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sábado, 26 de septiembre de 2015

FRANCISCO ENTRE WASHINGTON Y LA HABANA, por @FernandoMiresOl



Fernando Mires 25 de septiembre de 2015

Desde el punto de vista retórico, el discurso pronunciado el 24.10.2015 por el Papa Francisco en el Capitolio de Washington, si no es una pieza maestra, contiene todos los elementos formales que hacen de la oratoria un muy interesante género literario.

Elogio cortés a los patrocinantes, dignificación del país y del lugar desde donde se habla y elección de un eje alrededor del cual gira la retórica discursiva ocuparon lugares precisos en el texto papal.


Las menciones a cuatro personas ilustres de la historia estadounidense, Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton, no pudo ser más oportuna. A partir de ahí, Francisco se refirió a los temas que más interesaba exponer.

En primer lugar -venía desde Cuba- Francisco se refirió a la reconciliación nacional e internacional de los polos antagónicos heredados de la Guerra Fría.

En segundo lugar, abordó un tema que si bien ocupa un lugar central en la política norteamericana, posee una dimensión mundial, a saber: el de las migraciones masivas y, por cierto, de las peligrosas reacciones aparecidas en los países donde estas tienen lugar. No por casualidad la televisión europea dedicó mucho espacio a la presentación de ese tema. Parecía que desde los EE UU Francisco estaba hablando hacia Europa.

En tercer lugar -no podía sino hacerlo en los momentos por los cuales atraviesa la política internacional de los EE UU- estimuló Francisco a los políticos a comprometerse con mayor intensidad en la búsqueda de soluciones pacíficas. Importante fue reafirmarlo en tiempos cuando los rescoldos de las guerras preventivas de Bush no han terminado todavía de apagarse.

En cuarto lugar, Francisco no podía dejar pasar la oportunidad de referirse al tema de la pobreza generada por el desarrollo económico cuando este es dejado a su libre arbitrio y no es canalizado por instituciones inteligentes. Palabras que fueron interpretadas por la prensa como un obsequio de cortesía al Partido Demócrata, lo que no es tan cierto pues Francisco no hizo más que exponer la doctrina social de la Iglesia vigente desde los días de Juan XXlll.

En quinto lugar, y en el mejor estilo de Benedicto XVl, Francisco defendió a la familia tradicional como base del desarrollo cultural de una nación. Estas palabras fueron interpretadas como un obsequio de cortesía al Partido Republicano lo que tampoco es muy cierto pues no ha habido Papa que no haya acentuado el rol de la familia monogámica al interior de la sociedad.

Incluso la petición de que la pena de muerte sea abolida en los EE UU no fue muy original. La toma de partido de la Iglesia Católica por el derecho a la vida es sumamente conocida. Aplaudida cuando se trata de abolir la pena de muerte; discutida cuando se trata del tema del aborto.

Al final todos contentos. Francisco fue ovacionado por los congresales. La opinión pública acogió con beneplácito las palabras vaticanas.

El Papa y su Iglesia –después de todo eso es lo que más interesaba a Francisco- ganaron puntos en dos países donde el tema religioso es muy complejo. En EE UU el catolicismo compite con muchas religiones, creencias y sectas. En Cuba la Iglesia ha logrado salvarse de la arremetida estatal de los Castro, pero al precio de realizar concesiones a la dictadura. Así ha quedado el camino libre para prácticas idolátricas y supersticiosas de origen africano. En un futuro muy próximo, los eclesiásticos cubanos deberán resistir arremetidas de las sectas evangélicas las que se dejarán caer junto a los miles de turistas que ya asolan la isla.

Summa Summarum: Francisco supo mantener, tanto en Cuba como en los EE UU, la continuidad que marca el estilo político del catolicismo desde el Concilio Vaticano ll hasta nuestros días. En todo lo dicho, ya fuera en Cuba o en los EE UU, no hubo nada nuevo bajo el sol.

Desilusionados deben haber quedado los izquierdistas extremos quienes esperaban por lo menos una condena radical al capitalismo. Más desilusionados quedaron los derechistas extremos quienes esperaban una condena radical al castrismo, al chavismo y a todas las formas de dominación surgidas en nombre de una revolución social.

Los últimos ya afilaban sus garras para atacar a Francisco si criticaba más a los EE UU que a Cuba. Pero no ocurrió. Más aún, si hubo críticas duras, fue las que hizo el Pontífice, aunque de modo abstracto y general, al régimen cubano.

Ni siquiera Benedicto XVl, acusado tantas veces de anticomunista fue tan lapidario con los Castro como lo fue Francisco en Cuba cuando condenó a “las ideologías que terminan en dictadura”. Y lo dijo nada menos que en la misa celebrada en la Plaza de la Revolución. Aunque no nombró a Cuba todo el mundo se dio cuenta en contra de quienes estaban dirigidas sus palabras.

No obstante, la mayor parte de las críticas al Papa vino esta vez desde los grupos más radicales de la oposición cubana y venezolana algunos de cuyos exponentes se desataron en  insultos en contra de Francisco. Dos fueron las razones que motivaron tan vulgares reacciones. La primera, que Francisco no haya recibido a ningún representante de la oposición cubana. La segunda, que haya visitado a Fidel Castro en su casa y dedicado a él palabras de amistosa cortesía.

Naturalmente, a quien escribe estas líneas le habría gustado ver a Francisco conversar con las Damas de Blanco, por ejemplo. También le habría gustado que esa visita a Fidel Castro nunca hubiera tenido lugar. Sin embargo, quien escribe estas líneas no es un hombre de iglesia aunque sí sabe que los eclesiásticos están sujetos a normas estrictas, imposibles de ser evadidas por ningún pontífice en su calidad de jefe de estado.

Nunca, en toda la historia de los viajes papales, ha conversado un Papa con la oposición a los gobiernos de los cuales es huésped. Cuando Juan Pablo ll fue a Chile en 1987 no se entrevistó con la oposición a Pinochet, razón por la cual fue tan criticado por la izquierda chilena como hoy por (una parte de) la oposición cubana y venezolana. Más todavía, ni siquiera cuando Juan Pablo ll visitó a su propio país, Polonia, se entrevistó con la dirigentes de Solidarnosc. Si conversó con ellos lo hizo en el Vaticano, no en Varsovia. Benedicto XVl a quien nadie podría acusar de mantener simpatías por el socialismo, tampoco aceptó conversar con la disidencia cubana cuando visitó a la Isla. Francisco no podía ser la excepción.

¿Y la visita a Fidel Castro? Podría habérsela ahorrado, piensan muchos. Eso no está tan claro. Fidel Castro ocupa dentro de la nomenclatura cubana el rol de alto dignatario simbólico. Si Raúl y el Cardenal Ortega pidieron a Francisco que visitara a Fidel, difícilmente podría haberse él negado sin correr el peligro de tensar las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba. Y bien, eso era justamente lo que Francisco quería evitar.

Por lo demás, ningún mandatario visita oficialmente a un país para ganar enemigos. Todos los papas viajan en son de paz, nunca en son de guerra. Quien no entiende algo tan elemental, creo que no entiende nada.

Hay, sin embargo, otro punto que es necesario mencionar. La visita de Francisco a Fidel puede ser pensada en el marco de la doctrina cristiana del perdón, quizás la más difícil de asimilar, aún por los cristianos. En ese sentido, un sacerdote, cura párroco o Papa (da igual) si tiene la oportunidad de visitar a un pecador –y creo que desde el punto de vista cristiano Fidel lo es con creces- debe hacerlo, del mismo modo como un médico debe prestar atención a un enfermo si es que se cruza por su camino.

Jesús en su doble función curó a enfermos y perdonó a los más terribles pecadores (y pecadoras). Por esa razón, la foto en la cual vemos a Francisco estrechando las dos manos de ese anciano vestido en traje deportivo marca Adidas, dice mucho más de lo que vemos.  Fueron quizás las mismas razones que tuvo Francisco para visitar a Fidel las que motivaron a Juan Pablo ll en 1983, visitar en la cárcel nada menos que a Alí Agca el hombre que había intentado asesinarlo.

Sin intentar comparar a Fidel Castro con Alí Agca, ambos tienen tres puntos en común. Primero, ambos intentaron dañar a la Iglesia. Fidel, al buscar destruirla si no en sus cimientos, en el alma de la gente; y Agca al intentar destruir a su representante máximo. Segundo, ambos actuaron siguiendo órdenes de la URSS: Fidel del Comité Central del PCUS y Agca de los servicios secretos soviéticos. Tercero, ambos tenían muy bien ganados un viaje sin retorno al infierno.

Habida cuenta de las razones expuestas es difícil explicarse las bataholas que armaron los opinadores más radicales de la oposición venezolana (en mayor medida) y de la cubana, sobre todo la que reside en Miami, al condenar de modo brutal –por decir lo menos- la visita del Papa a Cuba.

Francisco, dicho en verdad, se ajustó en los hechos y en la forma a la tradición seguida por todos sus predecesores. Él no es un cura comunista, mucho menos un agente de los Castro y en ningún caso el miembro de un trío formado por los Castro, Obama y Bergoglio, como llegó a escribir uno de los más descerebrados columnistas de la oposición radical venezolana. Seguramente pensando en ese tipo de personas fue que Francisco pronunció frente al Congreso de los EE UU las siguientes palabras:

“Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología o un sistema económico y al mismo tiempo proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas, requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide a las personas en buenos y malos; permítanme usar la expresión, en justos y pecadores. El mundo contemporáneo con sus heridas que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de alimentar al enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. A eso este pueblo dice: No”-

Uno de los “logros” mayores de las dictaduras ha sido siempre el de formar en contra suya disidencias que introducen dentro de sí a la propia lógica anti-política que dicen combatir. Así ha sucedido siempre. Sucedió en Polonia y en Hungría desde las fases postreras del comunismo cuando aparecieron grupos fascistoides que apelan a los valores sagrados de la patria, de la religión e incluso de la raza. Sucedió en Rusia donde Putín reordenó detras de sí a lo más reaccionario de su nación, incluyendo a la intolerante iglesia ortodoxa. No es casualidad tampoco que en Alemania el auge del neo-nazismo y de la xenofobia tenga lugar en la zona del Este, dominada ayer por los comunistas.

Venezuela y probablemente Cuba no han sido excepciones. Venezuela, por ejemplo, debe ser el único país en donde hay personas que públicamente justifican al régimen de Pinochet en Chile recurriendo a argumentos que hoy ni siquiera la derecha chilena osaría sostener. Todos esos grupos y grupillos aparecen hoy día confundidos dentro del espacio de una oposición mayoritariamente democrática a la que no vacilan en boicotear cada vez que pueden. Esa es la razón que me impide por ahora seguir extendiendo mis observaciones críticas hacia ellos. Pero ya llegará el día de hacerlo.

Cada política tiene sus momentos. Cada momento tiene sus políticas.

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