Papa Francisco 14 de abril de 2017
Evangelio
según San Juan 18,1-19,42
Apresaron
a Jesús y lo ataron
En
aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón,
donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor,
conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus
discípulos. Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos
sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y
armas. Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo:
"¿A quién buscan?" Le contestaron: "A Jesús, el Nazareno".
Les dijo Jesús: "Yo soy". Estaba también con ellos Judas, el traidor.
Al decirles: "Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les
volvió a preguntar: "¿A quién buscan?" Ellos dijeron: "A Jesús,
el Nazareno". Jesús contestó: "Les he dicho que soy yo. Si me buscan
a mí, dejen éstos se vayan". Así se cumplió lo que Jesús había dicho:
"No he perdido a ninguno de los que me diste". Entonces Simón Pedro,
que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote, cortándole
la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
"Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi
Padre?".
Llevaron
a Jesús primero a Anás
El
batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo
ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo
sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo:
"Conviene que muera un solo hombre por el pueblo".
Simón
Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo
sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se
quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo
sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces
a Pedro: "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?" Él
dijo: "No lo soy".
Los
criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se
calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El
sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contesto: "Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado
continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos,
y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los
que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho
yo"...
Apenas
dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
"¿Así contestas al sumo sacerdote?" Jesús respondió: "Si he
faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe,
¿por qué me pegas?" Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo
sacerdote
¿No
eres tú también uno de sus discípulos? No lo soy
Simón
Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron: "¿No eres tú también uno
de sus discípulos?" Él lo negó diciendo: "No lo soy”. Uno de los
criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la
oreja le dijo: "¿Qué no te vi yo con él en el huerto?" Pedro volvió a
negar, y enseguida canto un gallo.
Mi
Reino no es de este mundo
Llevaron
a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en
el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió
entonces Pilato a donde estaban ellos, y dijo: "¿De qué acusan a este
hombre?" Le contestaron: "Si éste no fuera un malhechor, no te lo
hubiéramos traído". Pilato les dijo: "Pues llévenselo y júzguenlo
según su ley".
Los
judíos le respondieron: "No estamos autorizados para dar muerte a
nadie". Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte
iba a morir.
Entró
otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: "¿Eres tú el rey
de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Eso lo preguntas por tu cuenta o
te lo han dicho?". Pilato le respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu
pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has
hecho?"
Jesús
le contestó: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este
mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los
judíos. Pero mi Reino no es de aquí". Pilato le dijo: "Conque, ¿tú
eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y
vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad,
escucha mi voz". Pilato le dijo: "Y ¿qué es la verdad?"
Dicho
esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: "No encuentro
en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en
libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?" Pero
todos ellos gritaron: "¡No, a ése no! ¡A Barrabás". (El tal Barrabás
era un bandido).
¡Viva
el rey de los judíos!
Entonces
Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de
espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura,
y acercándose a él, le decían: "¡Viva el rey de los judíos!", y le
daban bofetadas.
Pilato
salió otra vez afuera y les dijo: "Aquí lo traigo para que sepan que no
encuentro en él ninguna culpa". Salió, pues, Jesús, llevando la corona de
espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: "Aquí está el
hombre".
Cuando
lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron: "¡Crucifícalo,
crucifícalo!" Pilato les dijo: "Llévenselo ustedes y crucifíquenlo,
porque yo no encuentro culpa en él". Los judíos le contestaron:
"Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha
declarado Hijo de Dios".
Cuando
Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el
pretorio, dijo a Jesús: "¿De dónde eres tú?" Pero Jesús no le
respondió. Pilato le dijo entonces: "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que
tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?"
Jesús
le contestó: "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran
dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado
mayor".
¡Fuera,
fuera! Crucifícalo
Desde
este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: "¡Si
sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey es
enemigo del ‘César". Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó
en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo
Gábbata).
Era el
día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los
judíos: "Aquí tienen a su rey". Ellos gritaron: "¡Fuera, fuera!
¡crucifícalo!" Pilato les dijo: "¿A su rey voy a crucificar?"
Contestaron los sumos sacerdotes: "No tenemos más rey que al César".
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Crucificaron
y con él a otros dos
Tomaron
a Jesús, y él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado "la
Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él
a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús.
Y
Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba
escrito: "Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos". Leyeron el
letrero muchos judíos, porque estaba cerca del lugar donde crucificaron a Jesús
y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de
los judíos le dijeron a Pilato: "No escribas: "El rey de los
judíos", sino, "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos". Pilato
les contestó: "Lo escrito, escrito está".
Se
repartieron mi ropa
Cuando
crucificaron a Jesús, los soldados, cogieron su ropa, he hicieron cuatro
partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo.
Por
eso se dijeron: "No la rasguemos, sino echemos suertes, para ver a quién
le toca". Así se cumplió lo que decía la Escritura: Se repartieron mis
ropas y echaron a suerte mi túnica. Esto hicieron los soldados.
Ahí
está tu hijo - Ahí está tu madre
Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de
Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que
tanto quería, Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí está tu hijo".
Luego, dijo al discípulo: "Ahí está tu madre". Y desde aquella hora,
el discípulo se la llevó a vivir con él.
Todo
está cumplido
Después
de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se
cumpliera la Escritura dijo: "Tengo sed". Había allí un jarro lleno
de vinagre.
Los
soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la
acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: "Todo está
cumplido", e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Inmediatamente
salió sangre y agua
Entonces,
los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los
cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel
sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas
y los quitaran de la cruz.
Fueron
los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían
sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto,
no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el
costado con la lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
El que
vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la
verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo
que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la
Escritura dice: Mirarán al que atravesaron.
Vendaron
el cuerpo de Jesús y lo perfumaron
Después
de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a
los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato
lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó
también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras
de una mezcla de mirra y áloe.
Tomaron
el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos, con esos aromas, según se
acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo
crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido
enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la
Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús. Palabra del
Señor
Reflexión
del Papa Francisco:
Dios
ha puesto sobre la Cruz de Jesús todo el peso de nuestros pecados, todas las
injusticias perpetradas por cada Caín contra su hermano, toda la amargura de la
traición de Judas y de Pedro, toda la vanidad de los prepotentes, toda la
arrogancia de los falsos amigos.
Era
una Cruz pesada, como la noche de las personas abandonadas. Pesada como la
muerte de las personas queridas, pesada porque resume toda la fealdad del mal.
No
obstante es también una Cruz gloriosa como el alba de una noche larga, porque
representa en todo el amor de Dios que es más grande de nuestras iniquidades y
de nuestras traiciones.
En la
Cruz vemos la monstruosidad de hombre, cuando se deja guiar por el mal; pero
vemos también la inmensidad de la misericordia de Dios que no nos trata según
nuestros pecados, sino según su misericordia.
De
frente a la Cruz de Jesús, vemos casi hasta tocar con las manos cuánto somos
amados eternamente; de frente a la Cruz nos sentimos ‘hijos’ y no ‘cosas’ u
objetos, como afirmaba San Gregorio Nacianceno dirigiéndose a Cristo con esta
oración:
Si no
existieras tú, oh mi Cristo, me sentiría criatura acabada. He nacido y me
siento disolver. Como, duermo, descanso y camino, me enfermo y me curo.
Me
asaltan innumerables afanes y tormentos, gozo del sol y de cuánto fructifica la
tierra. Después muero y la carne se convierte en polvo como la de los animales,
que no tienen pecados.
Pero
yo, ¿qué tengo más que ellos? Nada sino Dios, si no existieras tú, oh Cristo
mío, me sentiría criatura acabada.
Oh
nuestro Jesús, guíanos desde la Cruz hasta la resurrección y enséñanos que el
mal no tendrá la última palabra, sino el Amor, la Misericordia y el Perdón.
Oh
Cristo, ayúdanos a exclamar nuevamente: ayer estaba crucificado con Cristo, hoy
soy glorificado con Él. Ayer había muerto con Él, hoy estoy vivo con Él. Ayer
estaba sepultado con Él, hoy he resucitado con Él.
Finalmente,
todos juntos recordemos a los enfermos, recordemos a todas las personas
abandonadas bajo el peso de la Cruz, para que encuentren en la prueba de la
Cruz la fuerza de la esperanza, de la esperanza de la Resurrección y del amor
de Dios (Reflexión después del Vía Crucis en el Coliseo de Roma, 19 de
Abril de 2014)
Oración
de sanación
Señor,
Dueño del tiempo y de la historia, como Tú yo quiero ser fuego que purifica,
luz que ilumina en medio de las tinieblas, palabra que consuela en medio del
sufrimiento.
Tú
eres un Dios glorioso, lleno de vida y de esperanzas. Viniste al mundo para
donarte y realizar un sacrificio perfecto de amor universal y romper así todas
nuestras ataduras
Rey
mío, Dios mío, Tú nos has salvado con tu sangre y preferiste la muerte en la
cruz antes que renunciar al amor. Bendito y alabado seas por tu poder derramado
sobre toda la humanidad
Cargaste
una pesada cruz en donde fueron depositados insultos y humillaciones, una cruz
transformada en victoria que me dio vida en abundancia, haciéndome capaz de
enfrentar todos mis miedos y dolores.
Tu
cruz es el triunfo del amor sobre el mal, del gozo sobre el dolor, de la verdad
sobre la injusticia, de la luz sobre la oscuridad. Te doy gracias por esta
acción poderosa y salvadora en mi vida.
Con
tu gracia y tu bendición, sé que también puedo llevar con alegría el peso de mi
cruz, porque siento que tu amor me sostiene, me fortalece y me conduce por
caminos de esperanzas.
Confío
en este gran misterio de amor y por eso no dejo de creer en Ti y en todo lo
bueno que me ofreces para lograr mis sueños
En
tu cruz consigo las fuerzas para renovar mi corazón y vivir con actitud
optimista creyendo que todo lo puedo en tu amor. Amén
Propósito
para hoy
Ofreceré
hoy el sacrificio del Ayuno y Abstinencia con mucha alegría, pidiendo por la
conversión de mi familia.
Frase
de reflexión
"Seamos
dóciles a la Palabra de Dios, atentos a las sorpresas del Señor, que nos
habla". Papa Francisco
Tomado
de: https://www.pildorasdefe.net/liturgia/Evangelio-Juan-18-1-42-Viernes-Santo-Pascua-Crucifixion-Jesus
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