Roberto Giusti 08 de marzo de 2016
@rgiustia
El
homenaje a Hugo Chávez, por parte de los mandatarios amigos (subvencionados),
en el tercer aniversario de su muerte, antes que revestir el carácter solemne
de una vida y obra en plena vigencia, tuvo más bien el tono lánguido y desvaído
de las despedidas definitivas. En el
marco de un país sometido a las más crueles penalidades y frente a una región
donde la internacional chavista se diluye en medio de todo tipo de escándalos y
de corruptelas que comprometen a sus socios, el deslucido evento, con notorias
ausencias, antes que realzar la figura del ilustre difunto, puso en evidencia
el triste final de una época.
No en
balde, paralelo al evento, el más conspicuo de los socios, el expresidente
brasileño Lula Da Silva, luego del allanamiento de su casa, era trasladado a
una sede policial para rendir declaración sobre
su supuesta participación en hechos de corrupción que comprometen a la estatal petrolera, Petrobras y a la
multinacional Odebrecht por un monto calculado en más de dos mil quinientos
millones de dólares. Investigación que incluye a la actual presidenta, Dilma
Rousseff y que involucraría a Chávez y su campaña electoral para la reelección
en el 2012.
De
capa caída anda también el discípulo preferido de Chávez, el presidente
boliviano Evo Morales, quien perdió el referéndum de 21 de febrero, con cuyos
resultados favorables contaba para
intentar una enésima reelección, entre otras razones por la denuncia sobre el
drama amoroso que protagonizara con una joven quien, aparte de ser su amante, fungía como gerente
comercial de una empresa china que
contrató obras, sin licitación, por 500 millones de dólares.
Tampoco
está cómoda la expresidenta argentina Cristina Kirchner, quien podría ser
llamada a declarar, en calidad de testigo, a propósito de la muerte del
fiscal Alberto Nisman, encontrado
con un tiro en la cabeza a pocas horas de presentar, ante el Congreso,
una denuncia en contra de mandataria por presunto encubrimiento de funcionarios
diplomáticos iraníes, acusados de ser los autores del atentado, perpetrado con
un coche bomba, contra la Asociación Mutual Israelita Argentina, hecho ocurrido
en 1994 y en el cual murieron 85 personas.
Ni
hablar de Raúl Castro, quien, ante la reducción de los aportes venezolanos a la
economía de la isla, no se tomó la molestia de hacer presencia física en
Caracas ocupado, como está, en organizar la visita de Barack Obama. Lo mismo
ocurrió con el ecuatoriano Rafael Correa, que despachó el asunto desde el
propio Quito, con unos cuantos lugares comunes elogiosos sobre la tarea de
igualación social (hacia abajo) impulsada
por su mentor venezolano, a quien, en buena medida, le debe su arribo al
poder. Y hasta ahí llegó la lealtad de unos socios que vuelven la mirada hacia
otros horizontes en busca de nuevos proveedores porque ya no tienen a Chávez y si lo tuvieran todo
el influjo de su poder de atracción y persuasión habrían disminuido su
potencial en la misma proporción en que se redujo la renta petrolera y el país
se transformó en ejemplo vivo de una obra aniquiladora y destructiva que rebasó
las expectativas más pesimistas sobre el
denominado socialismo del siglo XXI.
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