Ismael Pérez Vigil 06 de julio de 2019
En
la segunda guerra mundial, las tropas aliadas que derrotaron al ejército alemán
en el norte de África avanzaron por el sur de Europa camino a Berlín. Los
soviéticos, que resistieron el asedio alemán, contraatacaron Alemania desde el
este; y las tropas aliadas, por el noroeste, después de desembarcar en
Normandía se dirigieron también a Berlín. Hitler fue derrotado militarmente y
se suicidó. No hubo diálogo, no hubo negociación.
Mientras
tanto, los Estados Unidos, que habían entrado en la guerra tras ser atacados
por Japón en Pearl Harbor, derrotaron navalmente al Japón y cuando se dieron
cuenta que tendrían que desalojar a los japoneses isla por isla en el Pacífico,
bombardearon Nagasaki e Hiroshima con la nueva y poderosa arma nuclear que mató
a miles en solo dos golpes. Los japoneses, militarmente derrotados, se
rindieron incondicionalmente. No hubo diálogo, No hubo negociación.
Hay
innumerables relatos y ejemplos pero los anteriores son probablemente el
desiderátum, el modelo a citar, dos de los ejemplos favoritos por parte de
quienes consideran que la solución a la crisis venezolana es una salida
militar. Pero las preguntas que surgen, inevitablemente, son: ¿Dónde está la
poderosa “arma nuclear”, secreta, lista para ser usada por la oposición, para
disuadir al usurpador y obligarlo a renunciar? ¿Dónde están las fuerzas
militares aliadas dispuestas a invadir Venezuela, como invadieron Europa, ahora
que incluso, hasta la OEA de Almagro clama por “la restauración pacífica de la
democracia” y llama “a que se convoquen elecciones presidenciales libres,
justas, transparentes y legítimas lo más pronto posible”?
Ni
esa poderosa arma nuclear ni esas tropas aliadas existen, y quienes claman por
la opción militar no lo mencionan; y muchos otros: analistas políticos,
periodistas, dirigentes políticos y de organizaciones de la sociedad civil,
callan también. Hay un cierto y sospechoso temor a no “molestar”, a no “herir
la sensibilidad” de una supuesta opinión pública que nadie conoce bien cómo
piensa, aunque –supuestamente en su nombre– se manifieste con virulencia el
enjambre de la antipolítica en las redes sociales, favoreciendo esta opción para
superar la crisis venezolana. En algunos casos hacen llamados que saben que no
se cumplirán, pero con ellos lo que buscan es desprestigiar y desplazar a la
dirigencia política que ahora encabeza la oposición. Pero, en otros casos, son
llamados “grandilocuentes” a una acción armada que la mayoría de los que los
hacen saben que no tiene ningún destino, ninguna posibilidad, ni utilidad, pero
les permite figurar como “radicales heroicos” a la par que tranquilizan su
conciencia.
Pero
la realidad es terca y vuelve entonces la palabra maldita: “negociación”, a
quedar sobre la mesa como única opción ante lo que ya señaláramos la semana
pasada de un “empate” en una confrontación en la que ninguno de los dos bandos
tiene la posibilidad de imponer su voluntad al otro.
Sobre
la negociación –que se dará no importa donde– sabemos bien cuál es el objetivo
que persigue la oposición: acabar con este régimen de oprobio que implica la
salida del usurpador y al final, la convocatoria a unas elecciones libres,
democráticas y observadas de cerca por la comunidad internacional.
No
está, sin embargo, tan claro qué es lo que persigue la dictadura y sobre todo
cuáles son las razones que la llevan a la mesa de negociación. No soy de los
que piensa que es por ganar tiempo, pues ellos tienen todo el tiempo que les da
la fuerza de las armas; y no parece realista pensar que quien tiene todo el
poder y la fuerza física para mantenerlo, lo va a entregar sin más y se va a
“retirar” dejando el terreno libre y despejado, exponiéndose además a que
muchos de sus personeros vayan a la cárcel, al exilio y entreguen fortunas mal
habidas.
Esa
“decisión” de negociar por parte de la dictadura, tampoco es –ni mucho menos–
un acto “magnánimo” de reconocimiento y arrepentimiento por los errores cometidos;
creo que se debe a dos premisas y tres factores, al interior del chavismo, que
presionan por una salida y que se deben analizar.
Una
premisa es que el país es política y económicamente ingobernable para la
dictadura; el régimen no dispone de medios económicos para resolver ninguno de
los graves problemas del país –aunque le interesara– y recibe más por ingresos
ilegales o irregulares, que petroleros y desde el punto de vista político, solo
le es posible sostenerse en el poder por la fuerza y repitiendo episodios como
el arresto arbitrario de diputados, muertes y asesinatos y otros actos de
represión, abusos y torturas. La segunda premisa es que existe una “oposición”
que no ha podido ser derrotada tras 20 años de represión y que hoy cuenta con
el apoyo de la inmensa mayoría de la población y –lo más importante, lo que de
verdad afecta al régimen– con poderosos aliados de la comunidad internacional,
que podrían hasta llegar a ser, dado un caso extremo, una amenaza militar
creíble.
Los
tres factores al interior del chavismo que se conjugan para buscar una
negociación son, en resumen:
1-
Un sector, civil y cívico-militar ligado a la dictadura que ha logrado
“posicionarse”, nacional e internacionalmente, gracias a los “negocios” que ha
podido hacer, con y a la sombra del régimen, en estos 20 años. De producirse
una “salida de fuerza” del régimen perdería todo o casi todo y por supuesto esa
no es la alternativa que desea. Una negociación, si no están involucrados en
violación de derechos humanos o acusados de narcotráfico, les permitiría salvar
lo salvable. Ese grupo presiona fuertemente para un proceso de deposición del
usurpador y negociación con la oposición y sus aliados.
2-
Un sector militar que conserva rasgos de institucionalidad y que no ha estado involucrado
o muy involucrado en actos de corrupción, en “negocios” con el presupuesto
nacional en compras de alimentos e importaciones y, sobre todo, que no ha
participado en delitos de lesa humanidad y que no está acusado de narcotráfico,
que ve en la salida del régimen una oportunidad de continuar su carrera militar
y por tanto presiona e incluso participa y promueve actos de rebelión. En estos
últimos meses hemos visto manifestarse, en grupo e individualmente, a este
sector en diversos eventos y hasta han favorecido la libertad de presos
políticos opositores.
3-
En menor grado, pero de influencia no despreciable, un sector internacional
–Rusia y sobre todo China– que públicamente apoya al régimen, pero que ve en la
salida de la dictadura una vía para salvar sus inversiones y negocios en el
país y, principalmente, una vía para mejorar su posición negociadora
internacional con los Estados Unidos y Europa y, sin quitarle el apoyo al
régimen, probablemente lo presiona para que se dé una salida negociada del gobierno
de usurpación.
Estos
tres factores se conjugan y parecen ser, por momentos, tan poderosos como para
neutralizar a otros factores internos, cívico-militares, o militares, ligados a
la dictadura, involucrados en la corrupción, la violación de derechos humanos,
el ejercicio de la violencia por parte de colectivos, milicianos, guerrilleros
colombianos o delincuentes comunes, etc. Este grupo cívico-militar es el grupo
que más resistencia pone a un cambio de régimen mediante una negociación, pues
saben que eso sería su fin.
La
situación que permita una salida negociada, con elecciones verdaderamente
libres, se resolverá en la medida que la oposición y sus aliados
internacionales logren mantener la presión interna y la amenaza creíble de una
intervención internacional, que obligue a que el sector militar, único sostén
de la dictadura, incline la balanza para una salida negociada a la crisis que
vivimos.
Ismael
Pérez Vigil
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