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sábado, 24 de julio de 2010

El inhumano dolor cotidiano


CONTRAVOZ Por Gonzalo Himiob Santomé

“y si le sangran y se queja / por el momento no sabríamos /
si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra”
Andrés Eloy Blanco
Los hijos infinitos

Muchos son los síntomas de que una sociedad está en decadencia, especialmente en lo que se refiere a los valores y principios que tiñen el tejido colectivo, y condicionan las pautas de conducta de sus ciudadanos y ciudadanas. Entre estos síntomas, que hay muchos, los más preocupantes son los que tienen que ver con la falta de respeto a las normas, a las leyes, y los que atañen al irrespeto a la vida, especialmente al irrespeto a la vida de los más vulnerables: Nuestros pequeños, nuestros hijos e hijas.

Algunas noticias recientes, que son parte –lamentablemente- de una larga cotidianeidad a la que poco a poco nos estamos habituando, para mal de todos, han removido mucho a este escribidor en los últimos días. Quizás, en ello, hay mucho de que quien suscribe sea padre de una chiquita de tres años, lo confieso, pero dudo mucho que los acontecimientos que nutren este análisis no sacudan el alma de todos los que, de alguna manera, somos y nos sentimos seres humanos, seamos padres o no.

A finales de Mayo, un pequeñito de siete años fue alcanzado por una bala en la cabeza en Pinto Salinas, disparada esta vez por este tipo de criminales que pelean a sangre y fuego sus estúpidas “cuotas de poder” sin importarles quién caiga en la contienda. Lo más triste del caso es que el chiquillo no estaba ni siquiera en la calle, sino en su casa, al resguardo de su hogar. Su primo, un joven de veintidós años, murió también a causa de los mismos acontecimientos.

Una pequeña de doce años cayó el pasado viernes 25 de junio, mientras jugaba en La Silsa con unas amigas, abatida por una bala de FAL disparada por la Guardia Nacional. Sus familiares ya cuentan que nadie asume la responsabilidad por el hecho y que la investigación no ha revelado quién comandaba ni quiénes integraban la comisión de la GN de la que provino el disparo. Muy grave, verdaderamente criminal, porque es poner la vida de una niña por debajo de la “lealtad institucional” y del “buen nombre del componente”. Saber quién disparó es sencillo. Se tiene a disposición la bala –digo, si es que ya no la han “desaparecido” o “alterado”- y también se sabe cuál fue el tipo de arma de la que provino. Por otra parte, en los registros debe haber quedado constancia de qué destacamento de la GN intervino ese día en La Silsa y, evidentemente, de los nombres de los funcionarios que eran parte del operativo. Por otra parte, estos funcionarios de la GN no salen a la calle armados con chinas o piedras, sino con armas de reglamento, parte del arsenal nacional, que les son cuidadosamente asignadas y sobre las que tienen responsabilidades que también son sujetas a registro y a control, previo y posterior a su uso. Y no hay que tener el coeficiente intelectual de Einstein o de Hawking para saber que lo que toca es hacer una comparación entre la bala removida del cuerpo de la pequeña y las que se tomen como muestras de las armas de los funcionarios que participaron en el evento para así saber quién fue el infeliz irresponsable que “jugando al vaquero” no tomó en cuenta que cuando se acciona un fusil lo primero que se debe tener claro es hacia dónde apunta su cañón. Pero, claman los familiares, el silencio, tan mortífero para todos los que quedamos como la bala que acabó con esa hermosa madejita de ilusiones, con esa promesa de futuro hecha de juegos y de risa, se está imponiendo. Y eso es intolerable. Trato de ponerme en los zapatos de la madre y del padre de la niña, trato de identificarme en su tristeza con ellos, y sencillamente constato con horror que no puedo. Un nudo, terrible y angustioso, se me hace en la garganta y los ojos se me inundan. Un látigo frío e inclemente flagela mi alma en el intento y no me queda más que rogar a Dios por la seguridad de mi hija y por la de las hijas e hijos de todos nosotros que ya no sólo hemos de temer por los actos de los criminales sino también por los de las “fuerzas del orden”. ¿En qué país estamos cuando estas cosas ocurren todos los días y a los niños, sobre todo a los más humildes, no se les deja ni jugar tranquilos en las calles? ¿En qué país vivimos –mientras nos dejan- cuando la primera reacción de una fuerza institucionalizada, de un componente militar que se supone legítimo y “del pueblo” no es la de buscar de inmediato al responsable del hecho sino la de callar?. Y no cabe en esto hacer cuestionamientos a mi crítica sobre la base de distinciones obtusas y ciegas sobre si soy o no chavista u opositor. La muerte no las hace. El crimen tampoco.

Otra pequeñita, esta vez de tres años, dejó la vida esta semana en un consultorio odontológico, ya no en la populosa y humilde zona de La Silsa, sino en la urbanización Las Mercedes. Sin hacer juicios anticipados, al parecer todo apunta a que la odontóloga que la atendía y su anestesióloga no reaccionaron debidamente ante una crisis que se produjo con la anestesia que le pusieron a la niña durante un tratamiento dental. Cierto aquello o no –esperemos que las experticias y exámenes correspondientes no se tiñan de falsedades producto de indebidas “solidaridades automáticas” entre profesionales de la salud- las primeras versiones del hecho descubren que a la madre se la niña se la sacó del consultorio mientras a su chiquita se le iba la vida en éste y que al padre, en su terrible desesperación, hasta esposas hubo que ponerle –no me quiero ni imaginar su impotencia y su angustia, con la que me solidarizo plenamente- cuando en el Urológico se enteró de que su bebita ya no le regalaría más ni la luz de su mirada ni el calor de su abrazo. Al igual que en el caso anterior, no me imagino un dolor más contundente y definitivo para unos padres que este.

Ya un poco más acá, recién empezado el mes, en Corocito, Barinas –la “cuna de la revolución”- un joven de dieciocho y una niña de siete fueron asesinados. Al joven lo ultimaron unos tipos montados en una moto, “por venganza” –supuestamente contra él- lo que no les impidió luego de su jugada –ya que son de estos imbéciles que creen que la violencia es la llave que abre todas las puertas- un letal derroche de plomo que terminó alcanzando también a la inocente pequeña.

Y no son estos, ni de lejos, los únicos casos en los que las bajas de esta debacle –moral, social, económica, política- que estamos viviendo, y que compromete seriamente nuestros principios y valores, las ponen los más pequeñitos. Y no quiero ni mencionar las cifras de niños que se nos mueren por defectos en nuestro sistema preventivo de salud o por las carencias hospitalarias de las que es directamente responsable el gobierno. ¿Cuántos niños y niñas más tendrán que morir –de hambre, por impericia, por desidia gubernamental o a manos del hampa- para que Chávez entienda que debe afrontar con seriedad el tema y proteger a nuestros infantes por encima de cualquier otra consideración? Recuerdo el caso de los hermanos Faddoul y muchos otros y me pregunto ¿no vemos todos, sin excepciones, que nos están robando el futuro a punta de plomo, de indiferencia gobiernera y de ineficiencia supina?, ¿cuánto tiempo vamos a aguantarle al poder –que es el que monopoliza el uso de las armas y de la violencia “legítima” contra la delincuencia- las excusas y los discursitos cantinfléricos sobre la supuesta “eficacia” de sus “planes” contra la inseguridad? ¿Cuánto tiempo vamos a seguir permitiendo que en la mayoría de los casos la justicia –que no la incontrolada venganza retributiva o la toma de justicia “por propia mano”- se muestre ausente?. Cada caso que he reseñado, así como todos los demás que también existen, nos brindan una oportunidad perfecta para reivindicar el valor civilizatorio y verdaderamente humanista de las normas. Cada caso merece respuesta justa, racional y controlada, pero contundente, del poder. Pero esa respuesta no se ve, y los criminales se aprovechan gozosos de ello mientras cada vez son más las risas inocentes que nos dejan para ser sustituidas por lágrimas, impotencia y dolor.

Yo personalmente estoy cansado de los pretextos. Y es que dejar a tu niña o a tu niño jugando o en la escuela, o llevarla al médico para tratarse de una afección menor y curable, y que lo que te devuelvan luego sea un cadáver es algo que debe movernos a todos a la reflexión.

Publicado por:
http://rinoceronteleonavestruces.blogspot.com

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