Por Simón García
El plan del gobierno es
parar el voto castigo y lograr que la oposición se aplique dócilmente una
cuarentena electoral. Maduro saca de su caja de trucos actos de provocación,
declaraciones indignantes, ventajismos, ilegalidades para restarle votos a la
oposición.
Las herramientas
autocráticas de control de la sociedad no cesan de aprovechar, hambre y
pandemia, para la despolitización masiva, bloquear el descontento, castigar las
protestas, intimidar disidentes o sofocar el rechazo a las políticas de
empobrecimiento deliberado que buscan doblegar a un pueblo con la mano visible
del Estado.
La oposición está
débil, fragmentada y desconectada de los sufrimientos y problemas que atan a la
población a sus necesidades. La oposición hegemónica insiste,
inexplicablemente, en actuar estratégicamente contra sus intereses.
La debilidad opositora
y la pérdida de condiciones favorables para la lucha, no sólo producto del
acoso gubernamental, provienen de una estrategia insurreccional, cuyo fracaso
ahonda las derrotas. El mensaje apela cada vez más a amenazar con los EEUU, porque
cada vez menos tiene capacidad de movilización interna y cómo hacer realidad
sus objetivos.
Líderes y partidos
importantes piden no participar en un proceso electoral aludiendo causas
similares a las que existían en procesos en los cuales votaron antes. Alargan
la lista de exigencias sobre las condiciones electorales, conociendo que una
dictadura no las permitirá todas, para no ir a votar contra Maduro y terminar
de sacar a la dirección opositora fuera del territorio nacional. La continuidad
administrativa es el puente hacia un desolado gobierno en el exilio.
Los intereses entre
quienes han decido votar y los que han decidido no hacerlo, no son
contrapuestos ni excluyentes. Son dos tácticas en el seno de la oposición,
cuyas diferencias pueden licuarse si efectivamente se entremezclan con
determinados objetivos comunes. Lo nocivo es sustituir el argumento por el
insulto y practicar la cultura que criminaliza diversidad de visiones y
pluralidad de intereses. La disidencia es un componente de la democracia.
La construcción de
unidad solo es posible si hay consensos estratégicos. Si persisten tres
estrategias en la oposición, ella inevitablemente se dividirá y cada parte se
empeñará en demostrar, de palabra y obra, su verdad. Pero, si ninguna puede
aportar pruebas de sus logros es momento de mover seguridades y cambiar de
incertidumbres. La unidad no debe ser un espejismo para manipular esperanzas.
Las parlamentarias
contienen dos batallas sumergidas en dificultades que la oposición tiene que
remontar. Una es lograr lo imposible: que cada parte se preserve a si misma
para fortalecerse en conjunto, afirmar un discurso común, volver a mirar dentro
del país y hacia la gente, plantear la elección como un desafío de todo un
pueblo a la dominación de la cúpula madurista.
El voto es rebeldía,
atrevimiento y confianza en la fuerza propia. La otra batalla, ceder posiciones
particulares para derrotar al régimen, porque en la lucha cuerpo a cuerpo por
los votos es posible y necesario ganar.
La clave para ordenar
estas dos batallas es un acuerdo entre dirigentes partidistas y nuevos sujetos
sociales no partidistas. Crear un equipo de conducción de las luchas, mitad
políticos profesionales y mitad civiles outsider. Esta es la forma de mejorar
condiciones internas, más importantes que las electorales.
La ceguera política es
antigua. Hay testimonios magistrales para combatirla, desde tiempos anteriores
a nuestra era. Demóstenes, nos legó en sus Filípicas, un modo inteligente
de hacerlo. Entonces formuló un aviso que nos conviene seguir: “…la hora de la
acción la pasamos preparándonos y las oportunidades no están a la espera de
nuestra lentitud y de nuestros subterfugios”.
09-08-20
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