Rafael Luciani 03 de noviembre de 2018
@rafluciani
Mons.
Romero tomó posesión del Arzobispado de San Salvador el 22 de febrero de 1977
hasta que fue asesinado el 24 de marzo de 1980 durante la celebración de la
eucaristía en la capilla del «Hospitalito» de La Divina Providencia en San
Salvador. Durante esos tres años su honradez humana se vio sumida en un proceso
de conversión al entrar en contacto con la realidad que vivían los más pobres
de su pueblo. Esta experiencia, fruto de un seguimiento a Jesús crucificado, lo
llevó a asumir la causa de los pobres a través de la promoción de la justicia y
la construcción de la paz. Y lo hizo en medio de condiciones violentas,
provocadas por el totalitarismo reinante, tanto en lo político-militar como en
lo económico.
La
acción pastoral de Romero partía de un discernimiento evangélico de la
realidad. Es un método que sintoniza con el modelo de Iglesia que el Papa
Francisco ha querido promover: una que se reconozca desde el seguimiento de la
praxis de Jesús, que se inspire en los valores evangelios, se done en servicio
fraterno a los más pobres, y que muestre con el ejemplo que quiere llegar a ser
una Iglesia pobre.
Sus
homilías
Para
conocer su vida y su proceso de conversión como creyente, no existe otro mejor
camino que el de leer sus homilías semanales, que compartía cada domingo por la
mañana en la Catedral. Ellas eran legendarias y se podían escuchar por radio.
Generalmente, tenían una primera parte donde explicaba los textos de las
Escrituras, siempre con un espíritu catequético conectado con la realidad
que se vivía en El Salvador, y con el fin de fortalecer la fe y la esperanza en
medio de tanta violencia y opresión reinante. Las homilías ofrecían en una
segunda parte el discernimiento que Romero hacía de la Palabra de Dios y cómo
la aplicaba a las circunstancias concretas del país. Repasaba los eventos más
importantes de la semana y emitía un juicio profético sobre ellos, denunciando
a los victimarios y urgiéndolos a cambiar, o también acompañando a las víctimas
y fortaleciéndolas con su mensaje.
Al
leer los textos completos de las homilías de Romero podemos descubrir al
creyente que parte de los evangelios y desde ahí hace un análisis de su
realidad, preguntándose qué haría Jesús, cómo reaccionaría ante los problemas
que vivimos y cómo podemos ser fieles a su seguimiento hoy. Es un método que lo
aleja de los intentos por ideologizar la fe y lo muestra como un hombre
sencillo que tomó en serio la opción por los pobres de su tierra, desde una
respuesta fiel y honrada a su seguimiento de Jesús.
Modelo
y reto para la Iglesia
Estos
escritos representan un reto para la Iglesia en el mundo actual. La ayudarían a
superar los espacios de confort a los que se ha acostumbrado y volver a su
dimensión profética para ser voz de los dramas que viven las grandes mayorías
actualmente. El modo cómo Romero lee, discierne y explica las Escrituras
muestra la importancia de desmoralizar el talante del discurso homilético, para
centrarlo nuevamente en la praxis de Jesús y transmitirlo con un tono
evangélico en la línea de las bienaventuranzas y la defensa por las víctimas.
Es un estilo evangélico que entiende a lo social como dimensión fundamental de
la comunicación cristiana.
Con su
beatificación, el Papa Francisco ha querido dar señales de cómo avizora la
identidad y la misión de la Iglesia de cara a las nuevas condiciones globales.
Es un acontecimiento que se levanta como signo de un cristianismo que necesita
recuperar la promoción activa de la justicia y la lucha por la equidad, así
como lo hizo la teología de liberación en su época. Aunque la figura de Romero
no ha dejado de ser controversial para grupos conservadores dentro de la
Iglesia, ella simboliza la puesta en práctica del Concilio Vaticano II y la
fidelidad a los documentos de Medellín y Puebla, al hacer un llamado a todos
los creyentes a optar por la causa de los pobres y asumirlos como sacramentos
de Cristo crucificado.
Fiel
al magisterio universal, entendió que la salvación pasaba por el reconocimiento
de la dignidad humana, el desarrollo socioeconómico de cada sujeto y el respeto
por la libertad. Así lo había proclamado el Concilio Vaticano II (1962-1965) en
la Constitución Gaudium et Spes 1: «los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo». Romero hizo suya esta
opción pastoral, expresada por vez primera en el magisterio latinoamericano
como una opción teológica cuando los obispos reunidos en Medellín (1968)
apostaron por la «opción de Dios por los pobres», ratificada luego en la
reunión de Puebla (n.733; 1134;1153) como «opción seguida por Jesús»
(n.1141-1142).
La figura
del Pastor
Son
muchos los semblantes que se pueden describir de Romero como pastor. Quisiera
destacar tres de gran actualidad que han inspirado el ministerio del Papa
Francisco. Romero fue un pastor que optó por los pobres; antepuso la verdad y
la profecía antes que lo políticamente correcto (el politically correct del
mundo sajón); y superó la tentación clerical de vivir el poder como privilegio
antes que como servicio y entrega fraterna.
Viviendo
así encontró a Jesús entre los pobres y desesperanzados de su tiempo, y los
cargó como los nuevos crucificados, en sus palabras y acciones. Desde esa
entrega fraterna al pobre, llamó a construir una civilización de amor, sin odio
ni violencia, donde todos podamos convivir, superando las ideologías y las
creencias que nos dividen. Fue así como se convirtió en la voz de los que no
tenían voz.
Por
ello, el camino de Romero al martirio es ejemplo para muchos pastores hoy en
día, en tantas Iglesias locales, que prefieren cubrirse las espaldas, como se
dice coloquialmente, antes que decir la verdad acerca de la violación de los
derechos humanos, y denunciar las nuevas formas de totalitarismos y la
exclusión social que impera en tantas culturas actualmente. El haberse colocado
del lado de las víctimas le costó su vida. Queda hoy el mensaje de aprender a
ser fieles a Jesús y salir a la defensa de las nuevas víctimas socioeconómicas,
políticas y religiosas de nuestro tiempo.
La
Iglesia que Romero vivió y la que Francisco quiere
Veamos
algunos rasgos, dejando hablar a Romero a través de algunas de sus homilías:
Primero,
Romero fue hijo e impulsor del Concilio Vaticano II y de los documentos de la
Iglesia en América Latina, como fueron Medellín y Puebla. Así lo reconoció: «no
hagamos la impresión de ser dos Iglesias, sino que somos una sola Iglesia en la
línea proclamada por el magisterio de esa Iglesia, sobre todo para los tiempos
nuevos en el Concilio Vaticano II y en los documentos de Medellín» (Homilía
02-10-1977). Por eso llamó a hacer: «un esfuerzo para que todo lo que nos ha
querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín, y de Puebla,
no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo
vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad» (23-03-1980).
Segundo,
creyó y vivió un modelo de Iglesia que debe estar al servicio de los pobres y
más sufridos, y no al servicio de los poderosos. Como proclamó en otra homilía:
«la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es
pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los
que sienten en Dios su confianza. Esta es la Iglesia que yo quiero. Una Iglesia
que no cuente con los privilegios. Una Iglesia cada vez más desligada de las
cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con mayor libertad desde su
perspectiva del evangelio, desde su pobreza» (Homilía 28-08-1977).
Tercero,
entendió que la misión de la institución eclesiástica debía ser la de promover
el diálogo y no el conflicto, la reconciliación y no la violencia, la del
servicio y la solidaridad y no la absolutización o la idolatrización del dinero
y los bienes. No se cansó de llamar al respeto por la dignidad humana, así como
al mejoramiento de las condiciones de vida en un mundo donde aún existen
sujetos que no son reconocidos como tal, y que son tratados como meros objetos.
Como él mismo lo dijo: «este es el pensamiento fundamental de mi predicación.
Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo,
más que la violación de cualquier otro derecho, porque es vida de los hijos de
Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios,
hacer imposible la reconciliación y la paz» (16-03-1980). Por eso, no se cansó
de denunciar que «hay vidas entre nuestros hermanos verdaderamente
infrahumanas, y la Iglesia predica la liberación de esa gente» (Homilía
19-06-1977).
Conclusión
A
partir de Romero se recupera un sentido fundamental del martirio cristiano. Ya
no sólo podrá ser visto como consecuencia del odium fidei, sino
también del odium caritatis, el que vivió Jesús cuando los poderes
políticos y religiosos de la época decidieron matarlo para que su mensaje de
bienaventuranza y amor no fuese escuchado.
El
mensaje de Monseñor Romero no es sólo reconocido por el mundo religioso. La
Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 24 de
marzo, aniversario de su martirio, como el «día internacional por el
derecho a la verdad, en relación con violaciones graves de los Derechos Humanos
y la Dignidad de las víctimas». En él se nos da a conocer un testimonio de vida
creyente y una persona que optó por vivir su humanidad como servicio y entrega
hasta el final, incluso hasta la muerte.
Rafael
Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico