Fernando Mires 14 de abril de 2017
Gran
parte de las opiniones emitidas en Chile sobre la adhesión del Partido
Socialista a la candidatura presidencial de Alejandro Guillier, después de
enviar al ostracismo a su líder histórico Ricardo Lagos, coinciden en que se ha
desatado una crisis que trasciende al PS. Una que abarca a toda la izquierda
chilena y de rebote a toda la coalición de gobierno: Nueva Mayoría. No
obstante, si enfocamos lo sucedido en el PS desde una perspectiva no puramente
chilena, podríamos pensar que lo hecho a Lagos no es más que la expresión
nacional de una crisis del socialismo internacional.
La
inmensa mayoría de los partidos socialistas occidentales se encuentra, si no en
crisis terminal, en un acelerado proceso de extinción. En Europa no hay
elecciones en las cuales no hagan el ridículo. Algunas de sus clientelas se
van, incluso a los partidos neo-fascistas y racistas (no es casualidad que en
los lugares donde más bajan los socialistas más crecen los ultrarradicales de
derecha). Otros, más racionales, emigran hacia posiciones de centro, a ese
lugar que por tradición y doctrina les pertenece. Y no por último hay quienes
se pliegan a líderes y partidos populistas de izquierda como los dirigidos por
Pablo Iglesias en España y Jean Luc Mélenchon en Francia.
Visto
así, lo sucedido en Chile con el relevo de Lagos por Guillier, carece de
originalidad. La diferencia es que en Chile los socialistas se deshicieron de
su tradición socialdemócrata representada en la persona de Lagos, de un modo
muy especial. Digámoslo claramente: “a la chilena”. Simplemente leyeron las
encuestas, tomaron la calculadora, constataron que la candidatura de Lagos no
crecía lo suficiente, y optaron por Guillier, un hombre que no viene del
socialismo sino del vetusto Partido Radical. Dicho y hecho: Lagos para fuera.
Guillier para dentro. ¿Discusiones de principios? ¿enfrentamientos ideológicos?
Qué va, nada de eso.
Desahuciar
a un líder y cambiarlo por otro, suele suceder en política. El caso Gillaume en
Alemania (1975) fue utilizado por las fracciones de la derecha socialdemócrata
para hacer renunciar al gran líder Willy Brandt y levantar la figura
tecnocrática de Helmuth Schmidt. Fracciones del PSOE, se supone de
izquierda, bloquearon la carrera
política de Felipe González, para reemplazarlo por el mediocre Rodríguez
Zapatero. La diferencia está en que los socialistas chilenos desbancaron a un
líder socialista pero para plegarse a la conducción de un líder no socialista.
El
caso más aproximado al chileno lo encontramos en Francia, donde (solo) una
fracción de los socialistas, la comandada por Manuel Valls, ha hecho públicas
sus inclinaciones a favor del independiente Emmanuel Macron, como última
alternativa para cerrar el paso al neo-fascismo del Frente Nacional de la Le
Pen. Pero ni aún este ejemplo es comparable con lo que hicieron en Chile a
Lagos. Pues a diferencias de Guillier, Macron mantenía un pie en el socialismo,
habiendo sido, además, ministro del presidente Hollande.
En
cualquier caso, en todos los ejemplos nombrados, el cambio de liderazgo ha sido
el resultado de profundos debates políticos. No ocurrió así con la decisión de
los socialistas chilenos. Ellos cambiaron a un socialista de centro por un
independiente de centro sin desatar ningun debate público, sin ni siquiera
justificar el paso con alguna controversia, hubiera sido programática,
estratégica, o simplemente ideológica. Lo hicieron así no más. Calculadora en
mano: “a la chilena”.
“A la
chilena”. Expresión que escuché por primera vez siendo muy niño. Fue en la
escuela primaria, poco antes del 21 de mayo, día de las Glorias Navales
celebradas en recuerdo de la derrota que sufriera el buque chileno Esmeralda
frente al buque peruano Huáscar durante la Guerra del Pacífico, en 1879.
La
profe nos ordenó que dibujáramos un barco y al pasar por mi puesto me dijo: “te
está quedando muy lindo”. Entusiasmado por el elogio, comencé a agregar más y
más colores, marineros muertos, espadas, cuchillos, cañones, y todo lo que
podía caber en mi imaginación. Cuando terminé mi dibujo, la profe me dijo muy
desilusionada: “Tan bien que habías comenzado y lo terminaste a la chilena”.
Después, durante mi juventud volví a escuchar otras veces la misma expresión.
Era dicha cada vez que alguien hacía algo a la rápida, de modo improvisado, sin
seriedad: “a lo que salga”, “al puro lote”, “a la chunga”, “al tuntun”.
Con el
paso del tiempo olvidé la poco patriótica frase. No obstante, hace algunos
días, cuando un amigo socialista chileno me llamó por teléfono para inquerir mi
opinión sobre el desbancamiento de Lagos, desde algún lugar oscuro de mi
inconsciente salió una voz que dijo: “el problema es que lo hicieron a la
chilena”.
Nada
en contra de Alejandro Guillier quien parece ser una persona seria y un
político hábil. Puede ser incluso que en torno a su nombre los socialistas
hayan dado un paso histórico en dirección a la realidad, al abandonar de golpe
y porrazo dos tradiciones: la del socialismo como teoría política
revolucionaria y la del socialismo post-dictatorial chileno.
Por lo
demás, y en honor a la verdad, hay que decir que los socialistas chilenos nunca
han sido demasiado fieles a la tradición. Quizás por eso es el más chileno de
todos los partidos. Su única tradición ha sido romper con su tradición. Fundado
el año 1933 como producto de una asociación que reunía a militares germanófilos
y ultranacionalistas, a miembros de la masonería (entre ellos el joven Salvador
Allende) a algunos ex-comunistas y por cierto, a fracciones trotzquistas, casi
nunca ha podido elaborar una línea de acción política claramente definida.
Pese a
ser exactamente todo lo contrario a un partido leninista, el PS, muy “a la
chilena”, se definió en su primera declaración de principios como un partido
marxista leninista. Desde ese momento la historia del PS ha sido la historia de
sus divisiones las que terminaban siempre una semana antes de las elecciones,
cuando todos se unían en aras del poder.
Desde
antes de la llegada de Allende al gobierno, el indisciplinado PS fue penetrado
con suma intensidad por el castrismo cubano hasta el punto de que no son pocos
los que afirman que el principal responsable de la tragedia chilena fue el
ultraizquierdismo castrista practicado por su secretario general, Carlos
Altamirano.
Vistas
así las cosas, fue solo recién después del golpe´de 1973 cuando al interior del
socialismo chileno comenzó a imponerse una línea socialdemócrata cuyo principal
exponente fue Ricardo Lagos. Con la caída de Lagos (en el hecho, un golpe de
partido) puede ser que lo que está comenzando en Chile sea el principio del fin
de la historia del PS: su ocaso.
Pues
la salida de Lagos no solo es simbólica. Lo más probable es que después del
triunfo de la derecha económica (en Chile la derecha siempre ha sido económica)
comandada por Piñera, el PS continuará disgregándose en múltiples fracciones.
Hacia la izquierda ya se ha formado el Frente Amplio, que no es ni frente ni es
amplio. Se trata más bien de una multitud abigarrada de grupúsculos, dícense
todos de izquierda, cada uno de ellos comandado por un pequeño caudillo, unidos
todos en la la nostalgia por un pasado que pocos vivieron y en función de un
futuro que nadie sabe como será. En fin, de un conglomerado en donde caben
indignados, ecologistas, feministas, viudas castristas o chavistas, y amantes
de ideologías jurásicas cuyos harapos son levantados como banderas de
redención. Hoy comienzan a agruparse detrás de la candidatura de la periodista
Beatriz Sánchez y, según las últimas encuestas, representan algo así como el 6%
del electorado. Después del desbancamiento de Lagos pueden incluso subir un par
de puntos. Poco para aspirar a una victoria pero suficiente como para enterrar
al PS y de paso a toda la Nueva Mayoría.
Dirigentes
como Giorgio Jackson y Gabriel Boric han comparado al Frente Amplio con el
Podemos de España. Comparación probablemente
errónea, salvo en un punto. La misión histórica asumida por Podemos es la de
destruir al PSOE. La del Frente Amplio podría ser la de destruir al PS
obligando a la Democracia Cristiana a re-posicionarse en la centro derecha,
dejando abandonado al PPD (Partido por la Democracia) a su pura suerte. Decimos
“podría”. El PS ha probado ser lo suficientemente fuerte como para destruirse a
sí mismo sin la ayuda de nadie.
Obituario,
réquiem o simple despedida: Ricardo Lagos, líder histórico de la izquierda
chilena, llevó a cabo la difícil tarea de construir una centralidad política
que hiciera posible la transición de la dictadura a la democracia. Detrás de él
ha quedado un vacío. Pero no solo un vacío personal.
Se
trata de un enorme vacío político. Si Chile no quiere volver a hundirse,
acosado por dos extremos, el de las ambiciones de una derecha económica no
política y el de la frivolidad de una izquierda populista y
seudorevolucionaria, va a ser necesario que aparezcan muchas personas como
Ricardo Lagos. Si no en el PS, por lo menos en el PPD, o en cualquiera otra
parte.
La
política chilena después de Lagos se encuentra, en su conjunto, muy
deteriorada. Solo cabe esperar que su reconstrucción no sea hecha “a la
chilena”.
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