P Damian Naninni 10 de marzo de 2018
Vivir
la nueva alianza es haber conocido el amor del padre y haber creído en él
Primera
lectura: 2Cr 36,14-16.19-23
La
primera lectura corresponde al final del segundo libro de las Crónicas.
Recordemos que estos libros han sido escritos alrededor del año 300 a. C. y su
principal finalidad es presentar la historia de Israel desde una nueva
perspectiva. Para ello utilizan como fuentes los libros bíblicos ya
‘canonizados’ en su tiempo (en especial 1-2Sam y 1-2Re); más otras fuentes
desconocidas para nosotros. Se nota en esta obra, escrita a bastante distancia
del exilio, la intención de suscitar el deseo de ver aparecer al Mesías, nuevo
David, quien establecerá en todo Israel una monarquía de derecho divino. El
autor está vinculado a la línea sacerdotal y posiblemente sea un levita. Por
ello sus preocupaciones son sobre todo cultuales (litúrgicas) y están centradas
en el Templo. Esta tendencia se advierte justamente en el texto que nos
presenta la liturgia de la palabra de este domingo, extractado de un capítulo
dedicado al exilio y donde son las miserias sobrevenidas al Templo lo que más
le interesan. Además, luego del tiempo del destierro que se deja en la
oscuridad, la historia termina con el edicto de Ciro donde este rey persa
declara que ha recibido de Dios orden de reconstruir el Templo (2Cr 36,22-23 y
Esd 1,1-3).
De
este modo esta lectura nos presenta, en primer lugar, una justificación
teológica del destierro: fue el justo castigo de Dios por el pecado del
pueblo quien con su infidelidad rompió la Alianza. Si bien Dios tuvo la
delicadeza de advertir a su pueblo por medio de los profetas; el pueblo desoyó.
Pero al mismo tiempo insiste en el perdón gratuito de Dios pues, una
vez cumplido el tiempo del castigo, Dios mismo manda re-edificar el Templo de
Jerusalén y restaurar la Alianza.
Segunda
lectura: Ef. 2,4-10
La
segunda lectura también insiste en la gratuidad de la salvación y del
perdón divino: “Ustedes han sido salvados gratuitamente” (Ef 2,5b);
“ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de
ustedes, sino que es un don de Dios y no es el resultado de las obras, para que
nadie se gloríe” (Ef 2,8-9). La salvación es obra de Dios, de su Gracia, quien
“nos hizo revivir con Cristo”. Pero no se trata sólo de restauración o
reconstrucción como en la primera lectura, es algo más: es una nueva
creación. Y la misma es una creación de la “nada” de nuestros méritos
porque “estábamos muertos a causa de nuestros pecados” (Ef 2,5a). Es una
verdadera resurrección, obra exclusiva del Padre.
Puede
llamarnos la atención que la carta mencione varias veces que la salvación de
los hombres ya ha tenido lugar. Por contrapartida, en otros párrafos de la
misma carta se da a entender que este proceso no se ha realizado por completo
todavía. El contexto bautismal de la carta invita a pensar que, en la línea de
Rom 6, se refiera a la participación de los cristianos en el misterio pascual
de Cristo mediante el sacramento del Bautismo[1]. Por tanto, los bautizados ya
hemos sido salvados y hemos renacidos, “fuimos creados en Cristo Jesús”. Nos
toca ahora vivir como hombres nuevos de modo que nuestro obrar manifieste
nuestro nuevo ser en Cristo “realizando aquellas buenas obras que Dios preparó
de antemano para que las practicáramos”(Ef 1,10).
Evangelio:
Jn 3,14-21
Este
texto es la continuación del diálogo de Jesús con Nicodemo sobre el tema del
nuevo nacimiento por el Espíritu (Jn 3,1-12). Aquí nos encontramos más bien con
un monólogo de Jesús sobre el tema del Misterio Redentor y sobre el juicio de
los hombres.
El
comienzo de este texto tiene como trasfondo el relato de Nm 21,4-9. Allí se
narra que el pueblo murmuró contra Yavé y contra Moisés; entonces Dios castigó
esta rebelión enviando unas “serpientes abrasadoras”. Cuando el pueblo se
arrepiente y confiesa su pecado, Dios manda a Moisés: “Hazte una serpiente
abrasadora y ponla sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y la mire,
vivirá” (Nm 21,9). El Tárgum de Nm 21,4-9 combina este texto
con Gn 3,1 y, entonces, queda acentuada la ambigüedad o ambivalencia de
la serpiente: por un lado las serpientes abrasadoras son una expresión de
la serpiente original, causante del pecado del hombre y símbolo de la muerte;
por otro la serpiente de bronce es benéfica para el pueblo y símbolo de la
voluntad salvífica de Dios. Y esto pasa al cuarto evangelio donde la ambigüedad
del símbolo de la serpiente sirve para expresar la doble faceta del
misterio pascual: una negativa, la muerte; otra positiva, la resurrección. La
muerte está asociada al pecado, al triunfo del mal y de la serpiente
originaria. Pero a esta negatividad le sucede lapositividad del
triunfo de la vida mediante la exaltación o elevación en la cruz. La serpiente
levantada en alto vence a las serpientes abrasadoras. Jesús, al ser levantado
en la cruz, vence a la serpiente de los orígenes[2]. Si bien es cierto, como
señala G. Zevini[3], “la confrontación que Juan propone sobre este ejemplo, no
tiene que ponerse entre Jesús y la serpiente de bronce, sino en el hecho de la
elevación y la salvación (Cf. Sab 16,6) que consiguen los que saben superar las
apariencias del signo y miran en la fe la misericordia y el poder de Dios”.
Luego
en los vv. 16-17 el evangelio insiste en que la salvación nos viene por la
entrega del Hijo y es obra de Dios que “tanto amó al mundo”. Se expresa aquí
claramente el carácter universal de la salvación obrada por Cristo y que tiene
su fuente y origen en el amor del Padre a los hombres, a todo el mundo. Ante
esta donación amorosa de la salvación eterna por parte del Padre los hombres
tienen que optar, recibirla o rechazarla, creer o no creer en ella. El que cree
se apropia de este amor del Padre que transforma esta vida y le da una
dimensión de plenitud. El que no cree rechazando esta revelación del amor del
Padre se condena a sí mismo. Esta opción es tan fundamental que decide, ya en
el presente, la salvación o condenación del hombre. Y en esto mismo consiste el
juicio, por cuanto en el evangelio de Juan se da ya en el presente y provoca la
separación entre los hombres según acepten o rechacen a Jesucristo como
revelador del Padre[4].
En la
parte final del texto de hoy se busca desentrañar el misterio del rechazo de
los hombres a Jesucristo, a la Luz, a la Verdad. Al parecer hay una opción
previa, del corazón, por las obras del mal y se prefiere que queden ocultas por
las tinieblas y la mentira que las envuelve. No se animan a sacar el mal de su
corazón a la luz para ser iluminados, sanados, salvados. En el fondo, permanece
el misterioso poder de la libertad humana que puede rechazar hasta el amor del
Padre manifestado en la entrega del hijo.
Meditatio:
Este
domingo se denomina laetare (alégrense) por el comienzo de la
antífona latina y “es el domingo de la alegría, una etapa de reposo en el
camino de la Cuaresma, antes de la subida definitiva a Jerusalén. Las lecturas
de hoy nos muestran el verdadero motivo de esta alegría: el amor generoso de
Dios. El interviene incluso cuando la situación parece desesperada, procurando
al hombre la salvación y la alegría”[5].
Las
tres lecturas nos invitan a mirar la obra de Dios, lo que
Dios hace por y en nosotros; por qué lo hace y cómo lo hace. En efecto, según
A. Nocent[6] “el tema fundamental que se ha querido presentar hoy es el de la
regeneración del hombre, condicionada por el envío del Hijo y su venida, así
como por su exaltación, es decir, su crucifixión y su resurrección triunfante.
Este es el plan realizado del amor de Dios hacia los hombres. Es, por lo tanto,
el amor de Dios el originario punto de partida de todo el proceso de
salvación”.
En
la primera lectura vemos la infidelidad de Israel, por un lado
y, por otro, la fidelidad y paciencia de Dios quien, si bien
cumple con su palabra de castigo, también tiene una palabra de perdón y de
reconstrucción para su pueblo. Y esto último lo hace de un modo
desconcertante e imprevisible pues se vale de la acción bélica de un
pagano, Ciro, para liberar a su pueblo Israel.
La segunda
lectura nos invita también a mirar más a lo que Dios hace
que a lo que nosotros podemos hacer, a su salvación gratuita que es a
la vez una nueva creación. Y a reconocer que lo que nosotros podemos hacer es
también don de Dios. En efecto, en este texto: “Amor y vida son los dos
términos esenciales. La redención revela que Dios es amor y gracia a rebosar.
El mediador de la salvación es Jesucristo: asumiendo un cuerpo semejante al
nuestro, con su muerte vence nuestra muerte, con su resurrección nos abre el
camino. Como don gratuito, la humanidad ha sido asociada a la glorificación de
Cristo […] La omnipotencia de Dios se manifiesta en su amor. Frente a esta
gratuidad, desaparece toda obra humana o, mejor, el mismo hombre se convierte
en nueva criatura y sus obras no son sino el desbordar de la gracia divina en
él. Desaparece cualquier asomo de vanagloria: sólo hay lugar para la gratuidad,
la eucaristía”[7].
El evangelio,
al invitarnos a mirar a lo alto, insiste en que la salvación
viene de fuera de nosotros mismos, viene sólo de Dios y de su amor: “Sí, Dios
amo tanto al mundo…”. Y aquí también se redimensiona nuestro obrar: hay que
dejarse iluminar por este amor y acercarse a él, esto es obrar la verdad, obrar
en la luz. Son estas las “obras que han sido hechas en Dios” (Jn 3,21).
El
giro comenzado en el tercer domingo de cuaresma se acentúa en este cuarto
domingo, como bien señala A. Nocent[8]: “Nos hallamos, pues, en plena
contemplación de la sobreabundancia de la gracia otorgada por el Padre. Somos
salvados por gracia, esta gracia es rica y hace buenos nuestros actos a los
ojos de Dios. Tal es la densa enseñanza de este 4to. Domingo de Cuaresma”.
Ya
la centralidad del obrar de Dios es evidente. Hay que dejarlo obrar
a Él. La mirada introspectiva de las dos primeras semanas de
cuaresma debe dar su lugar a una mirada hacia Dios y su Gracia.
Elevar la mirada hacia El que fue elevado en alto y de dónde nos vendrá la
salvación. Fijar la mirada en Cristo crucificado y esperar su Gracia. Él puede
hacer lo que nosotros no podemos, por tanto, hay que dejarlo todo en Sus Manos.
Por supuesto que este abandono en Dios no es lo mismo que un desentenderse de
la propia vida ni de las propias obligaciones. La mirada debe estar atenta en
Dios, pero para acompañar su obrar, para secundar la acción de la Gracia y
agradecer. La gratitud, la acción de gracias a Dios, la Eucaristía, es y será
nuestra mejor respuesta.
Por
último, aunque no es un tema menor, sigue en pie el misterioso rechazo de los
hombres al amor del Padre manifestado en Cristo, rechazo a la salvación. Puede
que nos ayude la descripción que hace el Card. Bergoglio del corazón corrupto,
que se distingue del pecador: “El pecado se perdona, la corrupción no puede ser
perdonada. Sencillamente porque en la base de toda actitud corrupta hay
un cansancio de trascendencia: frente al Dios que no se cansa de
perdonar, el corrupto se erige como suficiente en la expresión de salud: se
cansa de pedir perdón […] El corrupto no tiene esperanza. El pecador espera
perdón…el corrupto, en cambio, no, porque no se siente en pecado: ha
triunfado”[9].
En
fin, como nos dice el Papa Francisco: “Nos hará bien, hoy, entrar en nuestro
corazón y mirar a Jesús. Decirle: «Señor, mira, hay cosas buenas, pero también
hay cosas no buenas. Jesús, ¿te fías de mí? Soy pecador…». Esto no asusta a
Jesús. Si tú le dices: «Soy un pecador», no se asusta. Lo que a Él lo aleja es
la doble cara: mostrarse justo para cubrir el pecado oculto. «Pero yo voy a la
iglesia, todos los domingos, y yo…». Sí, podemos decir todo esto. Pero si tu
corazón no es justo, si tú no vives la justicia, si tú no amas a los que
necesitan amor, si tú no vives según el espíritu de las bienaventuranzas, no
eres católico. Eres hipócrita. Primero: ¿Puede Jesús fiarse de mí? En la
oración, preguntémosle: Señor, ¿Tú te fías de mí?”
En
breve, hoy es un domingo de alegría porque el infinito amor del Padre se nos ha
manifestado en Cristo; porque “la misericordia no es sólo un actitud pastoral
sino la sustancia misma del Evangelio de Jesús” (Papa Francisco). Por tanto
vivir en la Nueva Alianza es vivir en y de la Gracia, del amor misericordioso y
gratuito del Padre. Lo nuestro es CREER EN EL AMOR DE DIOS Y ACEPTARLO, y
luego, CONFIAR Y AGRADECER.
Para
la oración (resonancia del Evangelio en una orante)
Acércate a la luz
Hermano mío, dame tu mano.
Un camino tenebroso y oscuro
Vamos juntos, andando.
Llevo mi luz, el regalo sagrado.
Un camino tenebroso y oscuro
Vamos juntos, andando.
Llevo mi luz, el regalo sagrado.
En el bautismo se encendió
Y ahora la avivo con tesón
Para que me vea Dios
Y también tantos otros extraviados.
Y ahora la avivo con tesón
Para que me vea Dios
Y también tantos otros extraviados.
Cuando se hace pequeña su
llama
Vienen otros a mi encuentro
Y me ayudan por si me pierdo
Pero nunca se apaga…
Vienen otros a mi encuentro
Y me ayudan por si me pierdo
Pero nunca se apaga…
Pues entre nosotros camina El
Señor
Siempre atento, preocupado
Somos sus ovejas
El pequeño rebaño…
Siempre atento, preocupado
Somos sus ovejas
El pequeño rebaño…
Fe y Luz, van siempre de la
mano
Una y otra son para el peregrinar
Y sentir el gozo creyente
En este mundo desolado.
Una y otra son para el peregrinar
Y sentir el gozo creyente
En este mundo desolado.
Misión es el abandono
Y no sentirse abandonado
Preferirte a ti Hijo Único del Padre
Y no sentirse abandonado
Preferirte a ti Hijo Único del Padre
Dueño de todos los cristianos.
Amén.
[1] Cf.
F. Pastor, Corpus Paulino II (DDB; Bilbao 2005) 31-32.
[2]
Hemos seguido de cerca lo expuesto por J. Asurmendi en su artículo “Las mudas
de la serpiente”, en Reseña Bíblica 9 (1996) 63-64.
[3] Evangelio
según san Juan (Sígueme; Salamanca 1995) 118.
[4] Cf.
L. H. Rivas, El Evangelio de Juan. (San Benito; Buenos Aires
2006) 165.
[5]
Card. A. Vanhoye, Lecturas bíblicas de los domingos y fiestas. Ciclo B (Mensajero;
Bilbao 2008) 79.
[6] Celebrar
a Jesucristo III. Cuaresma (Santander 1980) 149.
[7] G.
Zevini – P. G. Cabra (eds.), Lectio Divina para cada día del año. Vol 3 (Verbo
Divino; Estella 2001) 253.
[8] Celebrar
a Jesucristo III. Cuaresma (Santander 1980) 152.
[9] Corrupción
y pecado (Claretiana; Buenos Aires 2005) 18.30.
Tomado
de: http://www.teologiahoy.com/secciones/espiritualidad/lectio-divina-cuarto-domingo-de-cuaresma
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico