Ismael Pérez Vigil 08 de agosto de 2020
Desde que se instauró hace 21 años este régimen
cívico-militar –y ahora militar-cívico– el tema de la guerra civil es también
un tema recurrente en el análisis político, de tirios y troyanos, y no estoy
exento de ese fenómeno, pues en varias oportunidades he escrito sobre el tema,
siendo la última hace más de un año, el 23 de febrero de 2019: (https://ismaelperezvigil.wordpress.com/2019/02/23/las-guerras-que-enfrenta-guaido-y-2-la-guerra-civil/ ).
Por supuesto la comparación, remembranza o ejemplo,
siempre remite a la guerra civil española, con la que siempre vamos a encontrar
similitudes y no solo porque toda situación de violencia se asemeja, sino
también porque venimos de un mismo tronco, tenemos un mismo idioma, una cultura
similar, un concepto del derecho parecido y muchas cosas más, de las cuales
enorgullecernos y lamentarnos. Pero de allí a pensar que la situación de
violencia a la que nos ha llevado este régimen va a desembocar en una guerra
civil como la española, creo que es exagerar o al menos soslayar algunas
diferencias importantes y caer en la matriz de opinión que el régimen quiere y
viene desarrollando desde hace tiempo, a través de varios de sus voceros, para
intimidar y continuar manteniéndose en el poder.
Desde el principio, durante su campaña electoral en
1998, pero especialmente a partir del año 2002, Hugo Chávez Frías, con su
marxismo ramplón, tenía una prédica continua del conflicto social y la también
continua exacerbación del mismo. Varios de sus ministros, gobernadores y jefes
de “campaña” –y ya sabemos que “campañas”, como procesos electorales, hemos
tenido muchos– siempre insistieron en cosas como: “si Chávez pierde, habrá
guerra civil”, “rodilla en tierra defenderemos la revolución”, “esta es una
revolución pacífica, pero armada”, y toda esa “glorificación” de los militares,
ese lenguaje militar y la profusión de uniformes en los gabinetes ministeriales
y gobernaciones, las alusiones constantes a guerras de “cuarta generación”, la
organización electoral en batallones y unidades de batalla y hasta nombrar las
“campañas electorales” como batallas históricas, en fin, toda esa parafernalia
no es más que una forma de amenazar y de mostrar las armas con las que nos
pueden agredir.
Por si fuera poco lo anterior, es también importante
tomar en cuenta el proceso de armar a la población que hace la dictadura: la
milicia, los malandros armados y sacados de la cárcel para agredir civiles o
enfrentarlos a bandas rivales en los barrios y, desde luego, la actividad de
los denominados “colectivos violentos”, o la repetición al infinito de lo que
vemos todos los días con la violencia del hampa, que actúa sin mayores
restricciones o la no menos peligrosa violencia desplegada por los “cuerpos de
seguridad”, para controlar pacificas manifestaciones de gente que protesta por
la falta de servicios básicos o por denunciar los estragos que ocasiona la
pandemia.
Además, no es necesario insistir en diferenciar lo que
nos pasa en Venezuela con la pre guerra española, para explicar porque aquí no
hay las condiciones para que ocurra lo mismo, pues la verdad es que no hay
ninguna “ventaja” en encontrar semejanzas que nos permitan pensar y temer una guerra
civil como la española, puesto que hay muchos desenlaces igualmente funestos a
los que nos podemos enfrentar, sin llegar a lo terrible de una guerra civil, y
eso sí es algo que nos debe preocupar y escenarios para los cuales debemos
prepararnos y poner remedio.
Por supuesto, no podemos desestimar la posibilidad de
que la exacerbación de todos los conflictos internos y la profundización de la
crisis humanitaria compleja que padecemos, pueda desembocar en una situación
social explosiva, violenta y que nos conduzca a las puertas de un conflicto
mayor. Lo que si no comparto es que se pretenda utilizar esta posibilidad, para
exacerbar ese temor o como pretexto para hacer críticas, solapadas o abiertas,
a algunas posiciones políticas asumidas por la oposición democrática.
Ciertamente, cada quien puede usar sus argumentos y
razonamientos como mejor le parezca y corresponde a quienes los escuchamos o
leemos tener el criterio para discernir quien usa esos argumentos de manera
inadecuada o solamente como instrumentos para criticar o “mejorar” su posición
en una determinada discusión. Por ejemplo, ¿De dónde proviene esa idea de que
la oposición democrática ha optado por la vía insurreccional? Una cosa es no
compartir la vía electoral de no participar, e incluso, criticarla –como hemos
hecho muchos– y señalar que es equivocada esa táctica electoral, por no ver muy
clara la estrategia global; y otra cosa es asumir que se ha adoptado la vía
insurreccional, como sí votar y una guerra civil fueran un continuo, sin ningún
tipo de alternativas intermedias.
Tampoco es cierto afirmar que la oposición ha estado
en blanco y no ha hecho nada en 21 años de régimen chavista; al respecto no
argumentaré más, solo remito a mi artículo publicado hace un par de
semanas: Resistencia Opositora, y a recordar y destacar los
aspectos e hitos allí señalados –muchas de ellos electorales, vía que hoy se
desecha– que hemos tenido en estos años. (https://ismaelperezvigil.wordpress.com/2020/07/25/la-resistencia-opositora/)
Tampoco podemos desestimar y dejar de reconocer,
mezquinamente, que gracias al tesón demostrado durante 2018 y principios de
2019 fue que se logró el reconocimiento internacional que hoy tenemos y que
mantiene viva a la oposición y el desconocimiento, por ilegítimo, que hoy tiene
el régimen.
Desde luego lo ocurrido en febrero de 2019, con la
fallida entrada de la ayuda humanitaria y el también fallido intento de llamado
a la FA del 30 de abril –que ni siquiera los civiles acudimos a La Carlota–,
más los frustrados procesos de diálogo en República Dominicana y Oslo, hicieron
mucho daño a la moral opositora y nos hicieron ver que carecíamos de una
política que no estuviera supeditada a lo que dijeran nuestros aliados
internacionales, especialmente los EEUU.
Por cierto, de eso no se ha hablado mucho, pero allí
hubo un fracaso evidente de la política de USA hacia Venezuela, con toda esa
pantomima de “todas las opciones están sobre la mesa”, que fue una errática
conducción de la política de USA. Ciertamente hubo incompetencia por parte de
los líderes y voceros norteamericanos (Trump, Pompeo, Bolton, y Abrams, por
solo nombrar a los del Poder Ejecutivo), que llevaron al fracaso la “política”
de Trump hacia el régimen de Venezuela, en la que la oposición se vio
arrastrada. Los intentos de negociación en Rep. Dominicana y Oslo, con apoyo de
la Unión Europea, fue también una estrategia minada por USA, que se opuso al
diálogo, favoreciendo la llamada presión o diplomacia de “micrófono” y la
extensión de las sanciones, hasta que finalmente formuló una política similar a
la de la oposición democrática –anunciada por Juan Guaidó en enero de 2020– que
es la que ahora sigue; pero en ese momento ya estaba muy fortalecido el régimen
venezolano o muy desmejorada o desmoralizada la oposición democrática, pues se
habían generado unas expectativas que el liderazgo opositor estimuló y no supo
conducir, no supo matizar. No es fácil superar mas de 40 años de predica antipolítica
y antipartidos y esperar de la noche a la mañana tener partidos fuertes y
dirigentes políticos sólidos; ya es un logro importante que a pesar de la tarea
de zapa se haya logrado una posición que, aunque me hubiera gustado otra, es al
menos unitaria.
La única forma de no enfrentarse a escenarios de
violencia es con un país unido, decidido al camino de la paz y dispuesto a
emprender tareas de transformación económica, política y social de envergadura.
Ese es el camino del que esperamos oír propuestas –por parte de la oposición
democrática–, además de la declaración formal de algo que ya sabíamos: que no
participaremos en el fraude electoral; esperamos que ahora se concrete en
propuestas de acción el anuncio retórico de “convocar a todas las
fuerzas sociales y políticas del país a la construcción de un nuevo pacto
unitario y nueva ofensiva democrática”.
Ismael Pérez Vigil
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