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miércoles, 3 de julio de 2019

Transiciones @aveledounidad



Por Ramón Guillermo Aveledo


Que la democracia tiene causantes y no meramente causas, como aseveró Samuel P. Huntington en su clásico del estudio del tema La Tercera Ola, es algo sabido a estas alturas. No es obra de tendencias, sino de personas. Dicho de otro modo, la democracia no se da, como los mangos, se produce. Hay que sembrarla y cultivarla para poder cosecharla y luego cuidarla, para que no se seque ni la devoren las plagas.

Como el citado, abundan los libros sobre las transiciones a la democracia. Uno de los que más me gusta compartir con mis estudiantes y con dirigentes políticos es el de Sergio Bitar y Abraham Lowenthal Transiciones Democráticas. Bitar, político e intelectual chileno, vivió en Venezuela buena parte de su exilio y nos conoce bien. Su lectura sería útil tanto para políticos como para ciudadanos, sean opositores u oficialistas.

Las transiciones exitosas son experiencias que varían entre sí, tanto como que cada país tiene sus especificidades. Pero siempre fueron procesos, no actos y en su logro fue tan importante un liderazgo esclarecido que supo estar a la altura de circunstancias naturalmente exigentes por su novedad a veces impredecible, como una sociedad civil alerta y activa que hizo presión a favor de los cambios e insistió en ello. A veces pudo cansarse y sentir que sus esfuerzos eran en vano, pero fue capaz de volver a levantarse y seguir.

En el siglo XX venezolano, por nuestra historia con predominio autoritario, hubo tres democratizaciones. La gradual y reformista desde arriba a la muerte de Gómez, apertura liderada por López y Medina, cada uno con su estilo que colapso a los diez años por defecto. Luego la revolucionaria de 1945-48, de la mano de AD y la juventud militar, cuyo colapso probablemente por exceso ocurrió en un trienio. Y la inaugurada en 1958, con un liderazgo y una sociedad mucho más maduro que duró cuarenta años, hasta que se agotó, acaso por las causas anotadas en la metáfora del primer párrafo. Pensamos que el único esfuerzo requerido era recolectar los frutos de sus árboles, cuando es más trabajo de agricultura.

En América del Sur se han vivido transiciones a la democracia como la chilena y la brasileña. La primera pasó a una democracia admirable desde una intensa polarización entre un gobierno militar fuerte y opositores entre quienes había desacuerdos bastante severos. La del gigantesco vecino tuvo un tránsito liberalizador dentro del régimen militar hasta llegar a una democracia intensa con juicios políticos a dos presidentes. Más al Norte, en México, la vía a la democracia fue desde la “dictadura perfecta” que diría Vargas Llosa de la hegemonía priista hasta la democracia pluralista que vería regresar al PRI al poder por elecciones y perderlo del mismo modo con su disidente y archirrival López Obrador.


Se habla de España y Sudáfrica emblemáticas por fundadas razones, pero me resulta interesantísimo el caso polaco que desafía simplismos. Allí hubo protestas sociales, represión dura, negociaciones y elecciones, en una difícil escena política abordada con pragmatismo.

La verdad es que en todos esas experiencias, tarde o temprano, actores de una y otra acera entendieron que el cambio era inevitable y trataron de ordenarlo para que fuera lo menos traumático posible. La historia de los agradece.

01-07-19





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