San Josemaría 08 de agosto de 2020
@sJosemaria
¿Cómo
haré yo para que mi amor al Señor continúe, para que aumente?, me preguntas
encendido. –Hijo, ir dejando el hombre viejo, también con la entrega gustosa de
aquellas cosas, buenas en sí mismas, pero que impiden el desprendimiento de tu
yo...; decir al Señor, con obras y continuamente: "aquí me tienes, para lo
que quieras". (Forja, 117)
Vuelvo
a levantar mi corazón en acción de gracias a mi Dios, a mi Señor, porque nada
le impedía habernos creado impecables, con un impulso irresistible hacia el
bien, pero juzgó que serían mejores sus servidores si libremente le servían.
¡Qué grande es el amor, la misericordia de nuestro Padre! Frente a estas
realidades de sus locuras divinas por los hijos, querría tener mil bocas, mil
corazones, más, que me permitieran vivir en una continua alabanza a Dios Padre,
a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Pensad que el Todopoderoso, el que con su
Providencia gobierna el Universo, no desea siervos forzados, prefiere hijos
libres. (…)
Responder
que no a Dios, rechazar ese principio de felicidad nueva y definitiva, ha
quedado en manos de la criatura. Pero si obra así, deja de ser hijo para
convertirse en esclavo. (...)
Permitidme
que insista en esto; es muy claro y lo podemos comprobar con frecuencia a
nuestro alrededor o en nuestro propio yo: ningún hombre escapa a algún tipo de
servidumbre. Unos se postran delante del dinero; otros adoran el poder; otros,
la relativa tranquilidad del escepticismo; otros descubren en la sensualidad su
becerro de oro. Y lo mismo ocurre con las cosas nobles. Nos afanamos en un
trabajo, en una empresa de proporciones más o menos grandes, en el cumplimiento
de una labor científica, artística, literaria, espiritual. Si se pone empeño,
si existe verdadera pasión, el que se entrega vive esclavo, se dedica
gozosamente al servicio de la finalidad de su tarea. (Amigos de Dios, 33-34)
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