Francisco Fernández-Carvajal 09 de agosto de
2019
@hablarcondios
— La fe capaz de trasladar montañas. Cada día tienen
lugar en la Iglesia los milagros más grandes.
— Más gracias cuanto mayores son los obstáculos.
— Fe con obras.
I. Entre una
inmensa muchedumbre que espera a Jesús, se adelantó un hombre y, puesto
de rodillas, le suplicó: Señor, ten compasión de mi hijo...1.
Es una oración humilde la de este padre, como reflejan su actitud y sus
palabras. No apela al poder de Jesucristo sino a su compasión; no hace valer
méritos propios, ni ofrece nada: se acoge a la misericordia de Jesús.
Acudir al Corazón misericordioso de Cristo es ser
oídos siempre: el hijo quedará curado, cosa que no habían logrado anteriormente
los Apóstoles. Más tarde, a solas, los discípulos preguntaron al
Señor por qué ellos no habían logrado curar al muchacho endemoniado. Y Él
les respondió: Por vuestra poca fe. Porque os digo que si tuvierais fe como un
grano de mostaza, podríais decir a este monte: trasládate de aquí allá, y se
trasladaría y nada os sería imposible.
Cuando la fe es profunda participamos de la
Omnipotencia de Dios, hasta el punto de que Jesús llegará a decir en otro
momento: el que cree en Mí, también hará las obras que Yo hago, y las
hará mayores que estas, porque Yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre
eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si pidiereis algo en mi
nombre, Yo lo haré2.
Y comenta San Agustín: «No será mayor que yo el que en mí cree; sino que yo
haré entonces cosas mayores que las que ahora hago; realizaré más por medio del
que crea en mí, que lo que ahora realizo por mí mismo»3.
El Señor dice a los Apóstoles en este pasaje del
Evangelio de la Misa que podrían «trasladar montañas» de un lugar a otro,
empleando una expresión proverbial; entre tanto, la palabra del Señor se cumple
todos los días en la Iglesia de un modo superior. Algunos Padres de la Iglesia
señalan que se lleva a cabo el hecho de «trasladar una montaña» siempre que
alguien, con la ayuda de la gracia, llega donde las fuerzas humanas no
alcanzan. Así sucede en la obra de nuestra santificación personal, que el
Espíritu Santo va realizando en el alma, y en el apostolado. Es un hecho más sublime
que el de trasladar montañas y que se opera cada día en tantas almas santas,
aunque pase inadvertido a la mayoría.
Los Apóstoles y muchos santos a lo largo de los siglos
hicieron admirables milagros también en el orden físico; pero los milagros más grandes
y más importantes han sido, son y serán los de las almas que, habiendo estado
sumidas en la muerte del pecado y de la ignorancia, o en la mediocridad
espiritual, renacen y crecen en la nueva vida de los hijos de Dios4.
«“Si habueritis fidem, sicut granum sinapis!” -¡Si tuvierais fe tan grande como
un granito de mostaza!...
»—¡Qué promesas encierra esa exclamación del Maestro!»5.
Promesas para la vida sobrenatural de nuestra alma, para el apostolado, para
todo aquello que nos es necesario...
II. Señor,
¿por qué no hemos podido curar al muchacho? ¿Por qué no hemos podido
hacer el bien en tu nombre? San Marcos6,
y muchos manuscritos en los que se recoge el texto de San Mateo, añade estas
palabras del Señor: Esta especie (de demonios) no
puede expulsarse sino por la oración y el ayuno.
Los Apóstoles no pudieron librar a este endemoniado
por falta de la fe necesaria; una fe que había de expresarse en oración y
mortificación. Y nosotros también nos encontramos con gentes que precisan de
estos remedios sobrenaturales para que salgan de la postración del pecado, de
la ignorancia religiosa... Ocurre con las almas algo semejante a lo que sucede
con los metales, que funden a diversas temperaturas. La dureza interior de los
corazones necesita, según los casos, mayores medios sobrenaturales cuanto más
empecinados estén en el mal. No dejemos a las almas sin remover por falta de
oración y de ayuno.
Una fe tan grande como un grano de mostaza es capaz de
trasladar los montes, nos enseña el Señor. Pidamos muchas veces a lo largo del
día de hoy, y en este momento de oración, esa fe que luego se traduce en
abundancia de medios sobrenaturales y humanos. Esta es la victoria que
vence al mundo: nuestra fe7.
«Ante ella caen los montes, los obstáculos más formidables que podamos
encontrar en el camino, porque nuestro Dios no pierde batallas. Caminad,
pues, in nomine Domini, con alegría y seguridad en el nombre del
Señor. ¡Sin pesimismos! Si surgen dificultades, más abundante llega también la
gracia de Dios; si aparecen más dificultades, del Cielo baja más gracia de
Dios; si hay muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios. La ayuda divina es
proporcionada a los obstáculos que el mundo y el demonio opongan a la labor
apostólica. Por eso, incluso me atrevería a afirmar que conviene que haya
dificultades, porque de este modo tendremos más ayuda de Dios: donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5, 20)»8.
Las mayores trabas a esos milagros que el Señor
también quiere realizar ahora en las almas, con nuestra colaboración, pueden
venir sobre todo de nosotros mismos: porque podemos, con visión humana,
empequeñecer el horizonte que Dios abre continuamente en amigos, parientes,
compañeros de trabajo o de estudio, o conocidos. No demos a nadie por imposible
en la labor apostólica; como tantas veces han demostrado los santos, la
palabra imposible no existe en el alma que vive de fe
verdadera. «Dios es el de siempre. —Hombres de fe hacen falta: y se renovarán
los prodigios que leemos en la Santa Escritura.
»—“Ecce non est abbreviata manus Domini” —El brazo de
Dios, su poder, no se ha empequeñecido!»9.
Sigue obrando hoy las maravillas de siempre.
III.
«Jesucristo pone esta condición: que vivamos de la fe, porque después seremos
capaces de remover los montes. Y hay tantas cosas que remover... en el mundo y,
primero, en nuestro corazón. ¡Tantos obstáculos a la gracia! Fe, pues; fe con
obras, fe con sacrificio, fe con humildad. Porque la fe nos convierte en
criaturas omnipotentes: y todo cuanto pidiereis en la oración, como
tengáis fe, lo alcanzaréis (Mt 21, 22)»10.
La fe es para ponerla en práctica en la vida
corriente. Habéis de ser no solo oyentes de la palabra, sino hombres
que la ponen en práctica: estote factores verbi et non auditores tantum11.
Haced, realizad en vuestra vida la palabra de Dios y no os limitéis a
escucharla, nos exhorta el Apóstol Santiago. No basta con asentir a la
doctrina, sino que es necesario vivir esas verdades, practicarlas, llevarlas a
cabo. La fe debe generar una vida de fe, que es manifestación de la amistad con
Jesucristo. Hemos de ir a Dios con la vida, con las obras, con las penas y las
alegrías... ¡con todo!12.
Las dificultades proceden o se agrandan con frecuencia
por la falta de fe: valorar excesivamente las circunstancias del ambiente en
que nos movemos o dar demasiada importancia a consideraciones de prudencia
humana, que pueden proceder de poca rectitud de intención. «Nada hay, por fácil
que sea, que nuestra tibieza no nos lo presente difícil y pesado; como nada hay
tampoco tan difícil y penoso que no nos lo haga del todo fácil y llevadero
nuestro fervor y determinación»13.
La vida de fe produce un sano «complejo de
superioridad», que nace de una profunda humildad personal; y es que «la fe no
es propia de los soberbios sino de los humildes», recuerda San Agustín14:
responde a la convicción honda de saber que la eficacia viene de Dios y no de
uno mismo. Esta confianza lleva al cristiano a afrontar los obstáculos que
encuentra en su alma y en el apostolado con moral de victoria, aunque en
ocasiones los frutos tarden en llegar. Con oración y mortificación, con el
trato de amistad, con nuestra alegría habitual, podremos realizar esos milagros
grandes en las almas. Seremos capaces de «trasladar montañas», de quitar las
barreras que parecían insuperables, de acercar a nuestros amigos a la
Confesión, de poner en el camino hacia el Señor a gentes que iban en dirección
contraria. Esa fe capaz de trasladar montes se alimenta en el trato íntimo con
Jesús en la oración y en los sacramentos.
Nuestra Madre Santa María nos enseñará a llenarnos de
fe, de amor y de audacia ante el quehacer que Dios nos ha señalado en medio del
mundo, pues Ella es «el buen instrumento que se identifica por completo con la
misión recibida. Una vez conocidos los planes de Dios, Santa María los hace
cosa propia; no son algo ajeno para Ella. En el cabal desempeño de tales
proyectos compromete por entero su entendimiento, su voluntad y sus energías.
En ningún momento se nos muestra la Santísima Virgen como una especie de
marioneta inerte: ni cuando emprende, vivaz, el viaje a las montañas de Judea
para visitar a Isabel; ni cuando, ejerciendo de verdad su papel de Madre, busca
y encuentra a Jesús Niño en el templo de Jerusalén; ni cuando provoca el primer
milagro del Señor; ni cuando aparece –sin necesidad de ser convocada– al pie de
la Cruz en que muere su Hijo... Es Ella quien libremente, como al decir Hágase,
pone en juego su personalidad entera para el cumplimiento de la tarea recibida:
una tarea que de ningún modo le resulta extraña: los de Dios son los intereses
personales de Santa María. No es ya solo que ninguna mira privada suya
dificultase los planes del Señor: es que, además, aquellas miras propias eran
exactamente estos planes»15.
1 Mt 17,
14-20. —
2 Jn 14,
12-14. —
3 San
Agustín, Datado sobre el Evangelio de San Juan, 72, 1.
—
4 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.
—
5 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 585. —
6 Mc 9,
29. —
7 1
Jn 5, 4. —
8 A.
del Portillo, Carta pastoral 31-V-1987, n. 22. —
9 San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 586. —
10 ídem, Amigos
de Dios, 203. —
11 Sant 1,
22. —
12 Cfr. P.
Rodríguez, Fe y vida de fe, p. 173. —
13 San
Juan Crisóstomo, De compunctione, 1, 5. —
14 San
Agustín, cit. en Catena Aurea, vol. VI, p. 297. —
15 J.
M. Pero-Sanz, La hora sexta, Rialp, Madrid 1978, p. 292.
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