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viernes, 9 de julio de 2010

Mini-Crónica del Auto-Exilio


Por Gustavo Coronel

Como lo predijo en su poema, murió fuera de su patria.

“Venezuela, más poblada en la gloria que en la tierra
La que algo tiene y nadie sabe donde
Si en la leche, la sangre o la placenta
que el hijo vil se le eterniza dentro
Y el hijo grande se le muere afuera”

Andrés Eloy Blanco.

En efecto, así ha sido, comenzando por Bolívar, Miranda, Sucre, Urdaneta, Simón Rodríguez, Andrés Bello, José Antonio Páez, Rómulo Betancourt, Ramos Sucre, Teresa de la Parra, Teresa Carreño, Jesús Soto, Juan Pablo Pérez Alfonzo, José María Vargas, Rufino Blanco Fombona, José Rafael Pocaterra, el mismo Andrés Eloy Blanco y miles de venezolanos menos conocidos, no por ello menos admirables y merecedores de nuestro aprecio, como lo fueron mis dilectos amigos Carlos González Naranjo y el Dr. Francisco Matheus.

Rómulo Gallegos regresó a la patria a morir, lo mismo Isaías Medina Angarita.

Hay un millón quinientos mil venezolanos viviendo fuera del país. No todos son grandes venezolanos como los mencionados arriba. Hay de todo en la viña del señor. Hasta ladrones habrá en ese contingente, como los banqueros boliburgueses que andan huyendo. Pero en su inmensa mayoría somos (yo tengo siete años que partí) gente normal, generalmente o muy jóvenes o muy viejos, los jóvenes anhelantes de futuro, los viejos anhelantes de tranquilidad para terminar sus vidas en el seno de una comunidad amable y civilizada. Quienes se ausentan están esencialmente buscando lo que ya no pueden encontrar en Venezuela, un lugar para vivir en dignidad y libertad. Francamente, si lo tuviéramos en Venezuela, no habríamos partido.

Irse físicamente no significa romper el hilo umbilical sentimental y afectivo que nos ata al terruño. Para algunos, inclusive, (para mí entre otros) Venezuela es ya un mini-terruño porque mi verdadero terruño es el planeta Tierra, tan pequeño y tan frágil que uno lo puede ver en su totalidad en las fotos tomadas por los viajeros del espacio. Como los tripulantes de la nave Enterprise muchos pensamos que el extranjero, la verdadera frontera desconocida es el Cosmos, las estrellas, no un rincón apartado del Tibet donde uno ya puede encontrar grabado en un árbol el nombre de algún maracucho que estuvo allí en 1999.

Ya a mi edad, y asistiendo maravillado a los avances del hombre, considero que el concepto de estado, de territorio, no tiene mucho significado. Representa realmente una ficción política absolutamente arbitraria, especialmente en un país como el nuestro, en el cual el estado ha asfixiado a la nación y la ha prostituido y empobrecido. He dicho en algún escrito anterior que el territorio que llamamos Venezuela ni siquiera agrupa a los seres más similares entre sí. Si así fuera, un estado culturalmente homogéneo tendría que agrupar a venezolanos de Maracaibo, ecuatorianos de Guayaquil, colombianos de Barranquilla y bolivianos de Santa Cruz, quienes comparten una idiosincrasia más parecida entre ellos que con sus respectivos compatriotas de las alturas. Pensar así, equivocado o no, me ha permitido tolerar mi auto-exilio en buena forma. No echo de menos a Venezuela porque ya no la veo como la nación que conocí.

Sin embargo, estoy empeñado en recuperarla, como también lo están millones de compatriotas y por ello creo estar mejor enterado de lo que pasa allá que muchos quienes nunca han salido de ella.

Y por donde vaya en el planeta y con quien hable, trataré de representar al mini-terruño con dignidad, tratando de ofrecer una visión de Venezuela que convenza a mis interlocutores que homínidos como Hugo Chávez no son típicos especímenes venezolanos sino que representan un callejón cultural tribal y sin salida.

Publicado por:
Las armas de coronel

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