Por Willy McKey
En todo combate son
importantes las reservas. Siempre.
En el lenguaje bélico las
reservas son importantes porque definen la posibilidad de renovar y prolongar
el combate. El asunto es que en todos los conflictos armados son más quienes
hablan el lenguaje civil, desarmado y sin uniforme de campaña. Y en esa lengua
común tener reservas también significa tener discreción, circunspección,
comedimiento.
El lunes 10 de abril de 2017,
mientras un grupo de ciudadanos opositores al gobierno de Nicolás Maduro
protestaba en las calles, la noticia
que recorría los teléfonos decía que desde un helicóptero arrojaban bombas
lacrimógenas contra los manifestantes.
Así. Sin reservas.
Durante años, cuando había
acciones de calle en Venezuela los helicópteros servían para que algunos
fotógrafos registraran el volumen de la gente que participaba en las acciones
de calle. Cuando eso empezó a jugar en contra del Poder, los helicópteros
pasaron a estar reservados para que los cuerpos de seguridad pudieran vigilar las
acciones. Y así fue. Al menos hasta el lunes 10 de abril.
Al parecer en este día no fue
suficiente el exceso en la represión que involucraba perdigones y bombas
lacrimógenas. No bastaban la cantidad de lesiones y fracturas reportadas como
producto del impactos de las latas de gas pimienta arrojadas contra los
manifestantes. No bastaba la desmedida represalia que se ha puesto en evidencia
en casi todas las pantallas, excepto en las televisoras públicas.
Un helicóptero tripulado por
efectivos capaces de arrojar varias bombas lacrimógenas desde la altura de
vuelo se convirtió en el punto más álgido del exceso de violencia empleado por
las fuerzas públicas contra los manifestantes.
Sin ocultamientos. Sin
necesidad de las cadenas de radio y televisión de 2002. Sin reservas.
Se presume que el espacio
aéreo es controlado por el gobierno venezolano. Se presume que para cualquier
autoridad debe ser muy sencillo averiguar cuál era ese helicóptero, quiénes lo
tripulaban, quiénes son los responsables de este exceso. Se presume que un
crimen como éste también involucraría a la cadena de mando responsable de la
acción.
Sin embargo, el Defensor del
Pueblo se limita a enumerar tuits y a bloquear a sus
seguidores. El dos punto cero, una vez más, le sirve para condenar la
violencia, rechazar las acciones, repudiar los excesos. Verbos pasivos. Apenas
se limita a advertir que puede ser peligroso.
No se abre una averiguación.
No hay una denuncia. Nada.
¿Qué sucederá de aquí en
adelante cada vez que un helicóptero sobrevuele una manifestación?
¿Cómo sacudirse ese ruido y
ese miedo?
Una bomba lacrimógena arrojada
desde un helicóptero no puede revertirse con estrategias retóricas de un
tribunal. Una bomba lacrimógena arrojada desde un helicóptero no es un impasse.
Una bomba lacrimógena arrojada desde un helicóptero no puede recular.
Una bomba lacrimógena arrojada
desde un helicóptero es un crimen.
Y el Defensor del Pueblo ha
reconocido el suceso, pero sólo contribuye con que se prolongue el conflicto.
No detiene nada. No defiende a
nadie. Nada.
Karl von Clausewitz explica
que un cuerpo de ejército que sólo tiene por objeto prolongar el combate puede
permanecer fuera del alcance del fuego, pero siempre sera una reserva táctica,
nunca una reserva estratégica.
¿Cuál es la guerra que
vivimos? ¿Cómo es que a alguien le resulta oportuna la idea de un helicóptero
lanzando bombas contra ciudadanos desarmados? ¿Cuál es la excusa posible para
este exceso?
También von Clausewitz explica
que la causa política de una guerra influye enormemente en la manera en que esa
guerra será dirigida. Es decir: cuando la guerra pertenece a la política, es
inevitable que el conflicto adquiera el mismo carácter.
“Si la política es grande y
poderosa, igualmente lo será la guerra”, ¿pero qué tipo de elementos aparecen
cuando el carácter de la política es mediano, impotente? Pues un helicóptero
tripulado por gente capaz de arrojar bombas, empeñados en recrudecer un
conflicto, en prolongarlo.
Sin reservas.
10-04-17
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