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viernes, 30 de marzo de 2018

Dónde encontrarse hoy con Jesús, por Pedro Trigo SJ




Pedro Trigo SJ 29 de marzo de 2018

Después de resucitar, Jesús de Nazaret sigue llamando discípulos para compartir su vida y proseguir su misión. También a nosotros nos llamó. Pero la situación es distinta. Como dijo el ángel a las mujeres, “Jesús no está aquí” (Mc 16,6), no está en este mundo. La diferencia entre la resurrección de Jesús y las demás que él obró estriba en que las otras consistieron en una vuelta de la persona a esta vida. Por eso los resucitados volvieron a morir. En cambio, Jesús fue resuci- tado por su Padre a una vida nueva: vive humanamente la misma vida divina en el seno de la comunidad divina. De ahí, la súplica ardiente de las primeras comunidades: “ven, Señor Jesús”. Los cristianos nos sabemos dirigidos al encuentro con Jesús, por eso no tenemos aquí morada permanente. Entonces ¿cómo estar con él, si él no está aquí?

Hay que reconocer que a los cristianos no se los forma para que vivan su cristianismo en la comunidad cristiana, para que se hagan cristianos en ella ayudándose unos a otros. Pero, si está abierta a los pobres, la comunidad cristiana está capacitada para abrirse con todo el ser y recibir a Jesús.

Hay que reconocer que no aparece tan claro en la conciencia de los cristianos que Cristo no está aquí. Hoy impera el pietismo y por eso muchos se imaginan que sí está, aunque no se lo puede ver. No nos tomamos en serio que Jesús resucitado ya no está en este mundo. Es cierto que se da una presencia desde la trascendencia: nos atrae con el peso infinito de su humanidad, pero nos atrae desde la comunidad divina. Es la presencia de la vida definitiva en esta vida.

Por eso se imponen estas preguntas: ¿quién está hoy con Jesús? ¿Cómo se está hoy con Jesús? Éstas son las preguntas de quienes quieren estar siempre con él para ser así auténticos enviados suyos.

Por analogía a los de la Iglesia, podemos hablar de los sacramentos de Jesús. Y así decimos que a Jesús se le encuentra hoy en sus sacramentos. Sacramento es presencia real en la ausencia real. En este caso presencia real de Jesús en su ausencia real. Por eso en el cielo no habrá sacramentos.

Los sacramentos de Jesús son cuatro y van en orden porque cada uno es puerta para el siguiente.

Primer sacramento de Jesús

El primero se da independientemente del conocimiento que se tenga de la persona histórica de Jesús de Nazaret y por eso todos tienen acceso a él. Está expresado en el mensaje de Jesús a través de la representación del juicio final, que trae Mt 25. Lo que se haga o deje de hacer a los pobres (hambrientos, sedientos, gente sin ropa, enferma, encarcelada o inmigrante) se hace o deja de hacer a él. De eso depende la suerte eterna.

Así pues a la pregunta de quién está hoy con Jesús, la primera respuesta, una respuesta absoluta, es: quien ayuda a los pobres. Por tanto también se puede decir que quien hoy no ayuda a los pobres, no está con Jesús. Esto se aplica tanto a creyentes como a no creyentes, o a creyentes de cualquier religión; se aplica universalmente.

Es fácil comprender que quien atiende a los pobres se comporta como Jesús y como su Padre ya que su Padre se revela como el liberador de los oprimidos, y Jesús no sólo estaba con los pobres y vivía atendiendo sus necesidades sino que procuró por todos los medios que fueran sujetos ante Dios y ante la sociedad. Quien obra así, obra, sin duda, animado por el Espíritu de Dios y de Jesús. Pero, ¿por qué quien ayuda a los pobres ayuda a Jesucristo? ¿Cómo explicar esa misteriosa presencia de Jesús en los pobres? Sin duda que nos excede. Pero aun confesando el misterio, sí tiene sentido preguntarnos el por qué. Lo primero que se nos viene a la mente es que Jesús no sólo vivió para ayudar al necesitado sino que lo hizo precisamente desde su condición de ser de necesidades ya que, al abandonar la familia y la profesión, literalmente no tenía dónde reclinar la cabeza y dependía por tanto completamente de los demás. Tal vez eso es lo que significa que el Resucitado es el Crucificado. Si Jesús es el Condenado resucitado, está presente en los condenados de la tierra.

Es claro que, si el evangelio es en primer lugar para los pobres (Lc 4,18 y 7,22) y por eso, como dijo Juan XXIII, la Iglesia, que es de todos, es primordialmente la Iglesia de los pobres, los cristianos tienen que ser ante todo los amigos de los pobres, sus servidores, con el mismo espíritu que su Maestro. Los pobres tienen que saber que pueden contar siempre con la Iglesia.

Esto hoy en Venezuela, tiene exigencias muy concretas. No, ciertamente, la de competir con el gobierno; pero sí la de que los pobres sepan in- tuitivamente que en cada localidad la Iglesia es suya. También tiene que quedar claro que el ser- vicio de la Iglesia a otras clases tiene que darse desde la perspectiva de los pobres y con extensiones concretas sistemáticas a gente popular.

Después de todo lo dicho, es inevitable la pregunta sobre en qué ayudo yo concretamente a los pobres. La respuesta expresa si estoy o no con Jesús. ¿Existe algo más importante?

Hay, sin embargo, una diferencia respecto del tiempo de Jesús: es la movilidad social basada en el desarrollo de los medios productivos. En tiempo de Jesús un pobre muy frecuentemente lo era durante toda su vida y debía ser ayudado siempre. Por eso la importancia de la limosna. Sin embargo hoy, sin descartar de ningún modo este tipo de ayuda, la ayuda más decisiva es la capacitación inicial y laboral y proporcionar empleo y seguridad social. Luchar por todo eso es de modo eminente ayudar a los pobres ya que es posibilitarlos que dejen de serlo.

Segundo sacramento de Jesús

El segundo sacramento es el de la comunidad cristiana: donde dos o tres se reúnen en su nombre, Jesús está en medio de ellos (Mt 18,20). En medio no es un lugar, por ejemplo, el centro. Recordemos que no está aquí. En medio es en lo que los media. Él está entre nosotros. Si entre nosotros no hay nada, porque cada uno estamos al lado del otro, pero sin ningún lazo que nos una, no hay comunidad, no está Cristo. Pero tampoco está en cualquier lazo. Si los lazos son cerrados, si no están abiertos estructuralmente a los pobres, no hay comunidad cristiana sino comunidad de carne y sangre, espíritu de cuerpo. Podremos entendernos muy bien y estar muy a gusto entre nosotros, pero entre nosotros no está Jesús.

Pablo explana sistemáticamente este punto en la parte exhortativa de sus cartas. Habla constantemente de “mutuamente” y “unos a otros”: edificarse, ayudarse, enseñarse, tolerarse, comprenderse, perdonarse, estimularse, consolarse, emularse, soportarse, corregirse, esperarse… unos a otros. En suma, Jesús está en la fe mutua en la que nos llevamos, en el amor fraterno con que nos amamos, en la vida cristiana que compartimos. En este sentido decimos con toda propiedad que la comunidad es cuerpo de Cristo porque él se hace presente en lo que la construye, que son siempre relaciones mutuas.

Así pues, a la pregunta de quién está hoy con Jesús, la segunda respuesta es: quien vive en una comunidad cristiana, es decir, en esas relaciones mutuas, abiertas estructuralmente a los pobres.

Hay que hacer notar que en su nombre no se refiere sólo a los cristianos. Nombre en la Biblia alude a la realidad de la persona que es llamada así. Por tanto reunirse en nombre de Cristo es convocarse para proseguir su misión, que es hacer de este mundo el mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios. Jesús está entre los que se unen para luchar solidariamente por la justicia, por la inclusión de los pobres y los diferentes, para conseguir que haya más vida y que sea más humana. Así pues, Jesús está entre quienes prosiguen su misión con su mismo Espíritu.

Hay que reconocer humildemente que a los cristianos no se los forma para que vivan su cristianismo en la comunidad cristiana, para que se hagan cristianos en ella ayudándose unos a otros. La Iglesia parece más bien una institución dadora de bienes y servicios religiosos y sociales. Pero también es patente que esa manera de estructurar la Iglesia y de vivir el cristianismo está en crisis terminal.

Tenemos que estar claros en que si los cristianos no vivimos en auténticas comunidades, nos privamos de esta presencia de Jesús. Queremos añadir que un signo inequívoco de que los cristianos viven en comunidades auténticamente cristianas es que sus miembros hacen comunidades, tanto otras comunidades cristianas como comunidad cualitativamente humana en sus mundos de vida.

Tercer sacramento de Jesús

El tercer sacramento es el de la palabra de Dios, sobre todo los evangelios, que son su corazón, cuando se la escucha discipularmente, es decir, abriéndose de corazón a ella para que dirija la propia vida. La Biblia no es Palabra de Dios cuando se la estudia o cuando se la lee para que confirme decisiones tomadas. No lo es porque la relación es de un sujeto a un contenido. Pero cuando la comunidad se abre con sinceridad, porque no quiere oír lo que la halaga o la confirma sino lo que su Maestro tenga a bien decirle, entonces es Jesús el que se hace presente en la Palabra. Lo es porque la relación es de sujeto a sujeto: del Maestro y Señor, a los discípulos.

Como la palabra pertenece a otra época y cultura, exige una mediación. Por eso la lectura tiene dos momentos: en el primero la comunidad o el discípulo se trasladan a Palestina y al tiempo en que sucedieron los acontecimientos y los contempla amorosamente, empapándose por connaturalidad de la mentalidad, de las actitudes, del modo de relacionarse de Jesús. Esto requiere de mediaciones para contemplar realmente la escena, para que sea ella la que se vaya abriendo y dando de sí y no la comunidad la que se proyecte en lo leído. Después regresa adonde está reunida y se pregunta qué le ha querido decir el Señor.

Así pues, a la pregunta de quién está hoy con Jesús, la tercera respuesta es: el que escucha la Palabra, sobre todo los evangelios, como discípulo, contemplándola para dirigir con ella su vida y para que ella le dirija cada día su misión.

Tenemos que decir que nuestra Iglesia latinoamericana y más en concreto venezolana no es una Iglesia discipular porque no escucha diariamente como discípula a su Maestro en los evangelios. En el mejor de los casos, somos personas religiosas, ya que nos relacionamos con Dios. Pero no con Jesús de Nazaret, al que todavía desconocemos. Por eso en su primer documento el Concilio Plenario Venezolano decidió con toda resolución entregar la Biblia al pueblo y sobre todos los evangelios, que son su corazón, como un acto de tradición constituyente. Sin embargo, tanto a nivel latinoamericano como en nuestro país, existen comunidades, sobre todo populares, en las que sí se lee con gran fruto la Biblia.

Empatando este sacramento con el primero, quiero decir con toda sencillez que es una gracia invalorable la lectura orante comunitaria con gente popular, que, a través de esta lectura comunitaria y altamente personalizada, se transforman en pobres con espíritu. Como el evangelio es para los pobres, la comunidad cristiana popular es el lugar más adecuado para leerlos, donde los evangelios se abren con más plenitud, radicalidad y cuestionamiento para los discípulos, siempre que se lean verdaderamente.

Cuarto sacramento de Jesús

El cuarto sacramento es el de la Cena del Señor. Jesús se nos entrega en el pan y el vino como verdadero alimento para que, recibiéndolo y viviendo de él, podamos hacer nosotros lo mismo, es decir, para que podamos entregar a los demás esa vida que él nos dio. Comulgando así, tiene pleno sentido celebrar la Cena del Señor, celebrar su vida entregada y entregada la noche en que lo iban a entregar a la muerte, entrega amorosa de sí venciendo del odio de los jefes que lo iban a matar, de la traición de un discípulo, de la negación de otro, del abandono de todos.

Así pues, a la pregunta de quién está hoy con Jesús, la cuarta respuesta es: quien lo recibe en la Cena del Señor, abriendo todo su corazón para que Jesús tome posesión de todo su ser y lo capacite para hacer él lo mismo: para entregarse a los demás como su Maestro; más precisamente, para entregar a los demás esa vida recibida de él.

La comunidad cristiana estructuralmente abierta a los pobres, que se lleva mutuamente en su fe, en su amor fraterno y en su vida cristiana, que se reúne para que la Palabra, sobre todo los evangelios, lea sus vidas y marque su misión, está máximamente capacitada para abrirse con todo el ser y recibir a Jesús en el pan y el vino y dar a los demás esa vida de Cristo recibida, haciendo lo mismo que él en su nombre.

No es ocioso, sin embargo, preguntarse si celebramos la Cena del Señor en este sentido preciso o un acto de culto, un sacrificio ritual como lo hacían las religiones contemporáneas a Jesús, como lo hacía concretamente el judaísmo hasta la destrucción del templo, como lo hacían en Indoamérica tanto las religiones campesinas como las religiones imperiales. Parecería que para la mayoría la Eucaristía no es la Cena del Señor sino un rito que celebra el cura, a petición de interesados, para que interceda por ellos o más todavía por sus familiares difuntos, o para que dé gracias por algún acontecimiento.

¿Por qué la llamamos la Cena del Señor? Porque la hacemos por encargo suyo y para hacer memoria de él, porque nos convoca su Espíritu y sobre todo porque en ella él se hace presente y se nos entrega como alimento para que, viviendo de él, hagamos nosotros lo mismo: prosigamos su historia y su misión. Al comulgar todos de él, al vivir todos de la misma vida, nos hacemos cuerpo del Señor, parte unos de otros, verdaderos hermanos en Cristo y nos comprometemos a expandir esa fraternidad universal.

Para comprobar si realmente celebramos la Cena del Señor habría que preguntarnos por sus frutos, porque, como dice Pablo a los corintios, se pueden poner los signos sin celebrar la Cena del Señor. ¿Es suficientemente visible que vamos viviendo progresivamente la vida de Cristo y que por eso cada día vivimos un poco más entregando esa nuestra vida a los demás, desde el privilegio de los pobres y acogiendo a los tenidos como pecadores?


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