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domingo, 5 de septiembre de 2010

El corralito venezolano


Por Amanda Quintero

Creo que para mi generación las palabras «crisis» y «económica» hacen una combinación tan natural como decir «arepa con queso».

Cualquiera que haya ido al colegio en Venezuela entre los noventa y primera década del siglo XXI recuerda cómo en algún momento 5.000 bolívares de los viejos eran suficientes para una semana de cantina, que la entrada de cine costaba 1.300 y también cuando salió el billete de 10.000 con Simón Bolívar bigotudo y despeinado. Definitivamente se me cayó la cédula.

Los venezolanos entre veinte y treinta años desde que tenemos memoria asociamos «viaje al extranjero» con «Cadivi», «dólares» con «control» y «planificación» con «inflación». Sin embargo, y a pesar de que ya a estas alturas hablar de un 30% de inflación anual nos suena natural, no habíamos sentido ese friito en los pies, el que te dice que algo no anda bien.

Hasta hace poco para poder ahorrar o salir de viaje habíamos aplicado el mayor de los legados de la cultura venezolana: resolver –que si sacábamos la tarjeta de crédito prepago, que si vendíamos los cupos de internet, nos íbamos a Cúcuta y raspábamos la tarjeta a lo que daba, etc.–, porque era una manera fácil de hacer un negocito o simplemente porque ahorrar en bolívar fuerte es como meter un litro de agua en un saco de tela.

Sin embargo, hasta ahora no habíamos sentido el acorralamiento, el poco espacio que nos queda de maniobra. Ahorrar es normal y necesario para cualquier joven que o gana poco o decide sacar una parte de la mesada y apartarla para después. También es normal querer salir a recorrer mundo cuando no se tiene una familia que mantener, pero cada vez nos quedamos con menos opciones.

Cadivi cada año da menos divisas por persona y además los asigna según el destino a su total y completa discreción, sin olvidar que cada seis meses cambian los recaudos haciendo más engorroso el asunto o simplemente apostando a que la gente desconocerá el procedimiento. Comprar dólares legalmente por casas de bolsa ya no existe, el Sitme es prácticamente inaccesible para las personas naturales y hablar de casas de cambio ya es irrisorio.

No puedo comprar dólares al banco, no se los puedo comprar a nadie, es decir, estoy obligada a tenerlos en bolívares, que además para evitar que se me devalúen me los gasto en el primer chéchere que consigo.

Entonces, ¿realmente tengo derecho a elegir cómo gastar o ahorrar mi dinero? Creo que cada vez me siento más cerca del fulano «corralito financiero».

Publicado por:
Planta Baja UCAB

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