Alberto Quirós Corradi 13 de marzo de 2014
Píldora
uno: el régimen.
Volvemos con una vieja anécdota. Un
empresario muy exitoso nos aconsejó que cuando evaluáramos una decisión no nos
conformáramos con especular sobre cuánto podíamos ganar, que lo más importante
era cuantificar cuánto podíamos perder, si las cosas no salían bien.
Empresarios quiebran y políticos
fracasan por tener una visión unidimensional de ganar en todo lo que decidan.
No piensan en el costo de perder más de lo que pueden disponer.
Pensará el trío
Maduro-Cabello-Ramírez, y muchos otros, la enormidad de lo que pueden perder si
falla su estrategia de mantenerse en el poder a todo costo, con la represión en
aumento cada día acompañada del hampa desatada y los “colectivos” en la calle.
Se sabe que el régimen ha hecho de la impunidad una política de Estado. Agréguesele
el desabastecimiento y el temor de que la “cosa” se ponga peor ante el anuncio
de la inminente implementación de una tarjeta de racionamiento que le impondrá
al ciudadano cuánto y qué puede comer. La lista de agravios es larga y
conocida. Faltan medicinas y los hospitales públicos son un desastre. Las
clínicas privadas están a punto de colapsar. El mismo criterio sirve para medir
la calidad educativa. Al régimen se le olvidó que estamos en el siglo XXI, el
de la modernización, los grandes descubrimientos científicos, la prolongación
de la vida humana, la cura de enfermedades hoy mortales, la educación a
distancia y el trabajo desde el hogar. Las relaciones obrero-patronales en una
nueva dimensión de copropietarios. El fin de la era del petróleo. La energía
solar y el hidrógeno serán fuente inagotable de energía dominada por el hombre.
Es por eso que este será un siglo para rescatarlo de la historia de la
humanidad.
Mientras tanto este régimen nos
condena a un atraso criminal. Tiene demasiadas cuentas por pagar. Que no se
llame nadie a engaño, este sistema perverso de Venezuela cuando salga del poder
estará en la mira de muchos. No solo de los ciudadanos a quienes se les ha
confiscado el futuro. Sino, también, de todos los países que apoyarán a la
nueva democracia y castigarán a los pocos que se escapen de Venezuela sin
destino cierto. No crean que sus propiedades y dinero mal habido les compraran
santuario. Sus cuentas serán congeladas y sus activos confiscados, donde
quieren que estén, cuando quede al descubierto la enormidad de los desastres y
las mentiras con las cuales pretendieron engañar al pueblo. La corrupción que
se convirtió en moneda de cambio. Los insultos a la dignidad ciudadana. El
abuso de poder. Los presos y los torturados. ¿Ha pasado por la mente del
oficialismo la magnitud de los expedientes que se le levantarán a cada uno?
Como lo dijimos al comienzo, si hoy creen que han ganado y seguirán así,
tómense un momento para cuantificar cuánto pueden perder cuando salgan del
poder ¡y saldrán! De “eso” es de lo único de lo cual se puede estar seguro.
Píldora
dos: los demócratas.
Están equivocados los que abogan por
esperar hasta 2019 cuando venza el período presidencial actual. El régimen está
empeñado en dos tareas: una, mantenerse en el poder, y la otra, convertir a
Venezuela en una Cuba y en sus mentes enfermas en la “cuna de la felicidad”.
Pueblo pobre y una élite rica y poderosa. Pero los ciudadanos de Venezuela
disfrutaron de 40 años de libertades bajo una democracia con sus
imperfecciones, pero que nos dio un sistema político con alternabilidad de
mando, separación de poderes, elecciones libres, partidos políticos fuertes,
libertad de expresión, discusión abierta y respetuosa de diferentes ideologías,
acuerdos entre empresariado, sindicatos y oficialismo, respeto a la
contratación colectiva, modernización de la educación (Proyecto Gran Mariscal
de Ayacucho). Todo esto y mucho más está inserto en los genes de los
venezolanos, y aunque por 15 años hemos soportado un desgaste continuo de
nuestra calidad de vida, ha llegado el momento de decir ¡basta! No podemos
correr el riesgo de esperar más. El costo sería impagable.
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