Por Vladimir Villegas
El cardenal Pietro Parolin,
secretario de Estado del Vaticano, habló en días recientes sobre la necesidad
de que en Venezuela se abra paso al diálogo, como vía para solucionar los
problemas del país, y, por si fuere poco, no se limitó a utilizar esta ya
aparentemente gastada palabra, sino que agregó otro concepto que viniendo del
segundo hombre de abordo en la jerarquía católica tiene un gran significado:
mesa de negociación.
Esta declaración de Parolin,
quien se desempeñara años atrás como nuncio apostólico de su santidad en
Venezuela, coincidió con la información según la cual el propio papa Francisco
le envió al presidente Nicolás Maduro una misiva para hacerle algunos
planteamientos sobre la situación del país. Es obvio que lo dicho por Parolin
es la postura del papa, y es fácil deducir que en esa misiva personal al
mandatario venezolano esos dos conceptos deben estar presentes.
Ha dicho Parolin que el
diálogo y una mesa de negociación es la única salvación para Venezuela, y
créanme que esa posición es compartida por mucha gente en Venezuela, en vista
de que todos los acontecimientos parecen conducir a una inevitable confrontación,
una medición de fuerza por mecanismos ajenos a los que plantea la Constitución
de 1999 para dirimir por la vía democrática lo que hoy estamos presenciando
entre los dos bloques políticos que se disputan el poder.
Por lo visto, la mediación
papal, lejana pero no imposible, sería en la práctica una de las pocas, o
quizás la única, alternativa capaz de impedir que se desborden las pasiones en
Venezuela y vayamos a escenarios violentos que tanto tememos y tanto hemos
advertido en distintas oportunidades y por distintos medios. Al papa hay que
responderle directo y con claridad si existe disposición real o no por
parte del gobierno de ir al diálogo y a una mesa de negociación. En caso de una
respuesta afirmativa, lo lógico es que no se trate de una treta para ganar
tiempo, porque eso sería, en la práctica, seguir perdiendo tiempo, mientras la
vida de los venezolanos se debate entre la escasez de alimentos y medicinas, la
creciente inseguridad y la cada vez más intensa pugna nutre oficialismo y
oposición.
Entiendo claramente que el
diálogo y más aun la mesa de negociación produce alergia entre importantes
dirigentes de gobierno y oposición, que representan posturas duras, inflexibles
y extremas que en lo único que coinciden es en repudiar cualquier forma de entendimiento,
acuerdo o negociación. También produce alergia en sectores de la población,
tanto del lado del presidente Maduro como del bando opositor, que no se ahorran
calificativos severos para manifestar su repudio a cualquier salida negociada a
la actual crisis política del país.
La ayuda del papa no tiene
por objeto que Diosdado Cabello y Henrique Capriles salgan convertidos en los
nuevos mejores amigos, o que Iris Varela y Lilian Tintori se agarren de las
manos como en la canción del Puma José Luis Rodríguez. De lo que se trata
es de que una figura como la de Francisco sirva de garante o de apoyo en una
negociación política que tanta falta hace en un país donde existe una gran
desconfianza entre los actores políticos y un clima social de alta tensión, desesperación
y descontento.
¿Diálogo y negociación para
qué? Básicamente para que le demos una salida no violenta a esta crisis, para
que se cumpla la Constitución y se cumplan las leyes de la República. Eso
parecería una tontería en cualquier otro país, pero no en la Venezuela de hoy,
donde tenemos una gran debilidad institucional que debemos superar por el bien
de todos, en especial de esa nueva generación de compatriotas que no ven un
futuro cierto, de oportunidades, de crecimiento personal y colectivo.
Creer que sin pasar por la
alcabala del diálogo y de la negociación Venezuela va a salir de esta severa
crisis es cuando menos un acto de ingenuidad. Los numeritos no dan para que
luego de una confrontación violenta alguien pueda cantar victoria.
Más que la victoria de un
bando se trata de darle una victoria al país, canalizando por la vía
constitucional y democrática el procesamiento de las diferencias que nos
dividen políticamente, y abriendo caminos para que por la vía del acuerdo
podamos impulsar políticas destinadas a derrotar la inflación, a reactivar el
aparato productivo y crear condiciones que permitan una vigorosa inversión de
capital nacional y extranjero, con el objetivo de detener la aparatosa caída
del nivel de vida de las grandes mayorías. Si no hay respuesta positiva,
efectiva y concreta al llamado del papa debemos estar preparados para un
agravamiento de la confrontación. Ojalá estemos equivocados.
10-05-16
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