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viernes, 28 de agosto de 2020

El Golfo Triste, hoy más triste por @daVinci1412



Por Gioconda Cunto de San Blas


“Apenas 1% del área ha sido afectada por el derrame”, dicen sin rubor los obsecuentes funcionarios del régimen en referencia al desastre ecológico en marcha en la región noroccidentall costera de Venezuela conocida como Golfo Triste, mientras las fotografías satelitales refutan el argumento.

Tomadas por expertos científicos a partir del 19 de julio de 2020, las fotografías proveen evidencia documental de la expansión de una mancha identificada por sus características espectrales como derrame de hidrocarburos tres días más tarde, equivalente a unos 26 mil barriles de petróleo, provenientes de la refinería El Palito, por desbordamiento de su laguna de oxidación. Para el 26 de julio, el derrame se había extendido a lo largo de 50 Km y más de 350 Km cuadrados, una mancha tan grande como el lago de Valencia, al decir de Eduardo Klein, jefe del Laboratorio de Sensores Remotos de la USB, actualmente en Australia y responsable por el trabajo satelital.

Un nuevo derrame entre el 10 y el 12 de agosto y otro alrededor del 23 del mismo mes completaron la faena sin que Pdvsa, empresa responsable de la refinería, activara de inmediato las acciones establecidas en los manuales de contingencia para contener derrames de hidrocarburos, lo cual permitió su expansión por manglares y corales de la región.

El derrame ha afectado varias Áreas bajo Régimen de Administración Especial (ABRAE), destinadas a la protección, educación, investigación y recreación que resguardan recursos biológicos, ecológicos, turísticos y económicos excepcionales, entre ellas, los Parques Nacionales Morrocoy (Falcón) y San Esteban (Carabobo), el Refugio de Fauna Silvestre Cuare (Falcón), la Zona Rural de Desarrollo Integral (ARDI) y la Zona de Interés Turístico (ZIT), ambas asentadas en el sector Boca de Aroa-Tucacas.


Diversas instituciones y asociaciones ligadas al tema ambiental han expresado su preocupación ante esta catástrofe. Las Academias de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman) y Nacional de Ingeniería y del Hábitat (ANIH), en documento conjunto, la Asociación de Investigadores del IVIC (AsoInIVIC), el Instituto de Zoología y Ecología Tropical (IZET, UCV), la Sociedad Venezolana de Ecología (SVE) que agrupa más de 300 profesionales de alta calificación en temas ambientales, entre otros organismos, han denunciado la tragedia ecológica en marcha y puesto sus conocimientos a la orden del estado venezolano en la recuperación de las áreas hoy dañadas, a partir de una necesaria evaluación de la afectación, los compuestos residuales y los efectos a mediano y largo plazo. Al momento de escribir estas líneas, tal ofrecimiento de apoyo científico no ha tenido respuesta de los funcionarios gubernamentales.

Un reporte de Provea da cuenta de que entre 2010 y 2018 se derramaron al ambiente unos 866 mil barriles de petróleo provenientes de la actividad petrolera, a los cuales debemos sumar los nuevos derrames, constituyendo todos ellos delitos ambientales, tipificados en la Ley Penal del Ambiente (art. 84 y 89).

El ecólogo y defensor de DDHH Alejandro Álvarez nos recuerda que además de los daños ambientales que comprometen la diversidad biológica, hay “un impacto sobre los derechos de las personas a la salud, derechos económicos de quienes viven de la pesca y recolección de organismos y de quienes viven del turismo y esperan a que termine la cuarentena para reactivar el sector. Son derechos económicos y sociales de las personas, a los cuales se suman los derechos a la información y a la participación”.

Hoy el Golfo Triste luce más triste. Una toponimia fijada en 1604 en el mapa de Antonio de Herrera para identificar esa zona costera entre Tucacas y Puerto Cabello, fue justificada por el Conde de Ségur, ilustre viajero de finales del siglo XVIII, al describirla como “una masa sombría de altas montañas que parecen difundir sus sombras sobre el mar y propician pensamientos melancólicos en el alma…”.

Muy lejos de las descripciones alegres de los miles de turistas modernos que por décadas han disfrutado (y con frecuencia, maltratado) esos bellísimos ecosistemas del noroccidente venezolano. No basta con haber declarado el Parque Nacional Morrocoy o establecido el Refugio de Fauna Silvestre de Cuare, si esas designaciones son letra muerta en los despachos ministeriales.

Nos toca minimizar los daños provocados por la desidia oficial en el manejo de estos asuntos, lo que supondrá un esfuerzo monumental, dada la magnitud de los deterioros ambientales a lo largo y ancho del territorio nacional. Se lo debemos a las generaciones futuras, que de otra forma nos reclamarán el abandono en que hayamos incurrido al no velar por el patrimonio que ellos heredarán de nuestras manos.

*Agradezco a Carlos Carmona (IVIC) y Ma. Eugenia Grillet (IZET, UCV) su ayuda en la localización de algunos documentos.

27-08-20




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