Francisco Fernández-Carvajal 04 de agosto de
2020
@hablarcondios
— La humildad de la mujer sirofenicia.
— Carácter activo de la humildad.
— El camino de la humildad.
I. Narra San Mateo
en el Evangelio de la Misa1 que
Jesús se retiró con sus discípulos a tierras de gentiles, en la región de Tiro
y de Sidón. Allí se les acercó una mujer que, a grandes gritos,
imploraba: ¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija es cruelmente
atormentada por el demonio. Jesús la oyó y no contestó nada. Comenta San
Agustín que no le hacía caso precisamente porque sabía lo que le tenía
reservado: no callaba para negarle el beneficio, sino para que lo mereciera
ella con su perseverancia humilde2.
La mujer debió de insistir largo rato, de tal manera
que los discípulos, cansados de tanto empeño, dijeron al Maestro: Atiéndela
y que se vaya, pues viene gritando detrás de nosotros. El Señor le explicó
entonces que Él había venido a predicar en primer lugar a los judíos. Pero la
mujer, a pesar de esta negativa, se acercó y se postró ante Jesús,
diciendo: ¡Señor, ayúdame!
Ante la perseverante insistencia de la mujer cananea,
el Señor le repitió las mismas razones con una imagen que ella comprendió
enseguida: No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perrillos. Le dice de nuevo que ha sido enviado primero a los hijos de
Israel y que no debe preferir a los paganos. El gesto amable y acogedor de
Jesús, el tono de sus palabras, quitarían completamente cualquier tono hiriente
a la expresión. Las palabras de Jesús llenaron aún más de confianza a la mujer,
quien, con gran humildad, dijo: Es verdad, Señor, pero también los
perrillos comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos. Reconoció
la verdad de su situación, «confesó que eran señores suyos aquellos a quienes
Él había llamado hijos»3.
El mismo San Agustín señala que aquella mujer «fue transformada por la
humildad» y mereció sentarse a la mesa con los hijos4.
Conquistó el corazón de Dios, recibió el don que pedía y una gran alabanza del
Maestro: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como tú quieres. Y quedó
sanada su hija en aquel instante. Sería seguramente más tarde una de las
primeras mujeres gentiles que abrazaron la fe, y siempre conservaría en su
corazón el agradecimiento y el amor al Señor.
Nosotros, que nos encontramos lejos de la fe y de la
humildad de esta mujer, le pedimos con fervor al Maestro: «Buen Jesús: si he de
ser apóstol, es preciso que me hagas muy humilde.
»El sol envuelve de luz cuanto toca: Señor, lléname de
tu caridad, endiósame: que yo me identifique con tu Voluntad adorable, para
convertirme en el instrumento que deseas... Dame tu locura de humillación: la
que te llevó a nacer pobre, al trabajo sin brillo, a la infamia de morir cosido
con hierros a un leño, al anonadamiento del Sagrario.
»—Que me conozca: que me conozca y que te conozca. Así
jamás perderé de vista mi nada»5.
Solo así podré seguirte como Tú quieres y como yo quiero: con una fe grande,
con amor hondo, sin condición alguna.
II. Se cuenta en la
vida de San Antonio Abad que Dios le hizo ver el mundo sembrado de los lazos
que el demonio tenía preparados para hacer caer a los hombres. El santo,
después de esta visión, quedó lleno de espanto, y preguntó: «Señor, ¿quién
podrá escapar de tantos lazos?». Y oyó una voz que le contestaba: «Antonio, el
que sea humilde; pues Dios da a los humildes la gracia necesaria, mientras los
soberbios van cayendo en todas las trampas que el demonio les tiende; mas a las
personas humildes el demonio no se atreve a atacarlas».
Nosotros, si queremos servir al Señor, hemos de desear
y pedirle con insistencia la virtud de la humildad. Nos ayudará a desearla de
verdad el tener siempre presente que el pecado capital opuesto, la soberbia, es
lo más contrario a la vocación que hemos recibido del Señor, lo que más daño
hace a la vida familiar, a la amistad, lo que más se opone a la verdadera
felicidad... Es el principal apoyo con que cuenta el demonio en nuestra alma
para intentar destruir la obra que el Espíritu Santo trata incesantemente de
edificar.
Con todo, la virtud de la humildad no consiste solo en
rechazar los movimientos de la soberbia, del egoísmo y del orgullo. De hecho,
ni Jesús ni su Santísima Madre experimentaron movimiento alguno de soberbia y,
sin embargo, tuvieron la virtud de la humildad en grado sumo. La palabra humildad tiene
su origen en la latina humus, tierra; humilde, en su
etimología, significa inclinado hacia la tierra; la virtud de la humildad
consiste en inclinarse delante de Dios y de todo lo que hay de Dios en las
criaturas6. En la práctica, nos lleva a reconocer nuestra inferioridad,
nuestra pequeñez e indigencia ante Dios. Los santos sienten una alegría muy
grande en anonadarse delante de Dios y en reconocer que solo Él es grande, y
que en comparación con la suya todas las grandezas humanas están vacías y no
son sino mentira.
La humildad se fundamenta en la verdad7,
sobre todo en esta gran verdad: es infinita la distancia entre la criatura y el
Creador. Por eso, frecuentemente hemos de detenernos para tratar de
persuadirnos de que todo lo bueno que hay en nosotros es de Dios, todo el bien
que hacemos ha sido sugerido e impulsado por Él, y nos ha dado la gracia para
llevarlo a cabo. No decimos ni una sola jaculatoria si no es por el impulso y
la gracia del Espíritu Santo8;
lo nuestro es la deficiencia, el pecado, los egoísmos. «Estas miserias son
inferiores a la misma nada, porque son un desorden y reducen a nuestra alma a
un estado de abyección verdaderamente deplorable»9.
La gracia, por el contrario, hace que los mismos ángeles se asombren al
contemplar un alma resplandeciente por este don divino.
La mujer cananea no se sintió humillada ante la
comparación de Jesús, señalándole la diferencia entre los judíos y los paganos;
era humilde y sabía su lugar frente al pueblo elegido; y porque fue humilde, no
tuvo inconveniente en perseverar a pesar de haber sido aparentemente rechazada,
en postrarse ante Jesús... Por su humildad, su audacia y su perseverancia
obtuvo una gracia tan grande. Nada tiene que ver la humildad con la timidez, la
pusilanimidad o con una vida mediocre y sin aspiraciones. La humildad descubre
que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden de la naturaleza
como en el orden de la gracia, pertenece a Dios, porque de su plenitud hemos
recibido todos10; y tanto don nos mueve al agradecimiento.
III. «A
la pregunta “¿cómo he de llegar a la humildad?”, corresponde la contestación
inmediata: “por la gracia de Dios” (...). Solamente la gracia de Dios puede
darnos la visión clara de nuestra propia condición y la conciencia de su
grandeza que origina la humildad»11.
Por eso hemos de desearla y pedirla incesantemente, convencidos de que con esta
virtud amaremos a Dios y seremos capaces de grandes empresas a pesar de
nuestras flaquezas...
Junto a la petición, hemos de aceptar las
humillaciones, normalmente pequeñas, que surgen cada día por motivos tan
diversos: en la realización del propio trabajo, en la convivencia con los
demás, al notar las flaquezas, al ver las equivocaciones que cometemos, grandes
y pequeñas. De Santo Tomás de Aquino se cuenta que un día fue corregido por una
supuesta falta de gramática mientras leía; la corrigió según le indicaban.
Luego, sus compañeros le preguntaron por qué la había corregido si él mismo
sabía que era correcto el texto tal como lo había leído. Y el Santo contestó:
«Vale más delante de Dios una falta de gramática, que otra de obediencia y de
humildad». Andamos el camino de la humildad cuando aceptamos las humillaciones,
pequeñas o grandes, y cuando aceptamos los propios defectos procurando luchar
en ellos.
Quien es humilde no necesita demasiadas alabanzas y
elogios en su tarea, porque su esperanza está puesta en el Señor; y Él es, de
modo real y verdadero, la fuente de todos sus bienes y su felicidad: es Él
quien da sentido a todo lo que hace. «Una de las razones por las que los
hombres son tan propensos a alabarse, a sobreestimar su propio valor y sus
propios poderes, a resentirse de cualquier cosa que tienda a rebajarlos en su
propia estima o en la de otros, es porque no ven más esperanza para su
felicidad que ellos mismos. Por esto son a menudo tan susceptibles, tan
resentidos cuando son criticados, tan molestos para quien les contradice, tan
insistentes en salirse con la suya, tan ávidos de ser conocidos, tan ansiosos
de alabanza, tan determinados a gobernar su medio ambiente. Se afianzan en sí
mismos como el náufrago se sujeta a una paja. Y la vida prosigue, y cada vez
están más lejos de la felicidad...»12.
Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios ni
alabanzas; y si llegan procura enderezarlos a la gloria de Dios, Autor de todo
bien. La humildad se manifiesta no tanto en el desprecio como en el olvido de
sí mismo, reconociendo con alegría que no tenemos nada que no hayamos recibido,
y nos lleva a sentirnos hijos pequeños de Dios que encuentran toda la firmeza
en la mano fuerte de su Padre.
Aprendemos a ser humildes meditando la Pasión de
Nuestro Señor, considerando su grandeza ante tanta humillación, el dejarse
hacer como cordero llevado al matadero, según había sido
profetizado13, su humildad en la Sagrada Eucaristía, donde espera que
vayamos a verle y hablarle, dispuesto a ser recibido por quien se acerque al
Banquete que cada día prepara para nosotros, su paciencia ante tantas
ofensas... Aprenderemos a caminar por este sendero si nos fijamos en María,
la Esclava del Señor, la que no tuvo otro deseo que el de hacer la
voluntad de Dios. También acudimos a San José, que empleó su vida en servir a
Jesús y a María, llevando a cabo la tarea que Dios le había encomendado.
1 Mt 15,
21-28. —
2 Cfr. San
Agustín, Sermón 154 A, 4. —
3 ídem, Sermón
60 A, 2-4. —
4 Ibídem.
—
5 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 273. —
6 Cfr. R.
Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior,
vol. II, p. 670. —
7 Santa
Teresa, Las Moradas, VI, 10. —
8 Cfr. 1
Cor 12, 3. —
9 R.
Garrigou-Lagrange, o. c., vol II, p. 674. —
10 Cfr. 1
Cor 1, 4. —
11 E.
Boylan, El amor supremo, vol. II, p. 81. —
12 Ibídem,
p. 82. —
13 Is 53,
7.
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