lunes, 1 de agosto de 2011
Identidad Nacional
Por Juan Noguera, 17/07/2011
"La fortaleza de una Nación
radica en su identidad”
Simón Bolívar
Este tema me ha venido dando vueltas en la consciencia desde hace algunos meses –es preocupante que solo sean meses-. Me pregunto cómo somos los venezolanos en este ámbito y cómo nos afecta (socialmente) el estado actual de nuestra identidad. Este cuestionamiento surge inevitablemente al convencerme diariamente de que este factor define los estadios del desarrollo de las sociedades.
Cuando le pregunto a la gente qué piensa de nuestra cultura obtengo respuestas deprimentes, consoladoras, orgullosas; varias de ellas ubicadas en un antes y un ahora, como si se tratase de una sociedad que hoy es distinta. Respuestas como “hoy la cultura no existe”, “nuestra cultura es muy pobre”, “es que antes sí habían artistas buenos”, “estoy orgulloso de nuestro legado cultural, aunque hoy esté olvidado”. Son palabras que llevan muchos sentimientos encontrados, distintos al odio o al desprecio, por suerte. Es más como un conjunto de apatía, ignorancia y nostalgia. Estamos invadidos de eso.
A veces duele, pero también es interesante que el problema cultural que existe en nosotros no sea un desarraigo de la identidad nacional, sino un debilitamiento. Hay un matiz muy profundo de causas y consecuencias que nos amarra nerviosamente al sentir nacional, intermitente, confundido. Es como un árbol que ha venido cayendo lentamente, sin ser visto, tiene varias raíces fuera de la tierra, pero aún tiene otras que lo sostienen pacientes, suspendido en el abismo.
La frase de Bolívar que cité al principio la tomé del pasaporte nuevo, y sinceramente creo que esa frase no debe ir ahí, estoy seguro de que Simón no se refería a ese tipo de identidad. Quizás esto nos asome una pista del problema.
Hoy puedo afirmar, por experiencias recientes, que aquí sí hay mucha riqueza cultural, tan extensa como magnifica que conmueve, que no está destruida, pero sí probablemente muy olvidada. Actualmente estamos posicionándonos entre los mejores en la música clásica y con ella como instrumento somos pioneros de un sueño de todos los tiempos –un mundo mejor–. Nuestros lugares históricos y nuestras costumbres siguen esperando por nosotros, unos cayéndose, otras recuperándose. Todos esperanzados y con los crespos hechos.
Por otro lado, vale mencionar que hay un desinterés bárbaro y un decaimiento garrafal en nuestra educación –en varios colegios, universidades y, peor aún, en las familias– para con el tema cultural. Anulando la identidad nacional de los jóvenes. Pero, ¿dónde podemos poner la línea que separa la buena educación y la decadente? ¿El interés y el desinterés? Y me atrevo a decir más, ¿El amor y el desencanto?
Mi punto de vista es muy romántico, pero hace que surja un problema hipotético que vale la pena analizar: Los sentimientos. Pero el problema de los sentimientos (menospreciados) es quizás causado por otro personaje, imagen de este siglo: El consumismo. Y es que estos dos tienen una relación muy delicada. No pretendo adjudicar la culpa a una u otra cosa. Los venezolanos tenemos demasiados matices en nuestra conducta y aquello nos llevaría seguramente a una respuesta equivocada.
En fin, seamos sensatos (seamos sensatos), a quiénes debemos juzgar es a nosotros mismos. Los responsables de nuestra realidad somos solo nosotros, los venezolanos de hoy, que también fuimos los de ayer. Si esto es cierto, también es cierto lo que dice Simón.
No es necesario investigar mucho para reconocer que nuestra identidad (no la del pasaporte o la cedula) es deficiente, y por ello somos una nación fracturada, debilitada, en cama. Somos como el adicto, a quien aún le cuesta entender que está intoxicado por sus decisiones y que ellas también lo pueden salvar. Pero en su consciencia se esculpe (a los golpes) ese entendimiento.
Yo amo esta nación, nuestro país, nuestra gente, nuestra cultura. Quizás estamos yendo en contra de lo que somos y estamos perdidos en el universo de culturas que nuestro mestizaje dejó. Quizás somos conductores rebeldes, habladores de “todo”, echadores de “broma”, minutos llaneros, hartadores de cerveza, eruditos de la arepa y del jugo de papelón. Somos únicos. Hay que defender lo que somos, yo creo que somos geniales. Pero probablemente tenemos baja autoestima colectiva. Quizás si dejáramos de querer ser desarrollados al estilo norteamericano o europeo, llegaríamos a ser más venezolanos. Por ahí podríamos retomar el camino al lugar que todos imaginamos.
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