Carolina Gómez-Ávila 09 de agosto de 2020
En el mundo empresarial hay gente muy inteligente y un
montón que no lo es. La visión cortoplacista —miope, pues— les hace clamar por
apertura y flexibilización de la actividad productiva sin presentar públicamente
un detallado plan preventivo que sea creíble y sostenible. Esto, pienso yo, es
lo que amerita un virus del que seguimos sabiendo muy poco y cuya vacuna aún
está en etapa experimental; es decir, que aún no ofrece garantía de protección
ni siquiera a mediano plazo. Y no es que no confíe la ciencia, en lo que no
confío es en la prisa dentro de la ciencia.
Mientras tanto, al covid-19 lo considero tan peligroso
como al sida, pero de más fácil contagio. Es decir, sé que hay algunas formas
de prevención y tratamiento, pero ninguna es ciento por ciento efectiva. Los
porcentajes de letalidad y los riesgos de discapacidad de por vida no son del
todo predecibles y esos números sólo le parecerán bajos a quien no esté metido
en ellos.
Por eso quiero oír al empresariado contarnos sobre sus
planes de dotación de escudos faciales, mascarillas, geles con el porcentaje de
alcohol adecuado y, más importante, sobre la adaptación de sus espacios para
cumplir con el necesario distanciamiento físico, sobre la asepsia de sus baños
y áreas comunes y la correcta ventilación en fábricas y oficinas. Mejor si
incluyen pólizas de seguro confiables porque, a fin de cuentas y como siempre,
la tasa de supervivencia es más alta entre quienes cuenten con atención médica
dedicada las 24 horas, cosa que sólo tienen asegurada los más ricos.
Estoy consciente de que la quiebra podría estar cerca
para los que hagan eso después de años de ver diezmadas sus ganancias una y
otra vez, pero si no lo hacen, para su personal estaría cerca la muerte. A fin
de evitar lo primero modernícense de verdad; no sólo se trata de añadir desde
ahora y para siempre el delivery y la oferta de —y a través
de— internet, sino que es el momento de sustituir cada proceso por otro que
requiera menos contacto físico y ofrezca más efectividad. Se trata de innovar,
algo que nunca tiene por qué ser tan lento para el sector privado como suele
ser para el público.
Digo suele ser, porque creo que cuando vean el negocio
redondo, van a poner en marcha el voto por internet. No sólo por el guiso que
implicaría montar el sistema a dedo y sin licitación, sino porque así se van a
asegurar de barrer, por las buenas o por las malas, la temida abstención.
Esto le caería de perlas a cualquiera que, después de
haberse dedicado meses a crear “normas” electorales buenas para bobos y que
haya renunciado, lleno de reproches para con lo que ayudó a montar, no descarte
optar a una curul a la que sólo le ayudaría a llegar un oportuno delivery electoral.
No dudo que covid-19 haga el milagro y aparezca un cualquiera sin escrúpulos,
motorizando el debate y conveniencia de que una empresa afín a los suyos nos
regale ese adelanto tecnológico que permita que un pueblo hambreado y amenazado
de muerte por la tiranía y la pandemia, lo eleve a una instancia gubernamental
para así poder pasar sus últimos años haciendo en la sombra todo lo que no se
atrevió a hacer bajo el sol.
Pienso que algo así puede pasar antes de diciembre
porque no veo políticas efectivas para controlar la pandemia y, aunque aparezca
una encuestadora complaciente dispuesta a decir que el 35,4% de los venezolanos
está dispuesto a salir a protestar, nadie convoca a tal cosa porque sabe bien
que esa cifra no es verdad. Igual cuando digan alguna de los que estarían
dispuestos a ir a votar.
Carolina
Gómez-Ávila
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