PEDRO BENÍTEZ 10 de febrero de 2024
La
historia contemporánea de las sociedades está repleta de situaciones en la
cuales es menos importante recordar “el cómo llegamos a esto”, que saber “el
cómo salir de esto”. En ese sentido, Venezuela se encuentra ante una
oportunidad que, a su vez, es una encrucijada crítica.
Esa
oportunidad lo constituyen los dos acuerdos sobre “la promoción de derechos
políticos y garantías electorales para todos” y “la protección de los intereses
vitales de la Nación”, que firmaron los delegados del gobierno de Nicolas
Maduro y de los partidos opositores congregados en la Plataforma Unitaria (PU)
el 17 de octubre pasado en Bridgetown, capital de Barbados, siendo testigos de
buena fe los representantes diplomáticos del país anfitrión, de Noruega, Rusia,
Países Bajos, Colombia, México y Estados Unidos.
La encrucijada consiste en si se cumplen o no.
Una
medida de la trascendencia de ese compromiso asumido en presencia, insistamos,
de buena parte de la comunidad internacional, la dio el propio Maduro el jueves
26 de octubre siguiente cuando convocó y encabezó “La Conferencia Nacional por
el Diálogo, la Paz y la Convivencia, en ratificación de los Acuerdos de
Barbados”.
El
evento, efectuado en un conocido hotel de la ciudad de Caracas y ampliamente
difundido por la red de medios públicos, contó con la presencia de diversos
sectores políticos y empresariales que, en la misma línea, manifestaron su
respaldo a los acuerdos suscritos, insistiendo en la solicitud de levantar por
completo “todas las sanciones impuestas”.
Sólo
por recordar, mencionemos que entre los asistentes destacaron el presidente del
parlamento, Jorge Rodríguez, la vicepresidente ejecutiva, Delcy Rodríguez; los
alcaldes de Caracas y Chacao, Carmen Meléndez y Gustavo Duque respectivamente;
así como el Alto Mando Militar, el presidente de Fedecámaras, Adán Celis,
directivos de cámaras industriales, de la Central Bolivariana de Trabajadores,
de diversas organizaciones religiosas, empresarios; y representantes de
partidos políticos no afectos a la PU como Alianza Lápiz, Avanzada Progresista,
Cambiemos y Fuerza Vecinal. Es decir, todos esos sectores con los cuales Maduro
y Jorge Rodríguez han intentado (o pretendido) erigir, desde la elección de la
Asamblea Nacional de 2020, una imagen de normalización política, social y
económica.
La
firma de los Acuerdos de Barbados
De
modo, que (en teoría) la firma de los Acuerdos de Barbados fue (o debe haber
sido) un momento muy importante para Maduro. Todos los gobiernos del mundo
buscan el reconocimiento de sus pares; esa es una de las fuentes de su poder
interno. El suyo no es la excepción.
Además,
en este caso en concreto, esos acuerdos son la oportunidad de cambiar
radicalmente las expectativas económicas en Venezuela al normalizar sus
relaciones con el resto del mundo, concretamente con Estados Unidos, cuyo
gobierno es el valedor de los mismos.
Para
decirlo claramente, los Acuerdos de Barbados se dan en el marco de otra
negociación (la negociación clave) entre los enviados del inquilino de la Casa
Blanca, que tiene el poder para imponer, quitar o flexibilizar las sanciones
que afectan, en particular, a la alicaída industria petrolera venezolana, y
Miraflores. En el trato PDVSA (es decir, el gobierno) mejoraría su flujo de
caja en divisas para la campaña electoral de 2024, mientras que el regreso de
las compañías petroleras estadounidenses al país cambiaría, de manera muy
importante, sus expectativas económicas en el largo plazo. En su intento
reeleccionista esa debería haber sido, se supone, la gran oferta de Maduro a
los electores venezolanos y, en concreto, a los grupos empresariales que con
los que se ha acercado en los últimos tiempos. Estabilidad y recuperación. Yo
me quedo, pero esta vez prometo hacer las cosas mejor.
Estados
Unidos y México
A
cambio, la firma de los acuerdos del 17 de octubre le dio a la PU la
oportunidad de efectuar el siguiente fin de semana la primaria para elegir su
candidatura. ¿Qué obtenía la administración Biden a cambio? Nuevamente, el
cambio de las exceptivas en Venezuela, su estabilización, y, con ello, una
disminución importante en el flujo de venezolanos que alimentan la crisis
migratoria en la frontera sur de Estados Unidos, un tema central en el año
electoral allá.
De
hecho, en el citado acto del 26 de octubre, Maduro aseguró haberle prometido al
presidente de México, Andrés Manuel López Obrador: “…que una vez que se
levanten todas las sanciones contra Venezuela, yo garantizo y le doy mi palabra
que en un año a partir de ese momento nosotros revertiremos todas las
corrientes migratorias”. El asunto estaba sobre la mesa.
Nos
puede parecer muy mal la decisiva influencia que Estados Unidos tiene sobre la
economía venezolana y, por consiguiente, en su destino; pero las cosas son como
son y no como deberían ser, o nos gustaría que fueran. El país se encuentra al
final de un ciclo de 25 años en el cual el régimen chavista ha fracasado en la
mil veces proclamada pretensión de contribuir a un “mundo multicéntrico y
pluripolar”, y “convertir a Venezuela en un país potencia”.
Según
el plan Siembra Petrolera (concebido por allá en 2005) hoy el país debería
encontrarse en los seis millones de barriles de producción por día (b/d). En
cambio, la industria petrolera nacional difícilmente supera los 800 mil
barriles b/d y todo indica que, si el día de mañana, el Departamento del Tesoro
levantara unilateralmente y sin condiciones todas las sanciones comerciales y
financieras, su situación no cambiaría mucho dando el nivel destrucción del
tejido productivo nacional y de la masiva expulsión de capital humano que el
país ha padecido. Por ejemplo, con continuos apagones eléctricos no hay
recuperación económica posible. Pero hay otro detalle no menor que se pasa por
alto: desde noviembre de 2017 el país se encuentra en cesación de pagos de su
deuda externa. Sin las licencias petroleras estadounidenses, los acreedores,
bonistas y sus asesores (muchos de los cuales se lamentan en las redes sociales
de las consecuencias humanas de las mismas) caerían como hienas sobre los
cargamentos de crudo venezolano y los pocos activos que le quedan al país en el
exterior.
De
paso, en una de sus acciones más desquiciadas y estúpidas, el régimen chavista
se ha dedicado a desmantelar la base industrial de Guayana a la que todos los
gobiernos venezolanos de la segunda mitad del siglo XX apostaron como
alternativa de desarrollo al país petrolero.
La
Venezuela del 2024
En
resumidas cuentas, la Venezuela del 2024 es un país arruinado, con un Estado
quebrado, dominado por una elite cleptocrática insaciable. Tanto es así, que
desde el año 2016 el gobierno de la República Popular China no le ha concedido
al régimen chavista ni medio dólar, ni medio yuan, de crédito. En el Banco de
Desarrollo de China saben, mejor que nadie, con quién han tratado. Durante los
años 2012 y 2013 el embajador chino en Caracas se quejaba abiertamente ante el
resto del cuerpo diplomático por los incumplimientos del gobierno chavista.
Venezuela
está dominada por un grupo de poder que se ha ganado bien la fama de no honrar
sus compromisos internacionales (excepto a Cuba, donde también se quejan). Y
nadie le va a prestar o invertir en serio en un país cuyo gobierno actúa de esa
manera. Allí está el detalle.
Más
allá de las sanciones estadounidenses, los Acuerdos de Barbados son importante
por eso. Si no se cumplen, en (y sobre) Venezuela las expectativas de salir del
túnel se hundirán y sobrevendrá una hecatombe social. Menos inversiones y más
emigración. El retorno de la hiperinflación será algo casi inevitable puesto
que la actual (y absurda) política cambiaria, mediante la cual se suministra
continuamente dólares a fin de evitar una devaluación súbita, es una bomba de
tiempo que más temprano que tarde explotará. Ese es el cuadro.
Pero
resulta que los herederos del poder chavista son prisioneros de sí mismos. Al
parecer no pueden evadir su naturaleza. Un día montan un acto a todo trapo para
reiterar su compromiso con un convenio que firmaron en presencia de la
comunidad internacional, para al día siguiente, en medio de un repentino ataque
de nacionalismo, escalar un conflicto con Guyana. A la semana siguiente se
olvidan del asunto, “descubren” cinco conspiraciones de cuya existencia
“sabían” y en las que estarían involucrados los mismos actores con los que negociaban
ese mismo compromiso. Y así.
Puede
que se hayan creído el cuento según el cual el petróleo venezolano es vital
para Estados Unidos. Información errada. Como el primer productor mundial de
hidrocarburos (de lejos) y primer exportador de gas natural, casi ha alcanzado
la autosuficiencia en esa materia. En cambio, en el mapa energético mundial
Venezuela hoy por hoy es casi irrelevante…gracias al chavismo. También es
probable que persistan en desestimar la auténtica magnitud del descontento
nacional, lo que explica la desagradable sorpresa que se llevaron el 22 de
octubre pasado.
Aferrarse
al poder
Como
sea, los herederos parecen lanzados en una carrera frenética por aferrarse al
poder a toda costa, apostándolo todo a que su capacidad para la maniobra y la
intriga (que incluye el uso de grupos de WhatsApp) termine por volar en los
aires la unidad del campo democrático y que María Corina Machado se lance
nuevamente a los caminos verdes de la abstención electoral. Y si eso no
resultara, pueden intentar efectuar una elección tipo referéndum del pasado 3
de diciembre con el aplauso de sus satélites.
No nos
engañemos, esto no se trata de la inhabilitación de María Corina Machado. Aquí
lo que se busca es que Maduro se perpetúe en el poder, evadiendo la voluntad de
la mayoría de los venezolanos, y con la complacencia de muchos que creen que
una tercera parte no puede ser peor que las dos primeras. Pero el plan final no
es muy distinto a 2018; seguir en Miraflores así el país sea arrasado una vez
más.
Las
opciones para Venezuela hoy son muy claras: ante la eventualidad de perder unas
elecciones presidenciales más o menos presentables, el poder chavista tiene la
opción de organizar una salida ordenada y sin sobresaltos del poder. Sin
perseguidos ni perseguidores. El Acuerdo de Barbados es el primer escalón que
garantiza eso.
La
alternativa es el camino a lo desconocido.
Un
escenario en el cual, Nicaragua será un paraíso. Managua, un buen lugar para
vivir.
PEDRO
BENÍTEZ
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