Soledad Morillo 11 de abril de 2017
@solmorillob
La más
elemental sensatez aconseja hacer un alto para pensar. Hagámoslo.
Pensemos
en listar la cosas en las que quienes nos oponemos a este régimen (desde
siempre o más recientemente) estamos de acuerdo. El régimen con sus ejecutorias
de hace meses, semanas y días le dio un golpe al estado, algo que es tanto o
más grave que un tradicional golpe de estado, como el de Chávez con tanqueta
entrando en Miraflores y demás parafernalias. Esto es más complicado y mucho
más sórdido. En este golpe al estado están involucrados y comprometidos el
Poder Ejecutivo nacional, casi todo el Poder Ejecutivo Regional y una parte
importante del Poder Ejecutivo Municipal, no pocos cuerpos legislativos
regionales y municipales, el TSJ en su máxima instancia constitucional, la
Defensoría del Pueblo y la Contraloría General de la República, instancias de
Defensoría y Contraloría regionales y municipales y también el CNE. Hay
concurso y complicidad del estamento militar, del Banco Central de Venezuela, de
PDVSA, el Metro, Corpoelec, las hidrológicas, Cantv, etcétera. Es decir, esto
es una jugada golpista de muchas instancias del estado contra el estado, una
jugarreta procaz contra la Asamblea Nacional, la Fiscalía General, la
República, la constitución, la democracia y el pueblo. Una pelusa, pues. Es
grave porque confunde, no por nuevo -porque ha pasado en otros países- sino
porque al pueblo de a pie no le cabe en la mente la truculencia de todo este
asalto a Venezuela.
Los
opositores estamos de acuerdo en que somos mayoría y en que el rechazo al
régimen ya cruzó la barrera y ahora es repudio abierto y directo. Hasta hace
poco menos de dos años, el país estaba dividido. Y la discusión sobre la
coloratura política y qué nombre ponerle al engendro era intensa. Hoy no es
así. Hoy todo está claro: esto es una dictadura con todas sus letras. Y la
mayoría electoral y de apoyo popular lo tiene -y por largo- el portafolio de
fuerzas políticas y sociales que conforman la MUD.
También
estamos claros en que la situación financiera, económica y social, este colapso
que ya se mide en hambruna, enfermedad, muerte, destrucción de los aparatos
industriales y comerciales, privados y públicos, la pérdida de calidad en los
servicios públicos, la miasma en la que se ha convertido la salud y la
educación, la descapitalización y ruina
de millones de ciudadanos decentes y honestos, la diáspora de profesionales
venezolanos que no encuentran en su país la más mínima oportunidad, la
destrucción de las instituciones del Poder Público, la contaminación de los
funcionarios públicos al obligarlos a ejecutar órdenes nocivas para el país,
todo eso (y tanto que se me queda en el tintero) es producto de una pésima
gestión del régimen, de una corrupción insidiosa y de un manejo sucio y perverso
de la política para domesticar al pueblo y usarlo con vileza para que unos
pocos se enriquecieran y se apropiaran del más nauseabundo poder.
Hay muchos más puntos de acuerdo en la
oposición. Pero a efectos de este análisis dejémoslo hasta ahí. Pasemos a
listar las cosas en las que hay discrepancias.
Si
bien coincidimos en que hay que sacar a Maduro de Miraflores y derrotar al
régimen que él preside, hay disentimiento en cuanto al cómo y al cuándo.
Algunos piensan que de Maduro no podemos salir sin un golpe de estado
tradicional que, por supuesto, incluya la rebelión militar que fuerce al
presidente a dimitir de su cargo o a darse a la fuga. Que eso va a ser la
consecuencia de la protesta sin retorno en la calle, aunque ello cueste sangre,
sudor y lágrimas. La versión criolla de la primavera árabe, pues. Dicen que los
militares decentes se le van a alzar a Maduro. Que la comunidad internacional o
va a mirar para otro lado o incluso podría aplaudir. Dibujan ese escenario pero
la cosa se pone turbia en el después. En su dibujo a mano libre no se entiende
bien qué pasa al día siguiente, qué clase de país tendremos y quién gobernará
abierta o solapadamente Venezuela. Es un poco una estrategia a lo Eudomar
Santos.
Un
segundo grupo dice que hay que presionar para conseguir elecciones generales.
Es decir, para elegir todo, para darle legalidad y legitimidad a un sistema
democrático al que hicieron trizas. Plantean que eso sólo se puede lograr con presión
constante en las calles y en los escenarios gremiales, sindicales, sociales,
multilaterales e internacionales. Y que cualquier situación de elecciones
picadas significa caer en una trampa del régimen.
Un
tercer grupo de pensamiento habla de ganar espacios por segmentos. A saber,
elecciones regionales y municipales este año, ganarlas por paliza y usar eso
como palanca para presionar para un adelanto de la elección presidencial. Es
decir, ganarle al régimen en su propio terreno y hacerlo que se trague a
pedazos sus fracasos. Este escenario incluye protestas de calle constantes,
pero no una sentada sin retorno. Y supone no darse jamás por satisfecho si no
se cumple la totalidad de las exigencias planteadas en varios documentos:
elecciones, restablecimiento de todas las competencias y facultades de la AN
(con todo lo que ella constitucionalmente puede y debe hacer) libertad de los
presos políticos, aprobación de la ayuda humanitaria .
Claro
que hay que entender que el régimen tiene que hacer todo lo posible para evitar
contarse. Y se la va a jugar completa para salirse de su suerte electoral. Pero
eso también es su perdición. Si no acepta el sufragio como punto sine qua non
del sistema democrático, su situación financiera se va a poner peor de lo que
ya está. La inestabilidad que ha creado el régimen con la cancelación del RR y
la no convocatoria de elecciones que están marcadas en la constitución genera consecuencias tenebrosas: se
incrementa su mala fama continental y ya planetaria, el costo de los préstamos
aumenta y esa situación ahuyenta inversiones extranjeras y locales. Es decir, de mal para peor.
A
menos que Maduro llame a los que se han hecho mil billonarios en dólares a
punta de robar, malversar y desfalcar a
Venezuela para que le aflojen las lechugas verdes que tienen en cuentas
secretas con testaferros en bancos internacionales, pagar la deuda que tiene
montada en el cogote le va a salir carísimo. Entonces, para poder pagar y evitar el temido default y
dado el estado miserable en que están las finanzas públicas y las reservas
internacionales, tendrá que lanzarse por
el zanjón y usar lo poco que queda para pagar deuda a costa de no tener cómo importar los
alimentos y medicinas para la mínima supervivencia. Y Maduro y su combo no han
visto nada todavía en lo que se refiere a una poblada espontánea por
hambre.
La
situación es compleja. Y nada tiene
garantías. Esto no es una película heroica, aunque haya héroes. No es un
ejercicio académico de liderazgo, aunque supone muy avezado liderazgo. Yo me
decanto por luchar por todo pero ir comiéndonos el cochino a pedazos. Soy una
convencida del poder de la resistencia civil pacífica. Pero también creo que no
hay que aflojar en ningún ámbito y tomar todo lo que logremos. Es decir, no es
incompatible el gran logro con el alcance de pequeños triunfos que, sumados,
hacen montaña.
No se
puede construir un nuevo edificio sin imaginarse la obra terminada. Una cosa es
crear capacidad de reacción y otra muy distinta la improvisación. Del
voluntarismo insensato no queda sino muerte y heridas. Y fracaso triste.
Y por
el amor de Dios, las estrategias por diseño deben ser confidenciales. No hay
que darle herramientas al régimen. Y no hay que confundir a los nuestros.
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