Por Vladimiro Mujica, 11/09/2015
Podría parecer un atrevimiento argumental, pero creo que ya existen
suficientes evidencias de que el régimen chavista se percibe a sí mismo como
librando una batalla por su supervivencia en el poder. El desastre de la
gestión de gobierno de Maduro, la corrupción desembozada, el desabastecimiento,
la violencia endémica, la incapacidad para controlar la economía en medio del
escenario de caída de los precios del petróleo y, lo más grave, la pérdida del
apoyo popular al experimento chavista, han creado una situación real y objetiva
de amenaza a la revolución.
Esta percepción de riesgo ha generado una respuesta brutal cuyo
propósito último es crear una sensación de invulnerabilidad frente a sus
adversarios. Paradójicamente, la lista de adversarios incluye tanto al enemigo
externo, es decir el resto del país que se opone a la oligarquía chavista, como
a los críticos al interior de los partidos y movimientos todavía afiliados al
proyecto revolucionario, como la gente de Aporrea y Marea Socialista. Ello
explica porque, a pesar del costo político nacional e internacional que tuvo la
aventura patriotera contra Guyana, se emprende otra aventura de calibre aún
mayor y más irresponsable contra Colombia. En nombre del Libertador Simón
Bolívar se comete la más grande tropelía contra la memoria del hombre que soñó
en el proyecto continental unificador de la Gran Colombia: se agrede y humilla
a nuestros propios hermanos bolivarianos con el sólo propósito de generar una
situación de conflicto y caos que permita, una vez más, levantar las banderas
del patrioterismo.
El último episodio de la guerra de supervivencia que libra el régimen
chavista es la condena contra Leopoldo López y el grupo de estudiantes acusados
de crímenes fabricados para encarcelar a uno de los más valientes voceros de la
oposición venezolana. En medio del más vil atropello a nuestra constitución y
leyes, y desafiando el clamor del mundo civilizado, se sentenció a López a casi
catorce años de prisión por ejercer como ciudadano y dirigente político el
derecho a expresarse y a participar en acciones políticas consagradas en
nuestro ordenamiento jurídico. Al gobierno, y al sistema judicial y legislativo
controlados por el régimen no les importa exhibirse frente al mundo en su
condición de violadores de la ley y de los derechos humanos de los venezolanos,
por la simple razón de que lo que está en juego es la supervivencia de la
revolución.
El chavismo ha llegado a la conclusión, trágica para los venezolanos,
de que si muestra alguna fisura, alguna señal de debilidad, alguna vacilación
contra el adversario, por esa fisura se le va a escapar la vida a la
revolución. Por ello la orden universal es jugar cuadro cerrado y hacer
aparecer frente al mundo a la alianza cívico-militar, origen y fuerza de la
revolución, como una estructura inquebrantable, dispuesta a desatender el
clamor internacional y a la fuerza creciente del descontento de los
venezolanos. De ahí la insistencia en la imagen retorcida de pueblo y ejército
unidos, dispuestos a hacer lo que sea necesario para que la oligarquía chavista
sobreviva en el poder. Ya no es tiempo de caretas. No importa de que los acusen
de aquí en adelante. Siempre será preferible enfrentar las acusaciones de
fascismo con un ejercicio de desinformación, como el que se acaba de publicar a
página completa en el New York Times para fabricar hechos y transformar
mentiras en verdades sobre lo que ocurre en la frontera con Colombia, antes que
perder el poder.
La disyuntiva que se presenta ante el movimiento de resistencia en
Venezuela es muy compleja porque las herramientas de la violencia y la
represión están de un solo lado. El chavismo se comporta cada vez más como una
fiera herida y arrinconada por su propia incompetencia y corrupción. Como bien
lo aseveró el presidente colombiano hace unos días: la revolución bolivariana
se ha destruido a si misma. O como destacados ex-partidarios de la revolución,
como el profesor Lander de la UCV han señalado: el proyecto chavista fracasó
porque no supo construir desde abajo y porque resultó consumido en el modelo
rentista. Todo lo que alguna vez despertó sueños en alguna gente honesta que
aspiraba a un cambio en Venezuela a través de la revolución bolivariana está
muerto. La oligarquía chavista traiciona el sueño bolivariano y al pueblo de
Bolívar, pero eso no quiere decir de ningún modo que hayan perdido su capacidad
para reaccionar y para infringir más daño al país.
Así las cosas, todo parece indicar que todavía vamos a tener elecciones
en diciembre en medio de una campaña abusiva de atropello judicial y físico
para intimidar a la población y sembrar la idea de que el chavismo es
invencible. Para que la gente se convenza de que ninguna presión internacional
será capaz de garantizar observación independiente y que, en definitiva, el
voto popular será ineficaz, porque las fuerzas del régimen jamás saldrán por la
vía electoral. Nada más lejos de la verdad. La desesperación de la fiera
herida, la aparición desembozada de su carácter fascistoide y represivo, está
en relación directa al peligro de la situación que percibe. El chavismo sabe
perfectamente que no podrá ocultar frente al mundo y, más importante, ante su
propia gente y sus apoyos internacionales, que ha perdido el apoyo del pueblo
venezolano. Ese es precisamente el escenario que les produce miedo y en el cual
las fuerzas de la resistencia democrática tienen que insistir.
Pero también puede ocurrir que a medida que se acerque diciembre, el
chavismo más extremista y violento termine por convencerse de que no pueden ir
a una contienda electoral que evidenciaría frente al mundo que son minoría.
Entonces asistiremos a intentos por suspender las elecciones en medio del caos
creado por los estados de excepción y otros artilugios diseñados para violentar
el mandato constitucional. La oligarquía chavista juega en todos los tableros
para hacer lo necesario para sobrevivir. Está en nosotros, en la ayuda de los
amigos internacionales de Venezuela, y en la sabiduría y el temple del
liderazgo de la resistencia ciudadana que no tengan éxito.
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