Por Vanessa Davies
“Si este gobierno se va por
una vía que no sea democrática los problemas apenas comenzarán”, dice el
sociólogo y analista. Piensa que, en el año y medio que le resta a Maduro, se
deben fijar los términos para una transición civilizada
Está más que acostumbrado a
recibir los palazos de la política venezolana: los del cuerpo y los de la
palabra (tal vez más dolorosos que los primeros). Por eso, a Carlos Raúl
Hernández no lo arredran las reacciones que pueden generar sus análisis y
propuestas. No lo asusta, por ejemplo, que por decir que el presidente Nicolás
Maduro es un político astuto y hábil lo acusen de “gobiernero”. O que por
plantear para Venezuela una transición como la de Nicaragua entre el gobierno
sandinista y la presidenta Violeta Chamorro (con un opositor en Miraflores y un
chavista en el ministerio de Defensa, si fuese el caso), le digan que se “fumó
una lumpia”.
Su medida de la justicia es
severa con el liderazgo opositor, pero lo es aún más con quienes ocupan la
jefatura del Estado. No es que Hernández lanza flores a unos y piedras a otros.
Las piedras, en todo caso, son para todos. Decirle a un gobierno que vive en
una obra de teatro de Eugenio Ionesco no es, precisamente, un piropo. Y el
sociólogo, profesor universitario, articulista de opinión y exsenador de “la
Cuarta”, lo hace.
Con su franela negra, sus
bluyines y los ojos cubiertos por un par de lentes, Carlos Raúl Hernández llegó
a las oficinas de Contrapunto este viernes 7 de abril. Un día antes
(jueves), la oposición había intentado marchar hasta el centro de Caracas (por
segunda vez en una semana). Un día después (sábado), la escena se repitió, pero
con algunos añadidos: gases lacrimógenos contra palmeros de Chacao y contra los
bomberos que apagaban el incendio en el comando de campaña de Henrique
Capriles; la quema de la sede de la Dirección Ejecutiva de la Magistratura. Su
comentario acerca de la obra de Ionesco en la que, a su juicio, está metido el
Gobierno, pareciera cobrar un nuevo significado.
–¿La situación del país es
normal, como dice el gobierno?
–No es un país normal para
nada. El gobierno vive en una obra de teatro, estilo Eugenio Ionesco, donde
pasan cosas insólitas y las presenta como si fueran normales. Es como La
cantante calva. Aquí se finge una normalidad que no es cierta. ¿Cómo puede ser
normal un país en el que la gente no puede ni ir a un cine? Estamos viviendo en
un campo de concentración psicológico. El rechazo al gobierno es unánime.
Sostenido por un gancho: los
militares
–¿En qué punto del conflicto
nos encontramos en Venezuela?
–Es una situación muy trágica
la que estamos viviendo. El Gobierno quiere mantenerse en el poder y no se sabe
ni siquiera si aceptará la alternabilidad constitucional, no lo dice
enfáticamente. Y resulta que desde el punto de vista del manejo del Estado nos
dirigimos a una situación de caos.
–¿Por qué?
–Por la condición de Estado
fallido como consecuencia de que el Estado no está en condiciones de cumplir
con sus funciones. La función de resguardo de la seguridad y la soberanía
nacional la ha perdido; la soberanía la controlan cada vez más grupos
irregulares como narcotraficantes, megabandas o colectivos. Hay una especie de
Estado paralelo, hamponil. Aparte de eso, el hampa es un poder demasiado
grande. Económicamente el país está colapsado, no controla la economía. Hay
ingobernabilidad económica y social. Le quedan elementos de gobernabilidad
política que no se deben al gobierno, sino al apoyo militar. El gobierno está
sostenido por un gancho, que son los militares.
–¿No tiene nada de pueblo?
–Es una minoría muy escuálida,
de 17% o 12% según encuestas. Todavía el Estado tiene un mínimo de capacidad de
esa clientela.
–¿El apoyo al Gobierno es todo
clientelar?
–Es gente que vive del Estado;
empleados públicos, gente que recibe misiones. Es una especie de círculo
concéntrico que vive alrededor del Estado. Eso configura las características de
un Estado que va rumbo al caos.
–¿Eso lleva hacia dónde?
–Hacia la violencia
sistemática. Mucha gente pareciera que invoca un golpe de Estado, que puede
meternos en problemas peores.
–¿Por qué?
–Los militares que conocemos
están formados con los mismos prejuicios ideológicos que el gobierno, solo que
menos matizados y más radicales. No creo que haya militares ilustrados que
hagan un política económica adecuada, una política social correcta, o que
reinstitucionalicen el país. Aquí vendría una lucha entre fracciones militares,
que llevaría a una situación como la de Argentina.
Que se vaya, pero
democráticamente
–¿Cuál es la responsabilidad
de la oposición?
–La oposición tendría la
obligación de pensar en términos estratégicos, no solo en términos tácticos.
Hay una comprensible angustia por salir del gobierno, pero si el gobierno se va
por una vía que no sea democrática los problemas apenas comenzarán. Espero que
se vaya democráticamente.
–¿Qué pasará si no se va
democráticamente?
–Si no se logra un acuerdo de
gobernabilidad con los que salen, como ha ocurrido en Nicaragua o Chile, y que
implica una negociación y garantías de parte y parte, vamos a enfrentar una
situación en la que cualquiera que sea el Jefe del Estado va a tener un Estado
paralelo. Necesitaría una base de gobernabilidad con el otro sector político
para hacer las reformas económicas. Nadie solo podría emprender una tarea tan
grande.
–¿Como pueden dirigentes del
oficialismo hacer acuerdos con quienes claman por venganza?
–Es comprensible en la
población, pero no se perdona que los dirigentes actúen así, porque son
dirigentes para pensar la política más allá de la venganza. Sin acuerdos no hay
cambio positivo. Puede haber una situación peor.
–¿Realmente puede ser peor?
–A veces pensamos que llegamos
al sótano, pero hay como 15 sótanos.
–¿En cuál estamos?
–Estamos en el primero, que es
bastante, pero podemos bajar más. Todavía la gente come, pero puede llegar a
haber una hambruna. Los alimentos no florecen solos. Si el gobierno sigue en la
actitud de que no le interesa la producción, vendrá una hambruna. Nos quejamos
mucho, tenemos una inflación de 800% o 1.000%, pero en Nicaragua hubo inflación
de 40.000%. No hemos visto hiperinflación. La hiperinflación sería otro sótano
terrible. Ahora tenemos el dólar en 4 mil bolívares, pero puede llegar a 100
mil bolívares.
Plan de emergencia: calendario
electoral
–¿Cuales son los términos de
esos acuerdos políticos?
–Lo fundamental es quitarse la
idea de la cabeza de que puede haber retaliación. Eso sería terrorismo
judicial, usar los tribunales para castigar a enemigos políticos, y eso no se
puede. Ningún país que ha hecho transiciones ha podido ni ha querido buscar
retaliaciones. Hay que quitarse la idea de usar la justicia como instrumento de
retaliación.
–¿Qué más?
–Lograr un acuerdo mínimo con
otros sectores dentro del chavismo para impulsar una reforma económica, que va
a ser problemática.
–¿Podría haber algo, en
materia económica, peor que esto?
–Esto nos ha hundido en la
enfermedad y ahora necesitamos un remedio que es duro. La gente tiene que
producir, y para que haya producción hay que trabajar. Necesitamos inversiones.
Si no, el país seguirá en la onda de Argentina.
–¿Cómo hacer el acuerdo para
algo así?
–Es un acuerdo a largo plazo,
pero por el momento tenemos cosa más urgentes. Un plan a corto plazo, de
emergencia, que sería lograr que el gobierno, gracias a la mediación
internacional, se comprometa con el calendario electoral. Las elecciones de
gobernadores para este año y las presidenciales para el año que viene. Parece
mentira que sea necesario un esfuerzo tan grande, pero es así. Al paso que
vamos no va a haber ni siquiera eso. Habría que pedirle por favor a la
comunidad internacional que se involucre en el caso venezolano; que regresen.
–¿Con los facilitadores que ya
estaban?
–Hay un grupo de mediadores
que está nombrado. Con esos mediadores y con otros más. Hay prejuicios con
algunos de ellos, pero hay que entender que es lo único que tenemos: la
posibilidad de que la mediación internacional nos ayude para que haya
elecciones.
–¿Y el escenario de adelantar
las elecciones generales?
–No creo en eso. Eso no está
en la Constitución. Hay que arrancarle al gobierno lo máximo que esté en
condiciones de dar: elecciones regionales este año y presidenciales para el que
viene.
En mal momento, pero vivo
–¿Las protestas han debilitado
al gobierno?
–El gobierno está en un mal
momento. En los últimos días se ha llevado una paliza por todas partes.
–Pero no se ve débil
–Su imagen internacional ha
caído profundamente. Pero siguen enganchados al aparato militar. Me pregunto:
esas manifestaciones, ¿cual es su objetivo? Ramos Allup dijo que era lograr
elecciones de gobernadores, pero lo que se siente en la marcha es que cada uno
dice lo que quiere. Hay una cosa abstracta que llaman elecciones, que no se
sabe qué son. Si son elecciones de gobernadores hay que involucrar el interior
del país. Creo que el movimiento sería mucho más útil si estuviera marcado por
las elecciones regionales.
–¿El gobierno va a superar el
mal momento haciendo lo que está haciendo?
–No me gustan los pronósticos,
pero trato de pensar el mecanismo práctico por el cual el gobierno podría
salir. El único sería un movimiento militar, que sería de entrada rechazable.
No tengo ninguna razón para creer que los militares lo van a hacer mejor.
–¿Maduro debe terminar su
periodo?
–Ninguna cosa que rompa el
hilo constitucional es buena. Que el señor termine su periodo, haga elecciones
y que se establezcan los acuerdos para que haya un cambio de gobierno
civilizado. Lo otro es que Maduro pretenda perpetuarse, y entonces entraríamos
en un nuevo periodo. Con Trump allí no me gusta esa perspectiva.
–¿Por qué?
–Trump es un tipo muy
peligroso. No es un político. Es un caudillo populista y demagogo.
–¿Qué podría hacer en
Venezuela?
–No sé, pero creo que nada
bueno.
–Pero entonces tiene razón el
gobierno cuando dice que nos van a invadir.
–No creo que nos van a
invadir, pero se abre una situación impredecible si el gobierno insiste en que
no haya elecciones. Si no hay elecciones, entramos en una fase en la que
seremos juguetes de la fatalidad. La decisión la tomarían las potencias.
El Vaticano debe involucrarse
directamente
–¿Qué hacemos en este año y
medio los venezolanos para no llegar a eso?
–Hay que buscar una salida
civilizada, pero nadie ayuda.
–¿Como ayudar en este año y
medio?
–El Vaticano debe involucrarse
muy directamente. Pero la Conferencia Episcopal descalifica el diálogo. La
Iglesia tendría que ayudar mucho con un cambio de actitud, convertirse en un
factor activo para buscar una salida. Deben asumir el papel de negociadores, de
intermediarios. El rol de Almagro hubiese sido mucho mejor si ayudara a buscar
una salida. En un ambiente tan crispado, eso suena como un sermón de la montaña.
Tengo 18 años viendo cómo el radicalismo ha consolidado al gobierno. El
gobierno se estabilizó plenamente gracias al retiro de la oposición en las
elecciones parlamentarias de 2005. Creo que es el error de política más grande
que se ha cometido en los últimos años, y eso fue producto del radicalismo.
–¿Esto del presente se veía
venir?
–Sí. Lo vi venir desde el
comienzo. En primer lugar, el currículum de Hugo Chávez era haber dado un golpe
de Estado, un golpe cuyo entorno intelectual era de extremísima izquierda. Los
teóricos planteaban decretos de Pol Pot (régimen que gobernó Camboya). Si los
ves hoy día, se te paran los pelos. La izquierda vivió un debate muy intenso
sobre la democracia, pero con Chávez se asoció al principio el sector que no
participó en ese debate: los grupos más duros, la izquierda más dura. Conocí
personalmente a Chávez, y siempre fue un tipo megalómano.
–¿Usted piensa que Chávez no
hizo nada bueno?
–Es una pregunta absoluta.
Pudiera haber hecho cosas buenas, pero el balance global de su gestión es un
desastre. Venezuela era un país al que todos cuestionábamos, pero la gente
estudiaba, comía, vivía, tenía buenos trabajos, con todos los errores. Era un
país modelo para América Latina.
Un político hábil
–Si todo era tan bueno antes,
¿por qué llegamos a esto?
–Porque hubo una ruptura entre
los factores de poder, por el odio ancestral hacia Acción Democrática y hacia
Carlos Andrés Pérez. Se produjo una fusión entre los que estaban resentidos con
AD y los que estaban resentidos con Pérez por la lucha armada, y eso se
convirtió en una alianza de izquierda y derecha para acabar con CAP y con el
régimen democrático. Quienes votaron en el Congreso Nacional por la salida de
Pérez de la Presidencia, en 1993, fueron los dos partidos del sistema. Si ellos
no votan eso, CAP no sale del poder y no queda Chávez como un héroe.
–¿Pero ese orden de cosas
tenía recuperación?
–La gente hablaba con mucha
razón de la corrupción. La hubo en una medida muy menor de la que creíamos.
Pero en ese momento se producían las grandes reformas, que iban contra esos
defectos: elección de gobernadores y de alcaldes, reforma del Estado, apertura
económica, que eran medicinas contra la enfermedad.
–¿Dieron algún resultado?
–Estaban dando resultados
extraordinarios, se incorporaron nuevos sectores a la política. Y al mismo
tiempo la economía estaba creciendo. Pero se rompieron los ejes del poder: el
sindicalismo, la fuerza armada, empresarios, medios, y eso hace que la sociedad
empiece a tambalearse.
–A su juicio, ¿fue peor el
remedio que la enfermedad?
–Claro. Lo estamos viendo.
Venezuela, con el ingreso que ha tenido el periodo revolucionario, debería ser
un país desarrollado. Si se hubiese invertido como debía, seríamos Dubái.
–¿Usted piensa que Maduro
tampoco ha hecho nada positivo?
–Seguramente habrá hecho algo
bueno, pero el balance es muy malo. ¿En qué avanzó Venezuela? En nada. Las
variables sociales y económicas son desastrosas. No habíamos tenido población
comiendo basura, como hoy. Pero me irrito cuando oigo que le dicen burro: si es
tan burro, ¿por qué tiene arreado al sector que se las da de democrático?
–¿Lo ve como un político
hábil?
–La gente le quita todo
mérito, pero ha logrado superar situaciones incómodas. Ha demostrado que es
astuto y mucho más hábil que sus adversarios.
El objetivo deben ser las
elecciones
–¿No habrá salidas para
Venezuela a corto plazo?
–Nuestros únicos objetivos,
para mí, son lograr asegurar los procesos electorales: este año, gobernaciones
y alcaldías; el próximo, presidenciales. Yo iría de rodillas a Vaticano o a
Sorte con tal de que eso se pudiera dar. Eso rompería el esquema totalitario.
–¿Y si no hay elecciones
presidenciales?
–Estaríamos en manos de un
manejo como el que vemos en Siria. Se los digo mucho a quienes tienen la
esperanza de que habrá un cambio por salir a manifestar. Bashar Al-Assad ha
destruido el país, las ciudades de Siria son fantasmas y él sigue consolidado
en el poder porque lo apoya Putin. No quisiera nunca que Venezuela bajara al
sótano 18, que es una situación así.
–En su opinión, ¿qué llevaría
al gobierno a aceptar la entrega del poder?
–El sentimiento predominante
en el gobierno es el pánico. Los chavistas tienen un inmenso temor de que se
suelten los demonios si ellos pierden. Algunos chavistas decían que preferían
un golpe de Estado, que el revocatorio.
–¿La oposición no alimenta ese
temor?
–Si no hay acuerdos y
negociaciones no hay cambio positivo. En el Gobierno tienen poder de fuego, lo
han demostrado. Han jugado con el TSJ, con la Fuerza Armada, con el CNE. La
oposición venía en una secuencia de victorias electorales desde 2006, y se
engolosinó y pensó que era el momento de darle el palo a la lámpara con el
referéndum revocatorio.
–¿Fue un error?
–No hubo revocatorio y no hubo
lo que sí debía haber habido: elecciones de gobernadores, que eran un paso
estratégico fundamental para una salida suave, de transición.
–¿Qué lleva a un gobierno a
aceptar que debe dejar el poder?
–Lo mismo que llevó a Augusto
Pinochet a entregar el poder.
–¿Compara a Maduro con Pinochet?
–Me refiero a casos
autoritarios. Pinochet, en Chile, era un dictador feroz y entregó el poder.
Daniel Ortega, en Nicaragua, era un comandante duro y entregó el poder. Lo
hicieron porque tuvieron garantías. Ortega pidió que su hermano fuera el
ministro de la defensa, por ejemplo. ¿Y Pinochet? Siguió con el control de la
Fuerza Armada, y lo aceptaron. Si alguien dice eso aquí, lo matan, lo guindan.
No
puede haber ingenuidad
–¿Hay ingenuidad en la
oposición?
–Lo imperdonable es la
ingenuidad de los dirigentes. Si hay ingenuidad en los dirigentes, esto no va
para ningún lado. Los dirigentes deben ser como son los políticos: deben hacer
maniobras. Prefiero que sean así y no que sean bobos.
–¿Lo que pasa en la OEA
cambiaría la situación venezolana?
–Es muy fácil de medir. Con 18
votos pueden intervenir en la política venezolana con el llamado al diálogo y
una comisión de amigos de Venezuela que interceda. Pero no lo pudieron hacer.
Con 21 votos expulsarían a Venezuela, lo que sería una tragedia para la oposición,
mas no así para el gobierno.
–¿Por qué sería una tragedia
para la oposición?
–Es como si a alguien lo van a
asaltar, se encierra en un baño y el atracador entra. Pero tengo que reconocer
el enorme valor que están demostrando los dirigentes de la oposición. Se la
están jugando al dar el ejemplo: están con la gente, corren riesgo. Es un
mérito extraordinario.
–Tal como estamos, ¿podemos
seguir como sociedad?
–Pienso en la ley de Murphy:
no importa lo mal que estemos, siempre podemos estar peor. Hay muchos países
que han venido de mal en peor.
–¿Qué hacemos con la rabia que
la gente se tiene? ¿Cómo nos reagrupamos?
–Eso ha ocurrido en todos los
países donde ha habido totalitarismos. Hay trabajos sobre eso. En los países de
la órbita soviética, que estaban peor que nosotros, la sociedad se recompuso.
Costó mucho, pero los vínculos volvieron a crearse. Alemania es ahora un solo
país. Eso ha ocurrido en muchos países.
–Si continuamos en esta
situación, ¿nos vamos a terminar matando?
–¿Qué son los estados fallidos?
La gente termina matándose por las guerras civiles.
–¿Qué cree que nos ha
contenido?
–Hay un mérito, en medio de
los errores, y es que siempre se ha mantenido la oposición viva. Las
generaciones mayores vivieron 40 años de democracia, que fueron un
entrenamiento. La idea de que puedes escribir lo que te dé la gana no la tiene
los muchachos ahora. Pero ellos se adecuarían a un cambio.
09-04-17
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