Trino Márquez 04 de julio de 2019
@trinomarquezc
El
régimen aspira a reducir el asesinato del capitán Rafael Acosta Arévalo y la
amputación de los ojos del joven Rufo Chácon, a censurables excesos de unos
funcionarios de la Dgcim y de unos policías de PoliTáchira. Pretende hacer
creer que detrás de esos abominables hechos no hubo una orden superior, una
cadena de mando y una política global dirigida a aniquilar a oficiales acusados
de sedición e inocular miedo en todos sus compañeros de armas. O que, en el
caso de Rufo, no hubo el mandato de reprimir sin contemplaciones a
manifestantes de zonas populares que protesten por las seculares fallas en la
distribución de gas doméstico. Nicolás Maduro busca desligarse de esos hechos
que, de nuevo, lo colocan en la picota, lo desprestigian y aíslan cada vez más.
Para esta maniobra cuenta con la colaboración del fiscal Tarek William S. No
hay que dejarlo que huya por la tangente. La violencia y la represión
despiadadas forman parte intrínseca del modelo de dominación sobre el que se
levanta su régimen.
Desde
el 10 de enero pasado, cuando se cumplió el período constitucional iniciado el
10 de enero de 2013, Maduro sabe que solo puede mantenerse en Miraflores a
partir de la coerción. Ya no le resulta posible gobernar construyendo
consensos. Su ruptura con la inmensa mayoría del país es total. Venezuela y
Maduro son irreconciliables. Los problemas que afronta la nación no serán
resueltos por el gobernante. Con él, solo podrán agravarse. Carece de la
imaginación, claridad y apoyo financiero indispensables para resolver los cuellos
de botella que se han formado en todos los sectores. Es incapaz de solucionar
el problema de la inflación, la electricidad, el transporte colectivo, la
educación, la salud, los servicios públicos. Es incapaz de detener el éxodo de
venezolanos que huye hacia el exterior. Está consciente de que él constituye el
epicentro de la crisis económica, política e institucional. Sabe que su salida
y la formación de un nuevo gobierno, electo en comicios transparentes,
permitirán despejar el camino para que Venezuela regrese progresivamente a la
normalidad. Está consciente de todas estas verdades inocultables, pero se niega
a admitirlas. Para él, no son negociables la validez de las elecciones de mayo
del año pasado, la legitimidad de su presidencia y su permanencia en el poder
hasta el 10 de enero de 2025, cuando finaliza el actual período constitucional.
Aquí es donde se tranca el serrucho y aparece el lado más oscuro del mandamás.
Maduro
solo llegará a 2025 si en la vía van quedando decenas de miles de víctimas. Unos
heridos o torturados, otros asesinados, encarcelados o deportados. Los de más
allá, expulsados porque no soportan seguir viviendo en la miseria. La
represión, rasgo dominante durante los casi siete años de su gobierno, tenderá
a acentuarse. Cada vez lo veremos más plegado al Alto Mando, más rodeado de
cubanos, guardias nacionales, colectivos y milicianos, más afincado en cuerpos
paralegales como la Faes y la Dgcim. Con ellos encarará las presiones
nacionales internacionales para que acepte iniciar el proceso que conduzca a
unas elecciones libres, supervisadas por organismos internacionales.
Esta
naturaleza intrínsecamente violenta y coercitiva del régimen de Maduro, se
desborda a cada instante. El mismo día que Michelle Bachelet se despedía de
Venezuela, se produjo la captura de los militares entre quienes se encontraba
el capitán Acosta Arévalo. El mismo que Diosdado Cabello señaló que estaba “a
buen resguardo”. En medio del escándalo e indignación que el asesinato provocó,
un par de policías sádicos del Táchira dejaron ciego a Rufo Chacón. El juez que
sigue el caso de Juan Requesen admitió las imputaciones del fiscal. Al joven
diputado se le pretende juzgar por el delito de “homicidio calificado en grado
de frustración”, cuya pena podría ser mayor a veinte años de cárcel; en tanto
que a los funcionarios capturados por su participación en el crimen del
capitán, se les quiere juzgar por un asesinato culposo, es decir, por una
acción en la que no hubo la intención de provocarle la muerte; esto, después de
haberlo golpeado hasta el cansancio. El disfrute enfermizo del régimen cuando
martiriza, llega al punto de que sus secuaces expresaron un deleite obsceno
destruyendo las coronas de flores que algunos ciudadanos colocaron en las rejas
de la Comandancia General de la Marina, en San Bernardino.
El
terrorismo lo aplica el régimen de Maduro de forma masiva o selectiva, según
los objetivos que busque. Lo singular de esta forma de terrorismo es que la
ejerce un Estado absolutamente incompetente para resolver las necesidades más
comunes de la vida cotidiana. Un Estado que no sirve ni para otorgar
pasaportes. Que ha renunciado a estar presente en amplias barrios y zonas del
territorio nacional, entregadas a la delincuencia, la guerrilla, el
narcotráfico y la minería ilegal. Estamos en presencia de una especie muy
particular de violencia: terrorismo sin Estado; o, mejor aún, de un Estado que
solo sirve para aterrorizar.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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