Benigno Alarcón Deza 24 de julio de 2024
Desde hace días ya, pero cada día más, las salas situacionales dependientes de los brazos del pulpo estatal deben andar enloquecidas revisando números y escenarios, propios y ajenos, incluidos los nuestros, escribiendo memos, algunos honestos y otros maquillados para no disgustar a sus jefes, y haciendo recomendaciones, algunas realistas y otras infantiles, sobre qué hacer. Lo que hará el gobierno será siempre incierto porque va a depender de la información que manejen los principales decisores, de cómo interpreten esa información y de las decisiones que una multiplicidad de actores, que no siempre estarán de acuerdo, tomen en las próximas horas y días, bajo la presión de circunstancias excepcionales para todos, considerando que una cosa es lo que quieren y otra, muy distinta, lo que pueden hacer.
Del
lado de la oposición, que hoy incluye a tres cuartas partes del país que quiere
un cambio de gobierno y de sistema, democracia y un nuevo modelo político,
social y económico, predecir luce mucho más sencillo. La gente votará
masivamente por el cambio y un porcentaje muy importante de los que votarán, y
también de los que no lo harán porque no pueden, se involucrará de múltiples
maneras al proceso, desde ayudar a los que no pueden trasladarse a los centros
o no saben dónde votar, a los que pasarán largas horas en las colas, o a los
testigos que pasarán el día vigilando las mesas de votación, hasta involucrarse
en las auditorías públicas para contar los votos y exigir el respeto por los
resultados en cada mesa de votación a lo largo y ancho del país.
Evidentemente,
como sucede en toda situación estratégica, caracterizada por la competencia
entre actores que persiguen ganar un juego, una elección o una batalla, no se
gana hasta que se gana, por lo que es predecible que tanto el gobierno como la
oposición intenten todo lo que estén en capacidad de hacer hasta el final, por
lo que el juego no termina con el cierre de las mesas de votación, sino que
“termina cuando termine” con un resultado que sea aceptado, lo que implica una
victoria legítima y sin cuestionamientos.
Un
resultado cuestionado como el que ocurrió en 2013 cuando Maduro se impuso a
Capriles, supuestamente, por apenas unos 200.000 votos, sin discusión ni
derecho a pataleo, no es un escenario posible 11 años después porque la actitud
del venezolano, que cree que un cambio de gobierno es importante y depende de
todos nosotros[1],
es radicalmente distinta, y ni hablar de la actitud del actual liderazgo
dispuesto a jugárselo todo en lo que ha sido una “campaña admirable” y será una
“batalla electoral” sin precedentes en la historia del país.
Considerando
la realidad actual, moldeada por unas tendencias que están hoy más que consolidadas,
y a riesgo de las críticas que algunos harán a este artículo que considerarán
sesgado e impropio de un analista honesto, que es lo que siempre he pretendido
ser, nos atrevemos a predecir, desde el conocimiento que tenemos del país, tras
muchos años recorriéndolo, analizándolo y estudiándolo, que el 28 de julio
tendremos una elección que no será un evento electoral convencional sino la
canalización pacífica de la expresión de un gran movimiento, de una revolución
social por un cambio democrático. En él participarán, cuando menos, las tres
cuartas partes del país que, desde muy temprano, colmarán los centros de
votación, lo que implicará que veremos largas colas de votantes, y mientras más
largas las colas más preocupadas estarán las salas situacionales de Miraflores
y de otras instancias que, como sucede con los GPSs, estarán recalculando
escenarios y rutas estratégicas durante todo el día, para llegar a la
conclusión de que todos los caminos conducen, inevitablemente, a la derrota del
gobierno en las urnas y al triunfo de los demócratas.
Si me
equivoco en mis predicciones, aceptaré, humildemente, que mi sesgo democrático
y el deseo por ver un cambio en mi país se impuso sobre el buen criterio que
debe privar siempre en las preferencias de un analista, que nunca debe ser
optimista ni pesimista porque, pese a las ventajas psicológicas de ser
optimista, una u otra actitud constituyen sesgos para un buen análisis.
Hechas
las aclaratorias de rigor sobre mi posición, creo que el gobierno, al igual que
yo, está consciente de la muy alta probabilidad de este escenario e intentará
todo lo que esté en sus manos para evitarlo, incluida la aún posible
eliminación de la tarjeta de la Unidad, que concentra hoy más del 70% de la
intención de voto de la oposición; la inhabilitación judicial del candidato
Edmundo González; la suspensión de la elección; los atentados contra la líder
María Corina Machado o el candidato Edmundo González; además de todo lo que se
podría hacer el mismo día de la elección.
La
realidad es que si nada de esto ha pasado hasta ahora, no es porque no haya la
disposición a intentar cualquier cosa, sino porque en los cálculos del
gobierno, y también en los nuestros, cualquier intento por quitar a la
oposición de la carrera electoral destruye la utilidad legitimadora de la
elección, lo cual hace que tener o no la elección el próximo domingo 28 sea lo
mismo, sería una elección inútil, lo que además de eliminar cualquier ápice de
reconocimiento a los resultados y al presidente electo, se traduciría en más
sanciones, mayor aislamiento internacional y en la apertura de una caja de
Pandora de la que puede salir cualquier cosa menos la gobernabilidad, el reconocimiento
y la legitimidad que Maduro buscaba y necesitaba de esta elección.
La
suspensión de la elección, como estoy seguro de que el gobierno sabe, tampoco
servirá de mucho, sino que agravaría su situación para el momento en que, más
temprano que tarde, se vea obligado a reprogramar un nuevo proceso al que todos
asistiríamos, como en Barinas, conscientes de su derrota.
Queda
entonces todo lo que se intentará hacer el mismo día de la elección, a lo que
tampoco le auguró mayor éxito. Entre las cosas que se especula podrían ocurrir
está el entorpecimiento del proceso (operación morrocoy) en los centros de
mayor volumen de votantes y en donde gana tradicionalmente la oposición. Veo
difícil que la gente, conociendo lo cerca que está de un anhelado cambio
político, abandone las colas porque sean largas o lentas. Creo que la gente,
consiente como está ya de esta posibilidad, irá preparada para pasar una larga
jornada en la calle. Al final del día este es un país acostumbrado a las colas,
y de esta cola dependerá que tengamos que hacer menos colas en el futuro. Ese
día seguramente veremos al ingenio del venezolano arreglándoselas para hacer el
proceso más llevadero. Tendremos gente apoyándose solidariamente, a otros
llevando sus maracas y sus cuatros, e incluso a otros jugando una partidita de
dominó, etc. Y por supuesto no faltará quienes hagan presión sobre los
responsables del manejo de los centros para que se respete el derecho de la
gente a votar.
Cabría
también esperar que en algunos lugares, excepcionalmente, se trate de asustar a
los electores, como se hizo durante la Primaria, para que la gente abandone las
colas y se retire de las calles. Pero, al igual que sucedió en ese proceso, si
la gente se retira de los centros por alguna amenaza puntual, no pasará mucho
tiempo antes de que retornen para retomar sus puestos en la cola. Tretas como
estas, lejos de asustar a la gente exacerbarán la indignación y la decisión de
hacer lo que haya que hacer para votar y materializar un cambio.
Sin el
ánimo de ser exhaustivo porque las posibilidades son infinitas, otro momento
crítico puede presentarse al momento del cierre del centro que, según el
reglamento emitido por el Consejo Nacional Electoral (CNE), debe ocurrir a las
6pm, al menos que haya gente en la cola, previa autorización del ente
electoral, bien porque se pretende cerrar el centro habiendo votantes en la cola
“porque no se tiene la autorización del CNE” o bien porque se pretende extender
su tiempo de cierre, como se ha hecho en el pasado, para remolcar bajo amenaza
a electores que no han votado por el gobierno. Para ser franco, ninguno de
estos trucos creo que funcione para cambiar los resultados debido a que la
brecha a favor de la oposición es muy grande, entre 20 y algo más de 30 puntos
porcentuales dependiendo de los niveles de participación, y porque es difícil
imaginar a un funcionario del Plan República o del CNE, que padece las mismas
penurias que el resto de la población, confrontando a los electores que no han
votado y a la gente que estará a las puertas del centro para impedir que
quienes han estado por horas en la cola ejerzan su derecho. Asimismo, en el
caso contrario, el de mantener el centro abierto para remolcar a la gente que
no haya votado, es muy probable que, como sucederá con quienes votaron
voluntariamente, dos o tres de cada diez voten por Maduro mientras cinco o seis
lo hagan por Edmundo González Urrutia.
Tras
el cierre de las mesas que, por los predecibles retrasos, intencionales o no,
no serán muy disímiles, nuestras mediciones dicen que un volúmen muy importante
de personas estarán a las puertas de los centros para ejercer su derecho a
presenciar las auditorías públicas y saber quien ganó en su mesa de votación. Y
en la medida que ello ocurra, las redes sociales comenzarán a inundarse de
mensajes, fotos y contenidos relacionados con los resultados de lo que pasó en
cada centro y, aunque la gente de a pie no tenga cómo realizar una totalización
de votos, las tendencias se harán evidentes y todos sabrán, con más o menos
precisión, hacia dónde se inclina la balanza electoral, y las calles se
llenarán de millones de personas que saldrán a celebrar.
No
pasará mucho tiempo después del cierre de un pequeño pero representativo
porcentaje de centros, gracias a la trasmisión electrónica de los resultados,
para que tanto en el Consejo Nacional Electoral como en Miraflores, y otras
instancias gubernamentales, comience a debatirse la decisión entre reconocer
los resultados, que la oposición y la comunidad internacional también conocerán
gracias a sus propios sistemas de verificación, o intentar desconocerlos y
abrir una caja de Pandora que solo se cierra, para bien o para mal, por la
fuerza, y que en muy pocas ocasiones termina con resultados favorables para
quienes intentan imponer un fraude porque, independientemente de lo que se
decida, como decíamos antes, nadie hace lo que quiere sino lo que puede, como
el récord de las transiciones políticas electorales nos enseña.
No
quisiera cerrar este artículo limitándome a exponer lo que hoy considero el
escenario más probable, sino, ahora si apartándome de lo que los indicadores,
las encuestas y las tendencias dicen, con lo que como venezolano deseo. Deseo
que el 28 de julio cierre, no con una escalada del conflicto en las calles,
sino con el reconocimiento del resultado legítimo de un proceso que será
histórico, un resultado que sea aceptado por todos, y con una gran celebración
nacional que sea el punto de partida para un nuevo comienzo. Quisiera que las
instituciones del Estado, desde el CNE hasta la Fuerza Armada, sorprendan al
país con una respuesta dada desde la neutralidad institucional que corresponde
a su naturaleza y al mandato constitucional. Quisiera ver a un país celebrando
y abrazándose en las calles, sin estar pendiente de quién lleva puesta una
franela blanca, roja, azul, amarilla, verde, naranja o vinotinto. Quisiera ver
a los presos políticos salir del Helicoide, o de donde estén, esa misma noche
para abrazar a sus familias y unirse a la celebración. Quisiera ver a policías
y militares ponerse del lado de la gente y unirnos todos en un abrazo que se
convierta en el primer acto de un hermoso proceso de reconciliación y
reconstrucción nacional.
¡Que
Dios nos acompañe y bendiga a Venezuela!
[1] https://politikaucab.net/2024/07/17/encuesta-cepyg-ucab-delphos-edmundo-gonzalez-cuenta-con-591-de-intencion-de-voto-y-nicolas-maduro-246/
Benigno
Alarcón Deza
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