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viernes, 27 de mayo de 2016

¿2016 o 2017? Por @luispespana


Por Luis Pedro España


El gobierno ha hecho del derecho al revocatorio un dilema en clave de tiempo. La politización de su horizonte lo reduce a una lógica temporal de meses. Llegar a 2017 se ha convertido en su razón existencial. Los problemas no existen, las causas que lo tienen al borde de su fin no son importantes. Han simplificado su futuro a una fecha, a una marca en el calendario.

Mientras que para todos los venezolanos la vida es casi desesperante, para ellos la incapacidad para anticiparse a las consecuencias de sus propias decisiones, es una sorpresa que evidencian con los desastrosos resultados.


Como quien descubre todos los días que el agua caliente quema, los errores gubernamentales se acumulan tras cada intento de solucionarlos. La crítica no existe o se sustituye por insultos, mentiras y peleas. Para ellos la desconfianza y la perdida de reputación, no es un problema si ellas son el precio de evadir toda la responsabilidad. Ya no tienen que solucionar nada, solo necesitan que aprendamos a vivir con los problemas.

El gobierno está atrapado en un corsé ideológico que ayer lucía como una atractiva narrativa y hoy se ha convertido en una prenda de asfixia e inviabilidad. Desde su limitado conocimiento y atados de manos para hacer lo evidente, optan por estrambóticas ideas. Cualquiera que le proponga lo imposible, lo inviable o lo irrealizable, el gobierno no solo le presta oídos, sino que deposita en ellas todas sus esperanzas. Creen en salidas inéditas, en caminos no transitados, en ocurrencias o musas de media noche.

No tiene otro camino que seguir creyendo en fantasías y proyectos irrealizables. Los ministros compiten por lucir sus disfraces de radicales y revolucionarios. Compiten por proponerle al desinformado presidente donde está quien le puede prestar a pesar de las pésimas referencias, quien está dispuesto a financiar proyectos fallidos o donde están los amigos que le van a fiar los productos que ni se producen en el país, ni se pueden pagar con los menguados ingresos petroleros.

El gobierno invierte la mayor cantidad del tiempo en tratar de ganarlo. Entre seguir con la lógica del ensayo y el error, o la simple inacción producto del desconcierto, han optado por la alternativa más sorprendente, la mágica, la que menos conflicto le genera, la que no se le ha ocurrido a nadie. El gobierno ha decidido que lo mejor es esperar que las cosas se arreglen solas.

Paralizados, acorralados por la incomprensión de los problemas, lo mejor es no hacer nada o, lo que es lo mismo, dedicarse a lo de siempre: eventos cursis, discursos vacíos y aplausos instintivos. Gesticulan, hablan con el espejo, fantasean con la realidad, buscan culpables, viven de justificaciones. Ya han probado con todo. Han culpado a todos. Están pendiente de lo que se pueda aprovechar para sermonear. Siguen a los enemigos para tener de que hablar con los amigos. Son especialistas en no resolver nada, haciendo cátedra sobre todo.

Han convertido a la política en un fin en sí mismo, en un fetiche que sirve para no resolver ningún problema. Están tan ocupados de la política, como para ocuparse de las políticas. Los problemas sólo importan si es para inculpar a la oposición, el gobierno por sí mismo, simplemente no existe.

Nadie puede creer que sea posible mantenerse así por los próximos años. Unos esperan milagros, otros el desenlace final. Predecir lo que sigue es imposible. La permanencia es un acto de simple aleatoriedad. El gobierno lanza la moneda cada día. En una cara dice 2016, en la otra 2017, no hay más allá. 

26-05-16




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