Si un aspecto podemos reivindicar del accidentado proceso electoral que habrá de culminar el 28 de julio con la elección del nuevo presidente de la República, Edmundo González Urrutia, es haber dejado acabadamente expuesto ante el mundo y en toda su desnudez la cualidad antidemocrática del régimen que hundió y sigue (des) gobernando a Venezuela.
Partiendo de que la ilegalidad es la verdadera norma, todos los abusos han sido posibles. Todas las desviaciones han encontrado camino expedito. Todos los ventajismos y atropellos han sido perpetrados ante la prosternación de las instituciones, fiel reflejo de la concentración de los poderes en unas pocas manos y su instrumentación con fines de perpetuación en el control del Estado.
La ya rutinaria radicalización del discurso del presidente de la República en cada campaña, amenazando con «un baño de sangre, una revolución armada, una guerra civil» –desesperado e inútil intento por sembrar el terror– encuentra correspondencia en las acciones violentas que se han venido cometiendo contra el comando de campaña de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, quien le mueve apoyos multitudinarios.
Esta semana esa escalada tuvo dos picos cuando se arremetió directamente contra el equipo de María Corina Machado. Primeramente con la detención de su jefe de seguridad, Milciades Ávila, liberado sin dar explicaciones 48 horas después, en lo que parece una nueva comprobación de que hacia el interior del régimen, dadas las idas y venidas, marchas y contramarchas, no todo es coser y cantar entre los líderes de sus parcelas.
La otra acción, impensable en el desarrollo de unas elecciones libres, fue la vandalización de dos vehículos en los que Machado ha venido realizando su impresionante recorrido por todo el país. Haber dañado esos autos (cortar las conexiones del freno, vaciar el depósito de aceite) de forma que han podido poner en riesgo la vida de la lideresa opositora ha sido un escándalo mundial.
Y hacia lo interno otro impulso al sentimiento de repudio que generan tales acciones atrabiliarias, impúdicas e impunes (¿dónde está el fiscal general?) ejecutadas sin el mayor respeto por toda la población, que hoy desea fervientemente un país con decencia política y funcionamiento democrático.
En el histórico proceso Watergate (1972), la investigación periodística reveló cómo desde la propia Casa Blanca el Comité para la Reelección del presidente Nixon, financió y utilizó un poderoso aparataje para sabotear las internas del partido Demócrata. Fueron acciones secretas, subterráneas, ejecutadas tras bastidores con lujo de ingenio y perversidad para espiar y sembrar confusión e intrigas entre sus rivales políticos.
Aquí no hay nada secreto. Todos hemos podido ver cómo el sistema electoral venezolano ha sido corrompido desde la cima del poder. A imagen y semejanza de todo el entorno. Y, como en Washington, por autoridades en ejercicio presas de una desaforada ambición reeleccionista, pero en adición con vocación totalitaria.
El centro de la conspiración contra unas elecciones limpias todos sabemos dónde ha estado. No ocultan de dónde salen las órdenes y a quienes se le rinden cuentas. Pero además, no hay mayor desviación, afrenta y desafío que vociferarle a la sociedad que ganaremos «por las buenas o por las malas» y que no entregarán el bastón de mando, sin que ninguna institución salga al paso o pida una explicación.
Nixon, ciertamente, contó con su ventajismo y viles manejos para lograr su victoria reeleccionista en un proceso comicial previamente envilecido. Pero la historia recoge su triste final, en medio del rechazo nacional, saliendo del poder por la puerta de atrás, apenas había comenzado su segundo período de gobierno.
La oposición venezolana está unida, fortalecida, y decididamente organizada y emplazada hacia un triunfo contundente el 28 de julio, pasando por encima de las incontables artimañas y trapacerías del régimen. Poca mella hace ya en la población las gastadas letanías y fanfarronerías reeleccionista de la propaganda plumífera. El favor popular no los acompañan, como lo recogen las verdaderas encuestas. El pueblo venezolano está preparado para defender esa victoria en las mesas y ante cualquier intento de desmán oficialista opondrá su voluntad cívica y soberana de rechazo a una tiranía.
En esas multitudes que van tras Edmundo González Urrutia y María Corina Machado bulle la emocionalidad, el entusiasmo, crece el optimismo ante la inminencia de un paso crucial para iniciar la recuperación del país, la reconstrucción de su funcionamiento institucional y la recuperación económica y social. Pero sobre todo hay un creciente y desbordante furor en camino hacia la libertad. Y eso habrá que respetarlo y acatarlo.
https://talcualdigital.com/furor-libertario-por-gregorio-salazar/
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