Por S:D:B: Alejandro Moreno
Por mucho que se quiera
disminuir la actual diáspora venezolana, estamos viviendo algo que nunca
habíamos podido imaginar años atrás. Cuántas veces habremos dicho la expresión:
“Aquí no se puede vivir”, como un dicho más, como una frase cualquiera cuando
por cualquier banal motivo estábamos fastidiados. Nunca llegamos a pensar que
pudiera algún día hacerse pura y simple realidad. He aquí que ese día llegó. Si
es verdad que la vida biológica sigue siendo aunque muy precaria y muy
dudosamente posible para la gran mayoría de la población, el sentimiento de
fondo de todos es que vida como tal vida, la propiamente venezolana, solo es
posible para unos cuantos, los “enchufados”.
Esas masas de gente, ahora
ya del pueblo, de los pobres y desheredados de toda fortuna, que pasan a diario
las fronteras arrastrando sus míseras pertenencias y cargando o llevando de la
mano a sus pequeños hijos, ¿de qué huyen y qué buscan? Huyen en último término
de la muerte que les acecha en cualquier sitio de su país por el hambre, la
enfermedad, el asesino que puede asaltarles a la vuelta de una esquina. No
buscan fortuna ni riqueza que muy bien saben no les será fácil. Buscan por lo
menos poder sobrevivir porque bien saben que para ellos “aquí no hay vida”.
Por la vida, se exponen a
cualquier dificultad que haya que soportar: a la humillación de tener que
recurrir al auxilio de la caridad ajena, al calor de los asoleados caminos del
Brasil lo mismo que a los fríos páramos de Colombia, a días y días de camino,
incluso, a veces, al rechazo de las otras gentes que los desprecian como
extranjeros peligrosos, invasores.
Los revolucionarios
idealistas, y creo que sí los hay, cuando proyectan, planifican y ejecutan sus
revoluciones, no tienen en cuenta lo que van a hacer con la vida de la gente
común, de los hombres del pueblo a favor de los cuales piensan sus proyectos.
Todo el cambio que proponen y procuran les parece que solo puede producir
mejoras y bienestar. Por eso es tan difícil convencerlos de que se equivocan,
de que el bien de los pueblos, si es cierto que no está en la inmovilidad
social y política, es sobre todo verdad que no está en los cambios violentos y
rápidos, las revoluciones, porque descoyuntan las vidas de la gente y ese es un
falso remedio.
El cambio hay que hacerlo,
pero adecuándose al ritmo del pueblo, respetando su proceso propio de vida, del
sentido profundo del vivir, y la vida pone las condiciones que son muy
complejas para poder ser vida.
El Hombre es un ser de
cultura y, antes que todo, espíritu.
30-10-18
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