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miércoles, 26 de agosto de 2020

¿Quo vadis, Bielorrusia? Por @eloicito



Por Eloy Torres Román


Los últimos acontecimientos en Minsk presagian una tormenta geopolítica. Los movimientos de Moscú apuntan a una mayor presión sobre Lukashenko. Moscú está convencido de que Bielorrusia no quiere perder su independencia formal, pero está seguro de que si Rusia la anexa por la fuerza, no habrá resistencia en ella.

Sería una especie de «Anschluss» al estilo alemán o una Enosis al estilo griego-chipriota. Esta se llevaría a cabo sin que en Bielorrusia se produzcan protestas. Posiblemente una protesta formal, por parte de Europa o del mundo. Nadie diría nada por ser un país muy pequeño y con poca relevancia geopolítica pues casi nadie lo conoce. Además la historia correría en ayuda de Rusia, si ella hace lo que indica la diabólica lógica de la geopolítica y de las esferas de influencia. Así no nos guste, pero, Bielorrusia forma parte del espacio geopolítico del Kremlin.

Bielorrusia es un país con casi 10 millones de habitantes. Jamás fue independiente. Siempre dependió económica, política, militar y axiológicamente de Rusia, desde el atávico Imperio del Zar, hasta la efímera URSS (ésta, duró 70 años, frente al zarismo que duró 300, por lo que creemos válido el aserto de “efímero”) Al desmoronarse el imperio del Zar en febrero de 1917 Bielorrusia fue independiente, pero siempre en una relación de sumisión pendular entre Alemania y Rusia.

Esa condición duró hasta que, meses después, llegó Lenin con una propuesta bajo su brazo derecho: convertir las entonces naciones dependientes del zarismo, en repúblicas soviéticas, bajo la conducción de un conglomerado federativo: la URSS. Éstas, en la letra constitucional, tendrían el derecho a la secesión de Moscú. Pero, la realidad fue otra. Bielorrusia, brindó su primer aporte: fue el escenario para una buena parte de los fieros combates durante la guerra civil y luego contra la intervención de los aliados contra el régimen bolchevique.

También el lugar donde se firmó la paz entre la Rusia bolchevique y los poderes centrales, concretamente con Alemania y otros como Turquía. Fue la Paz de Brest- Litovsc, que hoy se conoce sólo como Brest, la ciudad fortaleza como la llaman en Moscú.


Tras el inesperado divorcio de todas las repúblicas. Unas lo deseaban con apremio (Lituania, Estonia y Letonia) del resto, aguas abajo, nadie, como quien dice, lo deseaba ni comprendieron esa decisión. Bielorrusia pasó a ser independiente.

Ahora bien, el peso de la historia hizo su trabajo y la manutención de las viejas formas de gobernar, al estilo comunista, el resto; es decir, al no producirse un cambio substancial en la forma de hacer política, sino que por el contrario actuaron “gatopardianamente”, es decir, cambiar, para no cambiar nada, llevó a Bielorrusia a una triste fatalidad: entregarse en los brazos de Moscú. Desde 1999 forma parte de una alianza con Rusia, la Unión Rusia-Bielorrusia, con formas comunes de gobierno, con sistemas integrados, con precios e impuestos y normas judiciales que han funcionado, cual esquema de un GPS, desde Moscú.

Hoy, Bielorrusia es más bien una provincia rusa. Desde 1994, es dirigida por el mismo líder, el ex conductor de tractor soviético, que no un chofer de metros; su nombre: Alexander Lukashenko. Éste, no se llama comunista, pero actúa dictatorialmente; no hay elecciones libres, abunda la restricción a la libertad de opinión y se reprime duramente a quien contradiga las opiniones de Lukashenko.

Todo un caso. Le llaman el “último dictador de Europa”; e incluso el mismo Putin, en un arranque de discordia con el tractorista de Minsk, repitió esa especie.

Durante nuestra estancia, como diplomático en Moscú, logramos edificar una fugaz y circunstancial amistad con un funcionario de la Embajada bielorrusa en Moscú. Conversaba en español muy bien. Su idioma, para él, era y es, el ruso. Este funcionario con una cierta imperceptible amargura me decía: Bielorrusia no tiene identidad nacional; su idioma natal, el bielorruso, que es idéntico al ruso, salvo determinadas, como pocas palabras y formas lingüísticas, no es utilizado por sus habitantes.

Éste, existe más en teoría que en la práctica: por ejemplo, los programas en la radio y TV son en ruso. El sistema educativo bielorruso desde el jardín de infancia hasta el universitario, se dicta en idioma ruso. Luego, es la lengua oficial. Es muy cierto, guste o no.

Es, por supuesto, un hecho que se confirma, tras los casi 30 años de cuando se disolvió la URSS y lo subsiguiente “independencia” de Bielorrusia, de nuevo, se vio en entredicho. Se produjo una nueva conjunción, esta vez forzada por la realidad, que no violenta, como cuando la guerra civil en 1921. Nos referimos a la Unión con Rusia en la Comunidad de Estados Independientes (CSI) Ella, evidenció el fracaso de Bielorrusia en la afirmación de su identidad.

Desde 1994 ese país ha sido gobernado por el mismo presidente Alexander Lukashenko quien fue visto, hasta recientemente, con pasividad por esa sociedad. Esto, nos indica que una anexión rusa de Bielorrusia no generaría daños geopolíticamente hablando. Es la fatalidad de la historia.

El comercio y la historia los une. Bielorrusia depende de Rusia y ésta la utiliza para sus fines geopolíticos, aunque en apariencia, hoy, viste el traje comercial. Creemos que en caso de producirse definitivamente la anexión, ésta sería, inicialmente, estimulada por el dato comercial, pero luego Rusia se verá, de nuevo, con un mayor territorio.

Sin embargo, Lukashenko se ha expresado en términos duros frente a las sibilinas pretensiones rusas de imponer una anexión. Hemos saboreado las diferencias que se han expresado en los medios de comunicación social acerca de los crecientes momentos de tensión entre Minsk y Moscú. Éstos, han llegado al nivel de una crisis diplomática, económica y comercial.

Es cierto que la relación entre Rusia y Bielorrusia ha provocado una serie de crisis. Pero, cuando el clima de tensión llega al nivel de los chistes en Rusia, es porque ellos tienen “el sartén agarrado por el mango”. En ruso, cebolla se dice “Luk” y evidentemente Lukashenko significa “cebollero” según se dice en su humor, a Putin, cuando le preguntan si come cebolla; éste responde muy parcamente: “niet”.

Su negativa, según el humor ruso, apunta que no quiere nada con Lukashenko. El humor confirma nuestro aserto, según el cual Rusia controla el caso bielorruso. La crisis se ha ido resolviendo mediante las presiones del Kremlin con el tema de las restricciones a las exportaciones de gas, el cierre temporal de la frontera o la cancelación de ejercicios militares. Para que finalmente, Lukashenko se calme.

En diciembre de 2018 estalló un escándalo de impactantes proporciones (reseñado tibiamente por los medios rusos y magnificado por los bielorrusos); éste, fue durante la sesión del Consejo de Ministros de la Unión Rusia-Bielorrusia, la cual se desarrollaba en el Kremlin. Dimitri Medvedev, Primer Ministro, para ese momento, abordó el tema de una “profunda integración” de ambos estados.

Se trataba de establecer un servicio aduanero común así como edificar un parlamento único. Luego, expresó al mejor estilo de un “mujick” ruso, es decir, cuando, en una negociación, quieren colocar a alguien, contra las cuerdas y la cual no quieren perder para lo que utilizan todo su arsenal en lograr sus objetivos. Palabras más, palabras menos, éste, dijo que de no suceder esto, en los términos de la distancia, Bielorrusia sería considerada, respetuosamente, pero, como cualquier otro socio europeo de Rusia, para lo cual Minsk debería cancelar para el año 2024, todas las facturas petroleras a precios internacionales. Vale decir, un total de 10 mil millones de dólares.

Bielorrusia atrapada en una compleja madeja, tejida por un poder autoritario, el cual se maneja, repito, con una visión comunista de una economía ultra centralizada, le sería muy cuesta arriba honrar sus compromisos con Rusia
Lukashenko acusó el golpe del “mujick” Medvedev y con su verbo apuntó a Putin. De un plumazo suspendió la construcción de una base militar rusa en territorio bielorruso. No hace falta tal base militar, pues las relaciones entre Rusia y Bielorrusia, están como están y éstas, no requieren de ninguna base militar.

Lukashenko, ante la prensa internacional fue más directo al acusar a Rusia de pretender amenazar la independencia de su país. Lukashenko fue poco diplomático y los rusos lo escuchaban con atención cuando el líder bielorruso fue más allá y sentenció que Moscú busca anexarse a Bielorrusia. Es decir, Moscú promueve la secesión de Bielorrusia y busca crear departamentos para paulatinamente incorporarlos a la Federación rusa. Para Lukashenko la interpretación rusa acerca de la “profunda integración” significa que Rusia se anexe a Bielorrusia definitivamente.

Las relaciones entre Bielorrusia y Rusia, se mueven con la lógica de las leyes de la física. Toda acción genera una reacción. Para Bielorrusia esa actitud respondía a un momento en específico. Jugar duro para ver que obtenía.

Con esa actitud crítica, por demás muy agresiva, Bielorrusia, frente a Moscú, históricamente, marcó el inicio para una inminente postura agresiva de parte de Vladimir Putin. Esa actuación del tractorista de Minsk le sirvió a Putin para ampliar su política en el área. Éste, durante un pretendido momento de reconciliación con Lukashenko, en la ciudad balnearia de Sochi en el Mar Negro, en febrero del año 2019 le expresó una muy dura verdad.

El concepto de independencia absoluta de un estado, no lo es totalmente. Por su parte, las autoridades rusas vinculadas al tema financiero le argumentaron al líder bielorruso que Rusia pierde anualmente muchos fondos cuando le proporciona gas y petróleo a precios preferenciales. Lukashenko le respondió a Putin con la tesis según la cual Bielorrusia es parte de la Unión con Rusia; por lo que su país y sí requiere esos precios preferenciales. Putin, se debió sentir complacido, pues el díscolo tractorista, mostraba su gran debilidad y se le veía entrando al redil del Kremlin.

El agravamiento de la crisis actual de Bielorrusia se inició con el irreverente acto de Lukashenko cuando, éste declaró a la prensa internacional lo que dijo, en la citada reunión de alto nivel, entre Lukashenko y el, para ese entonces, número 2 del Kremlin, Medvedev en Moscú en 2018. Ahora no es posible un acuerdo, y el espectro de la anexión de Bielorrusia flota en Minsk como una campaña política más que como una intención real del Kremlin.

Mientras que Lukashenko no cejó e insistió en defenderse de los envolventes movimientos de Putin y de Rusia para minar los pocos y muy escasos destellos de independencia de Minsk frente al Kremlin.

En 2019, el gobierno de Minsk aumentó la tasa de tránsito del gas ruso, so pretexto de asegurar las condiciones ambientales de Bielorrusia. Luego, elevó el nivel del disenso con Moscú y amenazó con cerrar el paso de petróleo y gas que va a Europa a través del oleoducto Druzhba (Amistad) Un serio problema para Rusia y sus compromisos con esa región.

Rusia, por su parte, reaccionó, al prohibir el ingreso de productos bielorrusos a su territorio, especialmente frutas (manzanas y peras) so pretexto que esos productos realmente provienen de Turquía y que por medidas fitosanitarias debe limitarse su ingreso al territorio ruso. Una guerra de sanciones ha determinado esa prohibición.

Lo que es un hecho cierto es que Rusia ya no dependerá más de Bielorrusia en sus relaciones con Europa, gracias a la modernización de la base militar ubicada en su territorio ex clave ruso de Kaliningrado, en las fronteras con Polonia y Lituania, para éstos, este territorio es enclave y para más ñapa, son miembros activos de OTAN e históricamente hostiles al Kremlin; el caso es que esa modernización le permitirá a Moscú, reducir significativamente su dependencia geopolítica del territorio bielorruso. Rusia, se frota las manos. Avanza lentamente en la construcción de mecanismos de conexión con Alemania, a través del Mar Báltico, con un proyecto que pasa por alto los territorios de Ucrania y Bielorrusia.

Sin embargo, el elemento histórico pesa en la política exterior rusa. Para ella, Bielorrusia y Ucrania forman parte de un mismo tronco. La Madre de todas las Rusias, Moscú no cejará en su empeño atávico por anexarse la mayor cantidad de territorios posible. Es su mesianismo eslavo el que conduce al Kremlin.

No importa quien esté sentado en las sillas del edifico ubicado en la Plaza Roja, bien sea Putin, Jrushov, Gorbachov, Stalin, Lenin o el mismísimo Zar Alejandro. El bielorruso de aguas abajo, no vería con indiferencia la posibilidad de una integración de su país con Rusia. Mientras que la misma Rusia vería con buenos ojos un movimiento, como señaláramos, más arriba; vale decir, el desplazamiento de sus alfiles y torres rusas hacia Minsk.

Bielorrusia, un país pobre y pequeño gobernado por un hombre, que para la UE no puede ser indiferente; lo que está sucediendo allí tiene un impacto en la geopolítica local, la energía rusa y las importaciones de petróleo y gas. Para la narrativa de Lukashenko, todo se resumía al hecho que Rusia abriga un temor por perder su presencia en el territorio bielorruso, pues Moscú no tiene aliados tan cercanos como Bielorrusia. Forman parte del mismo tronco axiológico.

La pandemia y las elecciones presidenciales en Bielorrusia traen implícito un hecho significativo, incluso más allá de la “ridícula” ocurrencia del tractorista de Minsk de explicar que la pandemia se acaba con el trabajo en el campo y con vodka: El caso es, repetimos, que Europa y el mundo descubrieron que ese país existe, gracias al petróleo y el gas, como alimentos de la geopolítica.

Bielorrusia, a pesar de ser pobre, pequeña y con una economía que atraviesa una seria crisis, hoy, se ha convertido en un elemento importante, de conformidad con los últimos movimientos que se han generado, gracias al reacomodo geopolítico que vive el mundo.

Luego, es un país bisagra entre Rusia y la OTAN. Debemos destacar que la Unión europea ha intentado ejercer influencia sobre el tractorista de Minsk, pero su escaso, como poco profundo conocimiento de su propia realidad, lo hace aparecer distante de los valores que emanan de la Unión europea y eso la ha sabido aprovechar Putin. Bielorrusia, se da por descontado, está inserta en el esquema euroasiático, como respuesta a la Unión europea; por lo que es dependiente económica, comercial y energéticamente de Rusia.

En un intento por jugar, por la libre, como quien dice, Bielorrusia se ha movido de conformidad con los efluvios financieros que vienen del Asia, concretamente de China. Ha buscado dinero y recursos del gigante amarillo. Ello, por supuesto, no ha gustado al Kremlin. Putin sabe de la importancia de ese frente. Aunado a ello, están las masivas protestas callejeras. Una crisis que sacude la capacidad política rusa y ésta, se ve obligada a observar con atención lo que ocurre en su particular vecino.

Recordamos que es un país por donde pasan, todavía, enormes cantidades de gas y petróleo para Europa. Mientras, el que se construye en su ex clave de Kaliningrado no esté listo totalmente, Rusia observará el asunto con criterio de prioridad

El caso es que Bielorrusia atraviesa una seria crisis política. El tractorista de Minsk está atrapado en una serie de hechos a los que no puede responder con criterio acertado. Tras el denunciado fraude electoral, las masivas manifestaciones de protestas han aumentado y se presagia un final al estilo “Ceausescu 1989”.

Tales manifestaciones, para hablar solamente del periodo del tractorista (26 años) eran inconcebibles. Fin de mundo, dicen en Minsk. Lukashenko destacó en un discurso la profunda hermandad entre Bielorrusia y Rusia. Es una sólida hermandad. Pero luego acusó a Moscú de ingresar a varios agentes suyos, expertos en guerras hibridas. Moscú lo negó y Minsk les llamo mentirosos. Una seria realidad que conoció Bucarest en diciembre de 1989.

El gobierno bielorruso afirma que los rusos fueron llevados allí para desestabilizar el país antes de las elecciones. El líder de Minsk dijo que los detenidos estaban planeando una «revolución de color, a partir de las experiencias de Ucrania y Georgia y mostró molestia por la forma como Moscú lo había negado, es decir que los individuos (33 en total) viajaban para Estambul. Lukashenko también reiteró su advertencia de que no permitiría protestas cuyo fin sería la de imponer un “maidan bielorruso” en Bielorrusia.

Las relaciones entre Rusia y Bielorrusia se han deteriorado, como dijimos anteriormente desde el 2019, cuando Lukashenko se enfrentó al entonces número dos, en el Kremlin. Desde ese entonces, la relación ruso-bielorrusa ha acusado un serio deterioro. La economía bielorrusa depende en gran medida de las importaciones baratas de petróleo ruso que refinan las refinerías bielorrusas.

Pero el Kremlin está reformando el sistema de impuestos comerciales para maximizar los ingresos de la producción nacional de petróleo mediante la reducción de los impuestos a la exportación. Esto significa que Bielorrusia compraría petróleo ruso a precio de mercado, no subsidiado, y ya no podría exportar a precios más bajos que Rusia. Por lo tanto, Minsk pidió a Moscú una compensación por sus refinerías.

El panorama es sombrío para la economía bielorrusa: una fuerte recesión, menores ingresos presupuestarios y niveles de vida en declive. Las tensiones sociales aumentarán. Lukashenko intentó reducir la dependencia de Rusia con importaciones de Venezuela en 2011-2012, Irán en 2017 y Estados Unidos este año. En este contexto, ¿cómo se ha posicionado Rusia en relación con la elección a la presidencia de Bielorrusia?

Como diría Robert D. Kaplan en un artículo en la Revista Foreing Policy, hace algunos años ya, “la geografía toma su revancha”. Bielorrusia, mediante su preminencia, importancia y simbolismo traduce un significado muy grande para Rusia. Lo que está sucediendo allí es más importante para el Kremlin que lo que podría estar sucediendo en otras partes.

Para un país, como Rusia, reñido con los valores de la democracia y el respeto a los DDHH, le es muy cuesta arriba tener como vecino a un pequeño país, como ejemplo de que las cosas pueden tener otro cariz, es decir, elecciones libres. Un mal ejemplo, máxime que son hermanos axiológicamente hablando. Bielorrusia limita con tres estados miembros de la UE y la OTAN: Polonia, Lituania y Letonia. También limita con Ucrania, que ya está desestabilizada política y económicamente por Rusia. Para Moscú es un serio problema si ocurre algo que les escape de las manos.

Existe la creencia, según la cual, Putin, fue sorprendido por las protestas en Bielorrusia. Posiblemente, le llamó la atención la dimensión de las mismas, pero sorprendido jamás. Rusia, siempre ha intervenido, interviene e intervendrá. Es su natural esfera de influencia, máxime que Bielorrusia se vincula, como hemos dichos en varias ocasiones, axiológicamente con Moscú.

No obstante, hay que evaluar el impacto que una intervención tendría, al interior del poder en Rusia. Un “rescate” en favor de Lukashenko podría generar una crisis de inconfesables proporciones.

Por su parte el tractorista de Minsk, muy desesperado, ha intentado, al igual que Ceausescu en diciembre de 1989, organizar manifestación que brindara aplausos a su debilitada gestión. Fracasó.

La realidad, como dice una canción de Joan Manuel Serrat: “No es que duela la verdad, es que no tiene remedio”. Ella, nos muestra un desorden en las decisiones de Lukashenko. Hoy, él se siente solo. Hemos asimilado tres elementos que nos indican esa percepción y que evidencian un creciente debilitamiento:

1) Los funcionarios y empleados de los medios estatales de comunicación se declararon en huelga.

2). Durante un mitin en una fábrica bielorrusa, el tractorista fue abucheado. Un total desafío a su escasa legitimidad. El tractorista hubo de abandonar el sitio. Una demostración de que la gente ha ido perdiendo el miedo.

3) Se llevó a cabo una huelga general. Lukashenko ha sido desafiado.

La realidad le obligó a recurrir a Putin. Al parecer, todo perdido, buscó la posibilidad de ceder. Los medios bielorrusos destacaron con letras grandes que ambos presidentes trataron el tema interno y externo de Bielorrusia.

El Kremlin, por su parte, señaló que ambos líderes discutieron el problema bielorruso, el cual será resuelto bien pronto. Para Moscú estos temas deben tratarse no en términos destructivos que buscan dañar la histórica hermandad entre ambos pueblos como la cooperación de ventajas reciprocas entre los dos pueblos.

Para Lukasheko quien conduce a ese país con mano dura fue considerablemente habilidoso para dejar entrever mediáticamente que la suerte de Bielorrusia podría contagiar a otros escenarios. Putin, evidentemente asintió el golpe y siguió en su empeño.

El tractorista de Minsk fiel a su oficio, el cual no ha olvidado, como otros, ha sabido moverse entre dos aguas: las de Moscú y las del occidente europeo y los EEUU. Ha sabido utilizar su posición estratégica, para promover ciertas inversiones chinas en su territorio a fin de lograr determinados espacios para maniobrar.

Las protestas en suelo bielorruso se producen en el marco de una tensión entre Moscú y Minsk, justamente por el cúmulo de deudas con Rusia, por la subvención del gas y petróleo y por el empeño ruso de incorporar a Bielorrusia en un tratado de Unión con Rusia. Por lo que Lukashenko intuye su sino y desesperado por mantenerse más tiempo en el poder deja entrever que hoy hay que defender a Bielorrusia, hacerlo, significa defender todo el espacio del estado de la Unión y el mismo constituye un ejemplo para otros. Según el tractorista de Minsk, si Bielorrusia no resiste, esa ola se expandirá.

Los hechos son porfiados y la geopolítica implacable. Es una fatalidad que algunos no quieren reconocer, cuando niegan el papel significativo del factor internacional. Hoy, de Bielorrusia se debe hablar, no con Lukashenko, sino con Putin.

Al dictador bielorruso no le importan las protestas ni las sanciones europeas o de occidente en general. Él hace amagos de querer negociar, pero siempre se destaca como un mentiroso consuetudinario.

Habría que imaginar los rostros de Putin y la de Lukashenko. El primero atento a que las cosas no se les vayan de las manos y el segundo, comprendiendo que su legitimidad se evapora y que los hombres habían perdido el miedo.

El mundo observaba como las masas que protestaban eran golpeadas con la fuerza policial. El tractorista de Minsk al parecer ha perdido los estribos. No solo reprimió a los ciudadanos bielorrusos, sino que insultó a sus ministros; no contento con ello, dedicó una batería de improperios contra los representantes de la Unión europea. Denigró del Ministro alemán de relaciones exteriores, por su orientación homosexual; gritó y profirió insultos al expresidente de la sexual opa. Insultó a sus ministros.

Al mismo tiempo, se dieron cuenta de cómo los ciudadanos que se atrevían a criticar al liderazgo eran multados, golpeados, encarcelados. Lukashenko no respetaba a la gente común ni a sus ministros. Describió a los bielorrusos como un «rebaño de ovejas».

Lukashenko fue igualmente irrespetuoso con los políticos extranjeros: el ex ministro de Relaciones Exteriores alemán, Guido Westerwelle, Lukashenko le ofendió, por su orientación homosexual. El ex presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, fue llamado «kaziol”, es decir “chivo».

Es algo que algunos dictadores bananeros deben aprender. La dignidad humana no puede ser pisoteada indefinidamente. Es increíble cómo ciertos dictadores no han aprendido del destino de sus predecesores. No todos terminan como Stalin, Franco, Salazar o Fidel en sus camas. La vida metafísicamente hablando nos coloca ante nuevas experiencias. Por lo que Lukashenko ha abusado; igual otros, quienes creen conducir a su país como si fuera un vehículo, pero han olvidado frenar.

Lukashenko, cree que su régimen puede subsistir. No percibe que la paciencia, como el tiempo, se agota. Los bielorrusos se consideran un pueblo tolerante y pacífico, una isla de paz en medio de Europa. La tesis de Lukashenko es reforzar la creencia, según la cual es posible aceptar esa fatalidad y que sus ciudadanos deben seguir esa senda.

Pero la mentira, tiene las patas cortas. Esta elección y su fracaso han mostrado a Lukashenko que los cambios no pueden ser “gatopardianos” sino que deberían ir más allá. Pero, no puede; su naturaleza se lo impide, como la de todo dictador que ignora la realidad, por lo cual enfrenta la desgracia de sufrir las consecuencias por ignorar la realidad, como lo señaló, en una ocasión, Ayn Rand (Larissa Zinovievna) La gota llenó el vaso.

La paciencia de la gente ha llegado a su límite y ahora se lo está mostrando directamente al dictador tractorista. Este, todavía se estará preguntando qué fue lo que hizo mal. Primero debe reconocer que en política hay que ser cuidadoso con lo que se dice, pues, todo lo que le ocurre es resultado de su mensaje.

Él desconoció que todo mensaje genera consecuencias Mientras que Vladímir Putin espera tomando un té ruso en una de las cómodas poltronas del Kremlin. Tiene todo el tiempo.

25-08-20





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