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sábado, 25 de julio de 2020

Plataforma Nacional Unitaria Democrática por @nchittylaroche



Por Nelson Chitty La Roche


“Contar con una estrategia significa tener la capacidad para observar el mundo y analizarlo a corto plazo y la habilidad para prever las consecuencias a largo plazo y, lo más importante, para identificar las causas más que los síntomas, para ver el bosque en su totalidad y no solo los árboles”. Lawrence Freedman

Hay un reproche y una demanda que se presenta en cada sentir que adelantamos unos y otros. La desunión, como constatación, y la indispensable construcción de la unidad son concluyentes que van acotados como una denuncia y un desiderátum impajaritable al discurso de los pocos que, osados, se atreven a enunciar pareceres, y al hacerlo yo, nuevamente, comenzaré precisamente por ese comienzo.

Hablar de unidad no es de unanimidad y tal aserto no es precisamente una perogrullada; al contrario, da pie a otra afirmación básica y de utilidad para comprender el “holos” unitario; es la unidad una forma de consenso que a su vez contiene otra aserción capital, el acuerdo explícito, supera al desacuerdo implícito y eventualmente al expresado también.

Actuar unidos en un determinado frente de acción social no significa que seamos o nos demos por equivalentes, ni que pensemos de la misma manera, ni que seamos coincidentes en otros espacios de natural y deferida empatía. Traduce una decisión de compartir y sostener, como una y de todos, la voluntad orgánica y funcional societaria, una disposición del colectivo que asumimos los que lo integramos.

No dejamos pues, al estar unidos, de ser lo que somos individualmente y pensar cada uno como lo hace, sino que, en un área de nuestra coincidencia vital y existencial, nos permitimos una articulación comunitaria que, desde luego, nos trasciende y dimensiona en otra categoría.


Por otra parte, es sano recordar que en el Estado, que por cierto  Esmein definió como “la representación jurídica de la nación soberana”, jugamos un rol impretermitible que nos reúne como titulares de la soberanía nacional, integrándonos así en una entidad política en la que deliberamos y decidimos sobre la gestión de la cosa pública y la elección de nuestros representantes, que a la postre son una manera de nosotros mismos, una forma, un instrumento de nuestro desempeño a través de la figura del mandatario que escogemos para la tarea.

Claro que estoy describiendo el modelo democrático y representativo, pero, en líneas generales, es el arquetipo en el cual vivimos, en esta parte del mundo desde hace décadas y que pensamos es el que más nos ofrece libertades y derechos de doble naturaleza, como seres humanos y como ciudadanos.

Es oportuno, no obstante, asentar que las formas de gobierno se piensan de una manera y frecuentemente se desnaturalizan y Aristóteles y Polibio, entre otros más, nos enseñaron de esa frecuente y perniciosa dinámica en la que irrumpen las tiranías desde las monarquías, las oligarquías comenzando en la aristocracia y la oclocracia a partir de la democracias, por solo referirme al número de los gobernantes y las conductas que desarrollaran como actores en el teatro del mando.

En nuestra Venezuela contemporánea, conocemos un proceso abyecto que lo trajo en sus mochilas, la antipolítica, la demagogia y el populismo militarizado, impregnado además de una propuesta ideológica redentora que sedujo y luego se demonizó alienando al otrora noble y bravo pueblo.

Una sistemática destrucción de valores, principios, creencias, e instituciones siguió a la llegada al poder del difunto que luego de morir dejó a sus espalderos continuando la faena, entre resentimientos, bajo psiquismo, adulteración, empobrecimiento, ruindad y corrupción, desconstitucionalización, desinstitucionalización, desrepublicanización, enajenación, pudrición del mandatario y en alguna medida también, de su mandante.

Pero basta de historia, nos dijo Oppenheimer para referirse a ese culto a lo que fue y exitoso con Bolívar y las proezas de los próceres, tan propio de los latinoamericanos y detengámonos en una perspicaz evaluación sobre dónde estamos ahora, que me temo también es historia y lo que nos toca a nosotros hacer para nosotros mismos.

Los que gobiernan son los mismos que destruyeron y que permanecen por la fuerza de un lado y del otro, porque no supimos ni pudimos apartarlos de allí de ningún modo. Degeneró la experiencia de un cambio revolucionario que como un obsequio se le presentó al país que tenía un sistema político, económico, social, institucional, constitucional y legal paradigmático en el continente, aunque no perfecto porque, recordando a Rousseau, no somos dioses sino hombres y desde luego imperfectos.

Acá estamos entonces, siguiendo el curso de una hecatombe y lo peor, sin criterio consciente para encararla y menos aún, superarla como pueblo. Padeciéndolos e interrogándonos sobre el movimiento que, como nación debemos decidir y proponernos realizar.

Pasar definitivamente ese bache histórico que se ha entronizado es entonces el objetivo al que conduce el reconocimiento racional del asunto y hacerlo tan pronto podamos nos sugiere el análisis de la situación, visto el deterioro social, la anemia económica y la hipoxia de nuestras libertades. “Si Maduro y lo que él representa sigue, Venezuela muere”.

Para cumplir con la tarea, hay que llegar a una estrategia que nos permita, realmente, reunir la potencia y en la coyuntura disponer los recursos indispensables para desenclavar al régimen que se sostiene por las armas y la represión, además de maniobrar desde la legalidad formal para simular legitimidad.

Vale decir, es un usurpador que pretende convencer de que no lo es y para ello invoca eventualmente mecanismos constitucionales de consulta al cuerpo político. Se coloca entonces en ocasiones la máscara democrática, pero deja al aire su talante falaz y fariseo.

Elegir la Asamblea Nacional se corresponde con la letra escrita de una carta magna, regularmente desconocida y sistemáticamente desviada, retorcida, tergiversada. Sin pudicia alguna se fraguan unos comicios a la medida del interés arriba mencionado. ¡Para parecer que no para ser!

Pero también hay que ponderar que la abstención no es una respuesta efectiva sino para el momento y si bien supone un rechazo con impronta moral, falla una oportunidad de contrastar y al hacerlo, de restañar el concepto mismo de oposición, diluido en las luchas laterales internas, en la solución de la inconforme, pero material resignación y en la espera de un aleas que altere repentino el presente.

¿Qué hacer? Sería demasiado sencillo pensar que participar o no hacerlo despeja las incógnitas contenidas en la inevitable colisión de intereses, entre la propuesta de continuidad y la necesidad de cambio. No obstante, sin mucho espacio para más, propongo una perspectiva de análisis que creo será una contribución a la consideración de la problemática y hasta una base para la asunción de una estrategia. Paso a explicarme.

Iniciaré, sin novedad, evocando que perdieron los continuistas, el chavismo, madurismo, militarismo, castrismo, a pesar de tenerlo todo a su favor, aparato y normativa al menos en dos ocasiones. El 2 de diciembre de 2007 y el 6 de diciembre de 2015. Debieron reconocer que fueron derrotados, aunque también sabemos que no se ciñeron al significado de esas consultas populares sino que conspiraron y falsearon la soberanía que los derrotó. Chávez y Maduro, cual bolcheviques, irrespetaron el dictamen de la mayoría, pero perdieron el aura de invencibles y de legítimos ante el país y ante el mundo.

La incuestionable debilidad que tienen en el escenario internacional y que les pesa inobjetablemente se consiguió con esos frutos, recogidos ambos en la recolección de una unidad que los venció y si bien no los separó del poder, ello se debió a errores de la clase dirigente opositora por una parte y por la otra, al carácter antidemocrático de los actores continuistas.

22 años después de la llegada al poder del difunto y su pandilla, confirmamos que no pudo el país que no los respalda –por el contrario, los rechaza– hacer valer su mayoría evidenciada en cada sondeo de opinión, con los venezolanos que quedan adentro y ni hablar de los que salieron por culpa del desastre que constituyen gravosamente.

La próxima elección parlamentaria está tan cuestionada como la de 2015 si se quiere, pero no puede obviársela. Tendrá lugar y debe ponderársele en consecuencia. Algunos piensan y ya lo dijimos que no ir es lo conveniente y se les comprende pero no es justo llamar colaboracionistas a los que piensan diferente.

La unidad fue capaz de ganar cuando se logró y sin embargo, el instrumento electoral fue demolido, desde sus entrañas y desde sus alrededores inexplicablemente. La MUD, que sirvió para aquel esfuerzo esperanzador, yace como un recuerdo de lo que puede hacerse. Se oye decir en el cuchicheo popular y como una sabia sentencia aquello de, “Nadie sabe lo que vale lo que tiene hasta que lo pierde.”

Pero la unidad puede reconstituirse. Puede y debe, digo yo. En torno al menos a tres presupuestos. “Ab initio”, admitiendo que lo bueno que tenemos para enfrentar el continuismo lo trajo siempre esa unidad. Seguidamente, porque no hay razones serias para esperar nada distinto a nosotros para resolver y domeñar la coyuntura que nosotros mismos y, con la vía electoral como mecanismo para paulatinamente sobreponernos y persuadir.

Urge ciudadanizar el asunto y sacarlo de una suerte de trampa que se trama entre oligarquías de distinto signo y origen, en las que se convierten y se han convertido los actores políticos de los últimas dos décadas.

Una Plataforma Nacional Unitaria Democrática, PNUD, a su vez articulada al menos en tres fundamentos. “In limine”, disponer que la sociedad civil, hoy venida a menos y enervada, inicie su depuración y reaccionando sea la base de la postulación. Igualmente, estructurando complementariamente una propuesta de alianza perfecta con aquellas organizaciones dispuestas a concurrir, con auténtico compromiso patriótico y reuniendo en el proceso de integración de las candidaturas a probados ciudadanos para, junto con la sociedad civil, componer una atractiva opción a ofrecérsele al país.

No reclamo como nuevo el argumento ni remotamente, pero agrego que podemos pensar seriamente con la PNUD, aunque nos disguste la distancia temporal, que si empezamos desde ahora podemos revocar a Maduro en la oportunidad constitucional pendiente. Tan ético es pensar y participar que no hacerlo para un ciudadano que sabe que de él depende lo que está pasando y lo que puede pasar después.

Ni la unidad es un acto de magia ni las victorias suelen serlo. Humildes, resistentes, perseverantes y consistentes podemos hacerlo, pero… ¡hay que empezar ya!


24-07-20




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