de agravarse al indicarse que vamos a paso de caballo inglés hacia los 7.000.000 de migrantes. Algunas consultoras y organismos internacionales, incluso, han anunciado que en el peor de los casos para finales de 2020 la cifra pudiera enrumbarse hacia los 10.000.000, con lo que sería el éxodo más pronunciado de la historia universal contemporánea.

Entre tantas aristas, la diáspora ha dado a conocer la madera de la que estamos hechos los venezolanos, capaces de integrarnos a cualquier país, como lo relata un estudio de la profesora Elena Granell del IESA (1997) que demuestra una tolerancia a la incertidumbre y la tendencia a presentar soluciones rápidas a los problemas, con las respuestas que dan desde un bombero de gasolinera hasta un ingeniero, en los que se reconoce la chispa y la inventiva criolla.

En ese sentido, en 1995, José Ignacio Cabrujas destacaba en un foro sobre la cultura del trabajo la actitud de “echaos pa’lante” y viveza criolla de nuestra venezolanidad, que es notoria por no quedarse callados ante situaciones impredecibles, con el tono improvisador del coplero del llano donde florecen los mitos y leyendas para ilustrar nuestra idiosincrasia.


Somos de trato directo, sin complejo alguno, proveniente de un mestizaje que arrojó una cultura en la que la discriminación es tema de segunda mesa en Venezuela; entre tanto, en la región andina, Perú, Ecuador, Bolivia, el cholo es cholo, el moreno se mantiene en sus comunidades y el blanco europeo en las de él, no se mezclan entre sí. En Venezuela desde la Conquista, la Colonia, como indica  Herrera Luque en Viajeros de Indias (1991), y luego en la etapa republicana se operó una mixtura de razas en la que la alcurnia es ignorada con el saludo directo de “mire chamo, qué es lo que desea”.

Quizás esta cultura ancestral aprendida en los escondrijos de siglos de historia ha dotado al venezolano de una coraza para enfrentar la más terrible de las tragedias que pueda conocer una nación, al producirse una hemorragia de millones de habitantes, a quienes esperamos en el corto plazo, luego de derrotar la tiranía opresora, verlos retornar con nuevos conocimientos y experiencias positivas para la reconstrucción de nuestro país.

Es tarea obligada del gobierno interino de Juan Guaidó atenderlos hoy en los países donde se encuentren, lo que permitiría demostrar con creces cómo se ejerce realmente el poder frente al régimen usurpador.

22-01-20




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