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sábado, 18 de junio de 2016

Cumanazo, por Miguel Méndez Rodulfo



Miguel Méndez Rodulfo 17 de junio de 2016

Cumaná celebró hace poco su quinto centenario sin pena ni gloria. Sucesos históricos de envergadura, nacimiento de prohombres y contribuciones al pensamiento y la cultura, ha producido el terruño del Gran Mariscal. De manera que no es ningún acontecimiento baladí cumplir medio milenio de fundada, como para que la alcaldía de la ciudad, la gobernación del estado y el gobierno nacional, hayan dejado pasar el onomástico por debajo de la mesa. La Primogénita del Continente se merecía una conmemoración acorde con su linaje, pero la desidia y la omisión de este régimen que todo lo envilece, echaron por la borda enaltecer tal jubileo. De veras Cumaná no merece este desprecio y tal vez el gobierno abusó de la nobleza de esa hermosa ciudad. Quién visite Cumaná, y en general el estado Sucre, no tendrá otra opción que enamorarse perdidamente de su paisaje, su clima, sus playas y su gente. Claro, una vez que hayamos internalizado que la “lisura” del cumanés, esa aproximación directa a la intimidad, que proviene de la calidez y la confianza desbordada, de que hace gala la hospitalidad cumanesa, no es una invasión a la privacidad sino una declaración abierta de amistad. El habitante de Sucre hace suyo el lema de la tía Querida: “brazos abiertos de sol y mar”. Entendido eso, todo es disfrute y emoción en esos parajes orientales.


Cuando Colón divisó Macuro desde sus naves, en el tercero de sus viajes, quedó tan impresionado por la naturaleza frondosa y verde que se volcaba sobre un mar prístino de aguas turquesas, que denominó aquel paraíso como “tierra de gracia”. Aquel destino es la margen oriental de Sucre actual y su condición idílica sigue intacta. No hay sino que considerar las costas que se prodigan de este a oeste del estado, bañadas por mares que reflejan las gradaciones de color que van desde el verde agua al azul cobalto, para tener conciencia de estar en presencia de un tesoro en materia turística. Si sólo consideráramos tal maravilla, Sucre poseería una ventaja comparativa sin par para atraer turismo del mundo entero. Este estado también está bendito por natura, ya que es una de las pocas regiones del mundo que goza de los beneficios de un fenómeno oceanográfico denominado “surgencia”, mediante el cual los vientos alisios soplan sobre la capa superficial del Mar Caribe permitiendo que desde diciembre a junio, las aguas profundas y frías del Atlántico norte, emerjan movilizando los sedimentos del lecho marino, fertilizando toda la columna de agua; de esta manera, a esas temperaturas, crecen microalgas que corresponden al primer eslabón de la cadena alimenticia, las cuales a su vez sirven de alimento a micro crustáceos que a su vez alimentan a las subsiguientes cadenas, todo o cual hace que haya buena pesca, sobre todo de sardinas. Estas aguas que bañan las costas del estado Sucre son las más ricas del Caribe.

Visto así no es de extrañar las notas de asombro de Humboldt, observando a los cumanagotos comer pescado, árbol de pan (castañas) y frutas tropicales; es decir llevando una vida sin complicaciones, en armonía con la naturaleza. Pero Sucre no sólo tiene paisajes de ensueños, buena pesca, agente cálida y mujeres bellas con un tipo de cuerpo particularmente esculpido sobre sus caderas, sino que constituye una potencia en el cultivo de tres productos ancestrales de la exportación colonial venezolana y que hoy día tienen una demanda mundial de alto target: el ron premium, el cacao porcelana y el puro que se hace completo con todos sus componentes cultivados en esa región. Si Sucre toma plena conciencia de sus ventajas competitivas y se visualiza como un competidor con preeminencia en ese mercado de gran demanda, otro sería su destino. Para ello hay que pensar en grande. En la hora de la desolación y la rabia, hay que considerar con especial cuidado la reconstrucción. Los pueblos siempre se levantarán para bien, Corresponde darles una brújula.

Miguel Méndez Rodulfo
17 de junio de 2016

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