Laureano Márquez P. 01 de julio de 2024
Primero
que nada, breve aclaratoria sobre el término, que no significa, como parece de
entrada, una tendencia de las misas al desorden (como realizar la colecta luego
de la comunión, por ejemplo). La palabra, como suele suceder con casi todas,
viene de la unión de dos voces griegas: «mîsos», que quiere decir odio y
«ânthropos», que quiere decir hombre. Literalmente, odio a los hombres, aunque
si se prefiere, tenemos la acepción menos radical que nos ofrece la Real
Academia: «aversión al trato con otras personas».
El odio es tan antiguo como el hombre mismo. Con la misma convicción que se nos cataloga como homo sapiens, se nos podría etiquetar también como homo odium. De hecho, ya desde en los primeros capítulos del Génesis (que quiere decir comienzo, principio), tenemos el ejemplo de la «aversión» de Caín por su hermano Abel, que termina en fratricidio. Este episodio, por cierto, da lugar al término «cainismo», tan del gusto de los españoles, que incluso el gran pintor Francisco de Goya lo pinta en su celebre cuadro Duelo a garrotazos. El cainismo y la misantropía se parecen bastante, aunque el alcance de la primera es mucho mayor al abarcar a la humanidad toda, a diferencia del cainismo, que solo promueve la enemistad con los que piensan diferente (aunque en el caso particular de los españoles, por su carácter, éste abarque también a la humanidad toda –de esos fangos vienen nuestros lodos–).
Una
manera de contar la historia de la humanidad es hacerlo relatando la historia
del odio. Nuestro devenir en el tiempo está plagado de guerras, asesinatos,
torturas y otras expresiones de animadversión de unos contra otros. Pero es
quizá en nuestros tiempos donde la misantropía ha alcanzado niveles
sofisticados de manifestación, gracias al alcance de las redes sociales.
Desde
la comodidad de nuestro hogar, podemos expresar con instantánea facilidad
nuestro odio por todo aquel cuya opinión y punto de vista nos desagrade. Ya no
es la muerte física la que procuramos, sino la muerte social, que puede ser
peor, especialmente en el caso de los más jóvenes, a los que, con tan poco
entrenamiento en el terreno de la desilusión, puede conducir (se han visto
muchos ejemplos) a la primera. En la cruz de San Andrés de la red X
(antiguo Twitter), cualquiera puede ser crucificado y lapidado sin
piedad (curioso que lapidado y la piedad sean términos tan homófonos y
antónimos a la vez). Todos llevamos dentro la posibilidad de expresar una
crueldad y fanatismo textual dignos de un Fray Luis de Torquemada.
Seamos
pues cuidadosos, estemos atentos a la comparación que Baltasar Gracián hace en
El Criticón entre los hombres y las fieras:
«De
modo que solo el hombre tiene juntas todas las armas todas las armas ofensivas
que se hallan repartidas entre las fieras, y así, él ofende más que todas Y,
por que lo entiendas, advierte que entre los leones y los tigres no había más
de un peligro, que era perder esta vida material y perecedera, pero entre los
hombres hay muchos más y mayores: ya de perder la honra, la paz, la hacienda,
el contento, la felicidad, la conciencia y aun el alma».
Laureano
Márquez P.
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