Américo Martín 30 de junio de 2019
@AmericoMartin
Es
práctica corriente en quienes no saben discutir, rebajar a su rival a la altura
de sus limitadas fuerzas para ver si así pueden vencerlo. Cerrar por ejemplo
con sonriente brusquedad, una discusión que le haya agotado su reservorio
argumental, alegando que la condición “socialista” de su contradictor lo
condena sin más a la sinrazón. Una bien torcida manera de polemizar aun si de
verdad el otro fuera socialista, budista, aristotélico o kantiano. Los
argumentos valen por sí mismos, dicho incluso para los voceros oficialistas,
tan dados a usar bayonetas en su peculiar “batalla de las ideas”.
En
el tercer tomo de mis memorias, “Triturado entre los extremos”, sostengo que
pese a haber sido Marx un ilustre pensador, la tríada marxismo-socialismo-
comunismo nunca superó ni lo hará la frontera de la fantasía. Es un imposible
teórico y práctico, una utopía racionalista del siglo XIX, centuria no por azar
prolífica en utopías. Los que la toman en serio intentan –a sabiendas o no-
embellecer brutales dictaduras con ilusorios artificios sociales. El DRAE
define el vocablo utopía como “lo irrealizable” “lo que no existe”. Hace más de
30 años me dije: haber luchado durante años por algo que no existe es
demencial: más que error, es locura.
¿Violencia
o diálogo? Este dilema no es impropio en un país donde las instituciones no
existen o no son respetadas. La razón política puede darnos mayor claridad
sobre las tendencias, información vital para marcar rutas, eso sí: sin
fatalismo propio de adivinos. En Colombia, desde la fundación del Partido
Liberal por Ezequiel Rojas en 1848 y luego del Conservador por Eusebio Cano y
Mariano Ospina Rodríguez, siempre hubo elecciones y funcionó el Congreso muy a
pesar de las terribles guerras que la azotaron. Obviamente en la solidaria
república hermana, sería absurdo de la participación política o electoral, pero
no habiendo en Venezuela tales certezas hay que luchar fuertemente para
obtenerlas, aprovechando que es también la ruta marcada por la unidad mundial
que tanto nos ha ayudado. Pero si la oposición predica la vía pacífica y
electoral y trabaja en tal dirección, las alocadas intervenciones de la cumbre
del Poder introducen factores de inestabilidad que impiden descartar -al menos
eso- desenlaces que pesarían demasiado en el diezmado pueblo venezolano. Verdad
es que la presión puede forzar lo deseable en la medida en que la gestión
madurista retrocede, la desafiliación partidista se multiplica y en la Fuerza
Armada se acentúa el descontento y continúan las deserciones de tropa y
oficialidad.
Los
propios voceros oficialistas hablan más que nadie de preparativos golpistas,
encarcelan militares de alta graduación y escarnecen a los generales Baduel y
Rodríguez Torres, sometidos ambos a vigilancia extrema, al igual que el
vicepresidente de la AN diputado Edgar Zambrano. Hay unos 200 militares presos.
Maduro sugiere que pronto ¡será dictador de veras! y el maltratado Baduel es
acusado de aspirar a la Presidencia. No se dan cuenta que al expresarse así le
están poniendo el epitafio a la socorrida jactancia de que la fortaleza del
régimen se cimenta en la unidad cívico-militar.
Frente
a un panorama tan disociado y propenso a rupturas, la oposición democrática,
con Juan Guaidó y la AN a la cabeza, debe ampliar el soporte mundial y la
unidad nacional. Mientras más unidad, consistencia político-práctica y sentido
de la oportunidad, más se aproximará el anhelado cambio pacífico-electoral que
abra ancho cauce al regreso de millones de venezolanos. Aporte esencial éste
para que nuestra atormentada Venezuela alcance la más alta cima del desarrollo,
la prosperidad y la libertad.
Américo
Martín
@AmericoMartin
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