JURATE ROSALES 05 de noviembre de 2018
No es
mi costumbre dar lecciones a nadie, mucho menos a personas que admiro. Haré una
excepción, quizás por exceso de aprecio. Así que me dirijo directamente –
excepción de excepciones – a María Corina. Fíjense la importancia del personaje,
porque ni siquiera hace falta mencionar su apellido – como a los reyes y
reinas, con decir el nombre de pila, basta.
Lo
tienes, o lo tuviste, todo, María Corina. Te graduaste de ingeniero, lo que
significa dominio de las matemáticas, cosa no dada a todo el mundo y que se
alcanza con mucha disciplina mental. Trabajaste de ingeniero, lo cual
representa que además del dominio de las matemáticas, está la responsabilidad
de aplicarlas sin error admisible, para evitar accidentes o pérdidas
materiales.
Posteriormente
pasaste a otro campo, donde las matemáticas que siempre fueron tu fuerte, se
aplican al cuadro social. Fue cuando estuviste a la cabeza de Súmate. Allí
conociste, mejor que nadie, los intríngulis electorales cuando la pulcritud
desapareció y fue reemplazada por la trampa que infructuosamente intentaste
denunciar y eliminar. Nadie mejor que tú, para diferenciar las dos modalidades
e imponer la honrada, que es algo que todo el mundo anhela en este momento, muy
por encima de cualquier escogencia partidista a la hora de votar.
En
cuanto a tu coraje personal, sobrarían los elogios para la mujer que dos veces
en su vida padeció de ruptura del tabique nasal por golpes recibidos, como
cualquier boxeador que se respeta. Tu valentía personal no puede ser puesta en
duda.
Pasemos
ahora a otro renglón, el de tu vida política. Recuerdo muy bien una entrevista
que me diste hace años en las oficinas de la revista Zeta, cuando me confesaste
que en aquel momento lo que más te hacía falta era la confianza en tu prédica,
porque esto te limitaba la posibilidad de recibir apoyo financiero. Recuerdo
tus palabras. No lo tenías, me dijiste, y te contesté que eso poco importaba.
Habías venido sola a la redacción, sin chofer ni escolta, con tu blusita blanca
que parecía tu trade mark y creo que eso fue incluso antes de que te
candidatearas para la Asamblea Nacional, donde saliste como la diputada más
votada. Sin embargo, pese a tu aparente soledad de ese día, hace años, los
obreros de la rotativa de Zeta, muchos de ellos chavistas, supieron que estabas
en la empresa y buscaron fotografiarse contigo, porque te consideraban
defensora de todos. ¿Lo recuerdas? Yo sí. Efectivamente, estabas huérfana de
financistas y colmada de confianza popular.
Los
financistas, María Corina, son una cadena atada al tobillo que quita la
agilidad del justo e independiente. Son los obispos ingleses que deciden quemar
a Juana de Arco en la plaza de Rouen, sacrificándola para que no les haga
sombra, mientras que los obispos franceses se hacen los locos por esa misma
razón. Las Juanas de Arco terminan en la hoguera, cuando su importancia empieza
a superar a todos los demás – de uno y otro campo – y entonces no queda otra,
que la de quemarlas.
Tu
proceso para llegar a la hoguera ya empezó. Consiste en colocarte de señuelo
dentro de la división de la oposición venezolana. En esta posición en que te
han colocado, tarde o temprano a quien van a sacrificar será a ti,
sustituyéndote por algún pantalón masculino bien holgado para albergar grandes
y profundos bolsillos… si es que lo logran, si bien esta pareciera ser la
verdadera meta. Sé, estoy convencida, que esa no es la meta tuya.
Te
imagino, – imagino la María Corina que conozco desde hace tantos años – libre
de ataduras y sentada en una mesita similar a la que sirvió para el Pacto de
Punto Fijo hace unas aleccionadoras y sorprendentemente aniversarias seis
décadas, entre Julio Borges, Ramos Allup y
Leopoldo López, forjando entre todos una Venezuela libre.
Anota,
María Corina, la gran lección que siguió a ese pacto. Todos gobernaron por
turnos y si URD no lo hizo, fue porque resultó haber sido una colcha de retazos
y cada pedazo se fue por su lado. Nuevamente, cuidado, María Corina, con hacer
de URD… de signo contrario, pero hecha de retazos e individualidades
incompatibles.
Al fin
y al cabo, te imagino, amiga, miembro de un gobierno colectivo. Lástima que la
Constitución venezolana, desde la de 1960 y pasando por la de 1999 es
presidencialista y la división de poderes se le ha desdibujado. Dada la inmensa
destrucción del país hay la urgente necesidad de volver al check and balance
democrático con sus independencias respectivas: judicial, ejecutiva y
parlamentaria, un Banco Central que decide e impone, un poder electoral con un
CNE sin trampas, un poder regional con sus gobernaciones y concejos. Ante la
necesidad de reconstruir un sistema que se perdió incluso en la psicología del
pueblo, sólo un gobierno colectivo puede emprender esa gigantesca tarea. Por
cierto, ese esfuerzo también debería incorporar a la tarea conjunta a los que
se dejaron convencer por Chávez hace dos décadas y no han aprendido de los
desastres que crearon.
Maria
Corina, la que viene, si se logra la libertad, es una tarea de unión donde la
mano de las mujeres, debe ser la del equilibrio, igual como en las familias. No
se trata de mandar desde una presidencia, sino de unir desde un gobierno
colectivo, que es lo que se impone, porque de lo contrario, prevalecerá la
frase de Francisco Santos, embajador de Colombia en Estados Unidos: “El mayor
obstáculo para salir de Maduro es una oposición colapsada”.
Y,
para terminar, observo que las verdaderas potencias siempre han sido de
“unión”. No creo que los Estados UNIDOS hayan tenido jamás la fuerza que tienen
de no haberse unido tras la Guerra de Secesión. Tampoco creo que la URSS
hubiera sido la amenaza que fue, de no haber sido la UNIÓN soviética. Y frente
a esos gigantes históricos, la chiquita Venezuela ni se une, ni se define.
Empieza tú, una mujer, a llamar a todas las demás toldas, para formar por fin,
una sola Venezuela, sin divisiones ni ilusiones.
(Y no
me vengas más con eso de formar tienda aparte, ¡por favor! )
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