Por Hugo Prieto
Ricardo Cusanno* es el
presidente más joven que ha tenido Fedecámaras, la organización que reúne a los
empresarios venezolanos. Su visión, expuesta en las líneas que siguen, gravita
sobre dos ejes principales: la necesidad de procurar acuerdos y consensos
políticos y el drama social que tiene a Venezuela en vilo.
En ocasión de la
Asamblea Anual 76 de Fedecámaras, se han invitado a panelistas internacionales
que pueden contribuir a mirar la crisis del país bajo una mirada más amplia,
desprovista de la conflictividad interna y de la pugnacidad política. Uno de
ellos es el expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien tiene en su
haber una negociación de paz con la guerrilla más antigua del continente. No
sólo le valió una distinción de primer orden, el Nobel de la Paz, sino una
experiencia y unas capacidades que podremos valorar los venezolanos.
Los empresarios, además,
se han planteado una interrogante. “¿Es posible una transición sin inclusión?”.
Mark Freeman, fundador y director Ejecutivo del Instituto para Transiciones
Integradas, seguramente tiene algo que decir sobre este tema, en un país donde
la política no es propiamente dinámica, sino más bien se caracteriza por el
inmovilismo, como si fuera una guerra de trincheras.
La reactivación
económica más que una aspiración es una necesidad urgente luego de la
prolongada hibernación impuesta por la pandemia que adquirió dimensiones
globales. La Corporación Andina de Fomento y la Cepal tienen las claves
institucionales para superar la crisis.
Algo distintivo de
estos años es el daño antropológico que ha causado el modelo totalitario y,
particularmente, la destrucción del tejido empresarial. ¿Qué queda en pie del
empresariado en Venezuela?
Si vamos a las cifras
estadísticas, queda en pie el 40 por ciento de lo que era el aparato productivo
venezolano (año 1998, según el INE). Pero, además, según el monitoreo de los distintos
gremios, las empresas que quedan trabajan al 30 por ciento de su capacidad
instalada. Tienes un sector industrial que tenía 12.000 empresas. Actualmente,
apenas sobrepasan las 2.000, con un rasgo distintivo, apenas trabajan al 20 por
ciento de su capacidad instalada. El sector construcción (motor de la economía
no petrolera), totalmente paralizado (5 por ciento de su capacidad). En
Venezuela no se está generando infraestructura para mejorar la calidad de vida
de los venezolanos. Una banca empequeñecida. Hubo un aumento en el gasto
social, pero no se aplicaron políticas públicas ni se crearon incentivos para
desarrollar la economía. Tienes un empresariado sumamente golpeado, pero con un
profundo arraigo, con la voluntad y el deseo de cambiar esta ecuación. Lo
importante, lo que quiero resaltar, es que la Venezuela hacia donde vamos nada
tiene que ver con la Venezuela de donde venimos, entre otras cosas, porque ya
no podemos seguir siendo una sociedad rentista.
Sencillamente, hubo
unos incentivos asociados a la renta y cada quien actuó en consecuencia,
digamos, hacer y dejar hacer. Pero no vamos a superar esta crisis sin llegar a
arreglos políticos, que permitan trazar objetivos consensuados y nuevas
políticas públicas. ¿Qué diría alrededor de este planteamiento?
Nuestro lema, en esta
asamblea anual, es “Por una nación incluyente y productiva”. Y para lograr ese
objetivo necesitamos varias cosas. Una, entendernos y reconocernos como
iguales, todos los actores de la sociedad venezolana -políticos en funciones de
gobierno o no, las Iglesias, las academias, los estudiantes, los trabajadores y
empresarios-. Ese país, en el que los políticos, ejerciendo los símbolos del
poder, decidían cuál era el modelo económico, el modelo social, el modelo
educativo y sanitario ya no es posible. La estructura económica que soportó esa
sociedad ya no existe; no hay producción petrolera, ni tampoco las capacidades
que hemos perdido a lo largo de los años. Dos, para que esa Venezuela sea
incluyente, necesitamos un modelo que garantice la vigencia de los derechos
consagrados en la Constitución, así como el acceso -en igualdad de condiciones-
a las oportunidades de desarrollo de nuestras fuerzas vivas. Tres, tenemos que
rediseñar esa inclusión. ¿Por qué? Porque la sociedad venezolana, sus
ciudadanos, por razones bien fundadas, acarreamos traumas y cicatrices producto
de la conflictividad política. La Venezuela que tenemos que construir necesita
reconciliarse con el perdón y entender que la paz, la transición y el bienestar
tienen un costo. Mientras las heridas abiertas o el odio sigan siendo la fuerza
que nos motive para procurar el cambio, difícilmente vamos a tener una nación
incluyente y un modelo de desarrollo sustentable en el tiempo. Sobre todo no
vamos a tener gobernabilidad.
El Producto Interno
Bruto es similar al que teníamos en 1935, y retrocede cada vez más. La pandemia
viene a profundizar esa tendencia. ¿Qué haría falta para que se produzca un
punto de inflexión y Venezuela pueda retomar la senda del crecimiento? ¿Qué decisiones
puntuales se tendrían que anunciar en lo inmediato?
Primero, un acuerdo
integral, político, que permita insertar a Venezuela en los organismos
económicos de financiamiento internacional para obtener dos cosas. Uno, ayuda
humanitaria financiera. Dos, financiamiento para el desarrollo. Todo eso, con
el cambio del modelo político y económico, va a generar acciones positivas que
reviertan el drama social, así como la confianza que, desde la perspectiva
empresarial, necesitamos los empresarios para hacer lo que mejor sabemos hacer:
asumir riesgos y endeudarnos para crear puestos de empleo y producción
competitiva. Pero si no hay confianza en la inversión, seguridad jurídica,
estabilidad política, reinserción en los mercados financieros internacionales,
muy difícilmente podamos revertir la profunda crisis que en la que estamos
inmersos. Son cinco o seis cosas que van concatenadas y que no se pueden hacer
una sin la otra. Por ejemplo, no se puede revertir el drama social, ni se puede
institucionalizar el país, si no hay un acuerdo político integral, con lo cual
el acuerdo político es condición sine quo non.
No viene al caso
discutir cuál sería la fórmula para llegar a ese acuerdo político del cual está
hablando. El punto es que si no hay una participación activa de los principales
factores de la sociedad venezolana, no hay tal acuerdo: llámese como se llame,
sea producto de una negociación o de una consulta electoral.
Venezuela necesita un
acuerdo político, económico y social, que primero se construya para, por y
entre venezolanos. El apoyo de la comunidad internacional sirve para generar
garantías, espacios de negociación y prestar herramientas, pero no para decidir
el destino de los venezolanos. Dicho esto, ese acuerdo debe tener la mayor
representación de personas, instituciones y sectores para garantizar la
gobernabilidad —sea a través de una transición política negociada o de una
consulta electoral, tal como usted lo señala—. No pueden quedar por fuera
sectores excluidos que después quieran generar inestabilidad política o quieran
regresar buscando venganza. Un poco lo que ocurrió en 1958. Algunos sectores de
la izquierda radical y del mundo militar se sintieron excluidos. No vaya a
haber, 40 años después, una persona que reúna ambos componentes. Ese acuerdo,
además, debe contar con el apoyo decidido del sector militar, entre otras
cosas, por el papel —mucho más activo— que actualmente juegan en la vida
nacional. Pero también se requiere la participación de la academia, porque de
nada sirve un acuerdo político si no tienes un diseño de formación, de
educación y de desarrollo.
Tanto en la década de
1980 como en la de 1990, la palabra clave era “confianza”. Diría que,
actualmente, la palabra clave es “credibilidad”. Vivimos en un país donde nadie
cree en nadie y, en consecuencia, nadie confía en nadie. Así es muy difícil
alcanzar una meta, sea en el terreno que sea.
Las personas que
actualmente están en el ejercicio de los símbolos del poder pareciera que no
están en capacidad para disminuir la desconfianza y crear credibilidad. Pero
también hay una realidad en la forma y el ejercicio del poder, en la forma y el
ejercicio de la justicia. Al igual que una ideología que demuestra, en
consultas electorales, que quienes ejercen el poder tienen seguidores. Esas personas
tienen que formar parte de la Venezuela del mañana. Pero, en algunos casos,
tienen que deponer algunas conductas para poder construir una Venezuela donde
quepamos todos. Entonces, el cambio no es para “quítate tú para ponerme yo”. Es
para diseñar un país distinto, un país nuevo, con un proceso de transición que
permita generar estabilidad, que luego tendrá su evolución mediante el
ejercicio de la soberanía popular y de la mayor arma que tiene la democracia,
que es el voto. Pero el país está tan deteriorado que para llegar a eso
necesitamos un proceso de reconstrucción, de sanación y estabilidad.
A mi entender,
pareciera que vamos a pasar por un lapso marcado por tres puntos suspensivos.
Pero hay derechos fundamentales que se tienen que garantizar desde un comienzo.
¿Cómo se haría eso?
Ahí es donde la
comunidad internacional puede prestar un gran apoyo: Naciones Unidas,
gobiernos, expresidentes, organizaciones de la sociedad civil. Ahí es donde nos
pueden prestar herramientas para que podamos diseñar un modelo incluyente, que
nos permita construir una nación sin abusos y de garantías, en la que se
generen condiciones para que haya progreso y bienestar para los venezolanos.
¿Cómo llegar hasta ahí? A través de negociaciones. Desde el punto de vista empresarial,
no vemos otra vía. Tenemos un ejemplo en la vecina Colombia. De hecho, el
expresidente y Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos, será ponente en nuestra
asamblea anual el 5 de agosto. Ése es un ejemplo de lo difícil que fue llegar a
un acuerdo para acabar con 50 años de violencia. No hay acuerdos perfectos,
pero se van mejorando día a día. Entonces, para llegar a ese punto, para poder
verlo como usted sugiere, la única vía es seguir procurando espacios. Uno de
ellos es la salud. Nosotros creemos que a partir de la salud podemos seguir
transitando por la senda de los acuerdos. Un segundo espacio para generar
acuerdos políticos pudiera ser la economía.
La evidencia empírica
es abrumadora. No sólo es la contracción del PIB, que nos ubica en 1935,
también es el colapso de la producción petrolera, la destrucción de la
capacidad empresarial, tal como la señaló al comienzo o los resultados
pavorosos de la encuesta Encovi. Pero esas evidencias no se quieren evaluar. Se
insiste en la confrontación, en el disenso, como fórmula de gobierno.
La gran pregunta es por
qué no han reaccionado. Yo creo que hoy, quienes ejercen los símbolos del
poder, están frente a la evidencia del fracaso del modelo. No es comparable al
fracaso que pudiera asumir un emprendedor que puso en marcha una empresa o un
emprendimiento y quebró. No. Aquí estamos ante el fracaso, una vez más, de un
dogma histórico. De una ideología, que, en distintos países y a lo largo de la
historia, ha fracasado. Pero qué se ha venido a reconocer aquí. Ése es el
primer gran escollo a sortear, como ha ocurrido en alguna materia. ¿Quién se
imaginaba a un gobierno del socialismo del siglo XXI aceptando, sin control
alguno, el uso de la divisa estadounidense? En una segunda fase, si continúa la
apertura, nos vamos a encontrar con unas tremendas distorsiones que se han
creado a través de los años. Además de una infraestructura totalmente
destruida. Las alas radicales no van a oír nada distinto a lo que su dogma les
dicta, pero asimismo creo que hay personas que, en materia económica, aspiran a
ciertos cambios, a cierta apertura. Hay luchas internas y pugnas ideológicas.
Pero el objetivo de mantener el ejercicio del poder -sin importar los errores y
omisiones- vuelven a unir a las partes en disputa y eso pone un cerrojo a la
puerta de los acuerdos, de los consensos y los cambios que se necesitan en el
país.
A lo largo del siglo
XX, no pudimos aprovechar al máximo y de forma eficiente el componente
financiero provisto por el ingreso petrolero. Sabemos que el petróleo ha perdido
significación e importancia en la economía mundial y, por tanto, no tendrá el
mismo peso dentro de la economía interna. ¿Cómo podemos inscribirnos en los
centros de poder? ¿Qué papel podríamos jugar en el escenario internacional?
Efectivamente, esa realidad
que vivíamos, ese apalancamiento a partir de ese chorro de dinero ya no es
posible, entre otras cosas, porque se destruyó a la principal industria del
país, desviando las formas de gerencia, de excelencia, de meritocracia e
investigación que tenía la estructura pública de la empresa petrolera
venezolana. Pero también adscribiendo a esa empresa actividades que no son
propias de su función. Usted no se imagina a la estadounidense Chevron o a
Armaco, la empresa de Arabia Saudita, importando alimentos en contenedores y
mucho menos financiando un proyecto político de alcance internacional. Pero el
recurso sigue estando allí y hay oportunidad de atraer grandes inversiones que
reactiven el aparato productivo. Entonces, no hay que tenerle miedo a la reactivación
del sector petrolero, pero sí hay que tenerle pavor, horror, a que esa
reactivación a través de la inversión privada sea para tener de nuevo a ese
Estado omnipotente y omnipresente, que decide quién sobrevive y quién no en la
actividad económica o que hace uso de subsidios para el control social. Tampoco
podemos tenerle miedo, y aquí hablo desde la perspectiva empresarial, a ese
futuro que ya llegó, a la innovación para que seamos más eficientes y
competitivos en un escenario de modernidad. Si el empresario no entiende, eso
está condenado al fracaso y no será por culpa del sistema sino de sus propias
debilidades y de su incapacidad de adaptación al nuevo modelo productivo de
escala mundial.
¿Ustedes están
esperando la presencia de voceros del gobierno en esta asamblea anual de
Fedecámaras?
A lo que aspiramos
nosotros es que oigan nuestras propuestas y a sentarnos con quien tengamos que
hacerlo para contribuir a transformar el país. Lo que estamos haciendo es para
dar una respuesta a nuestra principal preocupación, que en estos momentos son
los ciudadanos. ¿De qué nos sirve tener empresas en medio de un drama
humanitario? ¿De qué nos sirve tener empresas con los actuales niveles de
desnutrición o cuando los jóvenes siguen viendo las oportunidades fuera de
nuestro territorio? Entonces, no nos va a preocupar sentarnos con quien sea y
vamos a procurar los acuerdos políticos. En el marco de la Asamblea no estamos
esperando a ningún funcionario público, pero en los días subsiguientes vamos a
presentar nuestras propuestas como lo hemos hecho a través de los años. Y lo
que sí esperamos es que esta vez reaccionen.
Toca hacer país, a
todos. No podemos eludir esta responsabilidad y dejar que el tiempo transcurra
sin hacer nada. Una forma de hacer país es crear ciudadanía. ¿Qué puede hacer
el sector empresarial en ese sentido?
La primera forma de
hacer país y crear ciudadanía es asumiendo el compromiso de la inversión y la
generación de empleo sustentable y bien remunerado. Si promovemos mejores
empresas, mejores condiciones laborales y, sobre todo, mejores bienes y
servicios, nosotros estamos construyendo país y dando herramientas para el
desarrollo de la gente. Y con respecto a la ciudadanía, siendo más eficientes
en el uso de los recursos, en el respeto al medio ambiente, en profundizar la
política con respecto al pago de los impuestos, que sean cónsonos con el modelo
de desarrollo, no tienen que ser punitivos. Pero también interrelacionándonos
no sólo con los trabajadores sino con las comunidades que están en el entorno
de las empresas. Definitivamente, esto es un ecosistema donde todos
interactuamos. Una segunda forma es asumiendo un vínculo con los 5 millones de
venezolanos que emigraron del país. Esos venezolanos, que se fueron a pie, en
condiciones muy difíciles, o en primera clase por Maiquetía ganaron tres
grandes cosas. Uno, ganaron capacidades en términos de capital, ganaron
patrimonio, poco o mucho. Dos, ganaron habilidades profesionales, técnicas y de
oficio en entornos más competitivos. Ahí hay una oportunidad de construir país
enorme. Tres, crecieron como ciudadanos que saben que tienen que respetar al
vecino, que tienen que pagar impuestos, pero que también saben cómo y adónde ir
para reclamar sus derechos. La empresa privada puede ser la gran autopista para
que haya esa transferencia de capital, de capacidades profesionales y técnicas
y de ciudadanía.
*Abogado por la
Universidad Santa María, postgrado en derecho corporativo. Expresidente de
Conseturismo.
02-08-20
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