Por Luisa Salomón
"Lo más grave que se ha
perdido es el talento humano que ha costado una enorme inversión formarlo, unos
ingentes recursos públicos que se han invertido en estos profesores y son muy
difíciles de sustituir", explicó Ramírez
Podría sustentarse que la
relación entre las universidades y el poder (o gobiernos) en Venezuela, siempre
ha sido tensa, con sus tiempos mejores y con otros peores. La libertad que
exige la academia para crecer nunca ha sido vista con buenos ojos por las
cúpulas oficialistas de turno, y esas relaciones no han cambiado en
"revolución".
Ninguna casa de estudios
superiores ha sido cerrada en los gobiernos del chavismo, al menos no
formalmente. Sin embargo, su institucionalidad ha sido minada por una mayor
influencia y control por parte del Estado, pese a ello las universidades
insisten en aferrarse a su principal —y constitucional— valor: la autonomía.
En entrevista con Contrapunto,
el profesor e investigador de la Universidad Central de Venezuela Tulio Ramírez
explicó que la autonomía es uno de los principales factores que inciden en la
calidad académica. Por eso es un punto de honor para la institución
universitaria.
A su juicio, la situación
actual entre gobierno y universidades es de "divorcio total", con
intromisiones incluso en el nombramiento de autoridades en algunas, aunque en
líneas generales siguen autónomas en esa materia.
La cruzada por mantener la autonomía
pareciera ya perdida, porque son cada vez más los aspectos en los que se ha
fracturado la independencia, como en los procesos de admisión, que según el
artículo 26 de la Ley de Universidades deberían depender de los Consejos
Universitarios.
"La autonomía se ve
minimizada desde el momento en que le imponen a la universidad un presupuesto
muy por debajo de lo solicitado y acotado. Acotado quiere decir que cada
partida tiene su nombre; es decir, la universidad no tiene la posibilidad de
distribuir ese presupuesto de acuerdo a sus propias necesidades", reconoce
el también doctor en Educación, sociólogo y abogado.
Pero no todo está perdido,
Ramírez afirma que todavía quedan algunos aspectos, principalmente los
académicos, en los que se mantiene este principio.
—La autonomía es uno de los
valores que todavía se intenta defender, ¿pero en qué actos se evidencia,
considerando que las universidades siguen dependiendo del Estado para tener su
presupuesto?
—La autonomía todavía la
mantenemos en el diseño de nuestro currículum; es decir, los contenidos de
nuestro currículum no están diseñados fuera de la universidad. No nos han
impuesto los programas, las cátedras a través de su autonomía los han diseñado,
y los profesores a través de su autonomía en el aula los han administrado.
"El control que tenemos
es el control de los pares. No hay factores externos que todavía en esa área
nos hayan podido minimizar nuestra libertad de cátedra. Entonces, en el área
electoral y en el área académica estrictamente seguimos siendo autónomos. Y
tenemos la autonomía de elegir a nuestro personal docente bajo nuestro
criterio, eso tampoco se nos impone", agregó.
La libertad de cátedra impera
en las aulas de las autónomas / Foto: Ernesto García - Contrapunto-Archivo
Cada vez menos recursos
La principal forma en que se
ha perdido la autonomía es la financiera, con un presupuesto cada vez más
limitado que impide el funcionamiento universitario. Cada año el presupuesto
asignado es mayor nominalmente —por la inflación—, pero en proporción es menor.
Por ejemplo, en 2017 las
universidades solicitaron un presupuesto de 50 millardos de bolívares, pero el
Gobierno solo asignó 28.854.646.194 bolívares, 30% de lo solicitado. En 2018,
fue peor: de 1.300 millardos de bolívares solo les asignaron alrededor de 238
millardos, 18%.
Su disminución incide
directamente en la cantidad de recursos disponibles para el funcionamiento
universitario y, por lo tanto, su calidad.
Aunque pareciera un capricho,
la autonomía tiene una incidencia directa en la calidad educativa. No se trata
de una posición política o de querer cerrarse al Estado, sino de garantizar la
pluralidad educativa que la legislación venezolana contempla.
"En la Universidad
Central de Venezuela, y en las universidades autónomas, impera la libertad de
cátedra. Nosotros hacemos nuestros programas, y cada profesor tiene la libertad
de impartirlo como quiera, desde el enfoque que quiera, porque nosotros nos
acogemos al artículo 102 de la educación: la educación tiene que estar abierta a
todas las corrientes de pensamiento", afirmó.
—¿Cómo impacta el hecho de
tener autonomía en la educación?¿Qué diferencia a las universidades autónomas
de las que dependen del Gobierno?
—En las universidades que
dependen del Gobierno, los contenidos de las asignaturas y la actuación de los
profesores en el aula son controlados y monitoreados en el Gobierno. Deben
obedecer ambas aspectos, tanto el currículum como la administración del mismo,
a los lineamientos del Gobierno. Y a través de los programas nacionales de
formación, ni siquiera los programas se hacen en estas universidades, sino que
son elaborados fuera, y estas universidades lo que hacen es impartirlos sin
salirse de los lineamientos de estos programas.
"Esa es la diferencia,
una institución autónoma, plural y democrática, a diferencia de las otras
universidades que lamentablemente dejan en entredicho el nombre de universidad,
por no poseer la autonomía necesaria para eso", explicó.
Ha sido costumbre que el
Presidente lidere graduaciones de las universidades no autónomas / Foto:
AVN-Archivo
—En caso de que en efecto haya
un cambio de modelo, ¿qué hacer con los estudiantes de esas universidades que
no han tenido una educación de la misma calidad? ¿Cómo incluirlos?
—Primero hay que sincerar la formación
que ellos tienen. Aquella aureola que tenía el egresado universitario
venezolano de ser un triunfador y exitoso fuera del país se está acabando,
porque de estas universidades con estos currículum un poco menos rigurosos,
están egresando estudiantes sin las competencias suficientes para ser exitosos
como profesionales. Eso hay que sincerarlo, y a esos estudiantes no se les
puede quitar el título. Lo que sí es que hay que nivelarlos, con cursos de
postgrado. Eso es parte de la reconstrucción, porque esos estudiantes fueron
producto de un engaño, de una estafa académica.
Sin investigación, no hay
universidad
No hay cifras oficiales, pero
la realidad de la diáspora venezolana es notoria en casi todos los estratos
sociales. La emigración que comenzó con cifras modestas en Maiquetía se mudó —y
aumentó— en los pasos fronterizos con Colombia y Brasil, y es así como hasta en
lanchas a Curazao se han ido muchos venezolanos, capital humano valioso para el
país.
Aunque todos los estratos
notan los efectos de la emigración, la academia es probablemente uno de los
sectores que se ha visto más golpeado con esta diáspora inédita en Venezuela.
En las principales
universidades del país las aulas están más vacías, pero también los cargos
profesorales. La producción académica ha disminuido notablemente y, con ella,
también la calidad viene en picada.
Foto / Ernesto García -
Contrapunto
—Tanto en las estimaciones
de estudios
como el Encovi, en algunas cifras oficiales y evidentemente
en las aulas se nota que hay menos estudiantes, pero también hay menos
profesores. La diáspora ha afectado mucho al sector educativo. ¿Cómo atender
esta carencia de profesores para tratar de mantener la calidad universitaria?
—Por lo pronto la medida que
se está tomando en las universidades es recargar de trabajo a los pocos
profesores que quedan. Hay un dicho que dice que en las universidades imperan
los grupos 4:40, pero no es el de Juan Luis Guerra, son los 4 profesores de
siempre haciendo las 40 cosas que hay que hacer. Entonces recargas de trabajo a
los profesores y, por supuesto, esto va en desmedro de lo que es la actividad
académica, por ejemplo, de investigación.
"Esta situación se está
agudizando con el tiempo. Cada vez hay menos profesores, también cada vez hay
menos estudiantes, que por diferentes razones están dejando las aulas, y por
eso proponemos que para un nuevo proceso o una nueva Venezuela tenemos que
implementar un programa de feliz retorno, con incentivos suficientes para que
esos profesionales regresen al país y ayuden a la reconstrucción".
—¿Qué es lo peor que ha
perdido la universidad venezolana en este período?
—Un profesor universitario no lo
consigues a la vuelta de la esquina, lo tienes que formar. Y si un profesor que
ya tiene más de 15 años en al universidad, que es profesor titular con
doctorado, que la universidad ha invertido en su formación, le ha pagado sus
postgrados, y luego ese profesor se va, el usufructo de esa inversión lo van a
tener otros países, y no el nuestro. Eso es terrible, es descapitalizar al país
del talento humano.
Menos profesores, menos
investigación
Aunque el aumento de la
matrícula universitaria es uno de los principales logros educativos que celebra
el Gobierno, las casas de estudio son más que solo formación. Requieren
investigación, producción académica, para poder contribuir al desarrollo de la
nación.
El Gobierno asegura haber
aumentado la inversión en tecnología, ciencia e innovación, según cifras del
Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Oncti).
Sin embargo, los resultados de
esa inversión no se concretan en avances. De hecho, la producción de trabajos
académicos venezolanos ha disminuido considerablemente. Scopus, la mayor base
de datos de resúmenes y citas de artículos de revistas científicas, reporta una
caída en la producción académica venezolana.
En 2004 Venezuela ocupaba el
puesto 53 en el ranking de 253 países que cita la base de datos. Un puesto que
fue disminuyendo y para 2016 ya se estaba 30 escalones por debajo, en el puesto
83.
—¿Cuál debería ser la relación
ideal entre el Estado y la universidad?
—Yo no pretendo que la
universidad y el poder político tengan una relación siempre armoniosa, porque
eso es incompatible con el hecho de que una universidad sea autónoma, plural y
democrática. Siempre va a haber tensiones con el poder. Siempre el poder va a
querer tener de alguna manera injerencia en la universidad autónoma, y la
universidad autónoma está en su derecho de defenderse.
"Pero debe haber
relaciones normales de contribución institucional. Por ejemplo, el Gobierno
muchos de los proyectos debe confiárselos a las universidades en vez de
confiárselos a empresas transnacionales o privadas. El Gobierno debe monitorear
el producto de las investigaciones en las universidades para incorporarlos a su
acervo, a la implementación de los mismos en las diferentes áreas del
desarrollo", agregó.
—El año pasado, en una
entrevista con Contrapunto, el
rector de la Universidad Simón Bolívar Enrique Planchart comentó que ya ninguna
universidad debería llamarse así, por aquello de que no están
produciendo académicamente ni científicamente. Usted comenta que las
universidades se van a convertir en "liceos grandes" por esa misma
situación. ¿Qué tan cerca estamos de ese escenario?
—Estamos muy cerca. La universidad
no ha dejado de titular. Por las estadísticas que enseñé, lo que ha dejado es
de investigar, porque no hay recursos para ello y porque el talento que
investigaba se fue.
Entonces lo que quedan son
unos cascarones con unas aulas que pueden estar, o no, repletas. Y la
universidad seguirá titulando, ¿pero con la misma calidad académica que antes?
Esa es la gran pregunta.
12-03-18
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