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lunes, 23 de agosto de 2021

El coraje de las afganas, por @cgomezavila


Carolina Gómez-Ávila 22 de agosto de 2021

@cgomezavila

Asia siempre me pareció incomprensible y no pretendo descifrarla. Pero la humanidad comparte un momento histórico y, quienes mantenemos una aspiración de ciudadanía, volteamos hacia cualquier rincón del planeta que viva conflictos que nos recuerden al nuestro.

Creo que lo hacemos para intentar aprender de aquella situación y ver qué podemos traer a la nuestra. Comparamos métodos, imaginamos soluciones. Como mujer, estoy especialmente preocupada e interesada en la reacción de las afganas. Sus vidas están en riesgo y la amenaza es cruel.

Pashtana Durrani es una mujer afgana, directora ejecutiva de una oenegé dedicada a la educación de mujeres y niñas. No sabía de su existencia hasta hace tres o cuatro días cuando la escuché en una entrevista:


«Si los talibanes se enfrentan a mí, prohibiendo el acceso de niñas a colegios, yo me enfrentaré a ellos poniendo antenas para que tengan internet gratis y daré mis clases a través de Facebook. Si limitan lo que se puede enseñar, subiré más libros a mi biblioteca en línea. Si limitan el acceso a internet mandaré libros a las casas, si limitan a los profesores, empezaré una escuela clandestina. Tengo respuestas a sus «soluciones», así que veremos qué pasa».

Durrani nos explica de qué se trata la resistencia, en primer lugar. Y de qué está hecho el feminismo, en segundo.

Me interesé en saber más de ella. No encontré una declaración suya que moviera a lástima, que inspirara compasión, que nos reblandeciera. La vi pedir solidaridad, nunca empatía y pensé, una vez más, en lo confundidos que están estos conceptos en Venezuela.

La solidaridad implica desprendernos de algo para dárselo a otros —dinero, bienes, trabajo— sin esperar nada a cambio. La empatía implica ponerse en el lugar del otro y hacer propio el sufrimiento ajeno reaccionando a él. Se puede ser solidario sin ser empático y viceversa. De hecho, pasa a menudo.

Volviendo al asunto, ya tengo algunos días viendo, escuchando y leyendo a varias afganas que me parecieron como Durrani. Ninguna insultaba a los talibanes ni mostraba fotos de niños muertos, huérfanos o de los juguetes abandonados por los niños forzados a huir. Tampoco noté que los periodistas hicieran énfasis en esos detalles sino en el riesgo que corrían sus vidas y en lo perentorio que era actuar para evitar agravar la situación.

Pero sí las vi, leí y escuché protestando desafiantes en las calles —en algunos casos, acompañadas por hombres solidarizados con la protesta— o anunciando las próximas acciones destinadas a defender sus derechos y a dar vida a sus ideales. Enfocadas en el futuro inmediato, determinadas a continuar incluso en un entorno muy peligroso.

Para no idealizar a nadie, Durrani recibe apoyo de la fundación de Malala Yousafzai, la joven pakistaní a quien recordamos por el Nobel de la Paz que recibió en 2014 con apenas 17 años y quien, por cierto, el año pasado se graduó de licenciada en filosofía, política y economía en la Universidad de Oxford.

Durrani obtuvo la solidaridad de Yousafzai. Esto significa que recibió dinero de alguien que entendió que debía ayudar a otra que no conocía, independientemente de su nacionalidad y simpatías en función de un interés superior compartido.

Cabría preguntarse si encontraron tanta fuerza en su fe. Creo que profesar una fe ayuda a fortalecer el espíritu. Como he sabido de católicas, protestantes y judías con igual fuerza, carácter y determinación, pienso que sí, que la fe las puede ayudar pero que no es relevante cuál de ellas profesen.

Lo que sí es definitorio es que todas renunciaron a refocilarse en su desgracia. No cayeron en la tentación de la autocompasión y no perdieron tiempo en lamerse las heridas mutuamente. Seguramente parezcan inexpresivas y distantes pero son útiles. Quizás estén curadas de espanto y por eso valoren más la solidaridad que la empatía.

En tiempos desdichados, este es el único coraje productivo y, si no podemos ayudarlas solidariamente, nos corresponde aprender de ellas:

«Estoy dispuesta a ponerme de pie, creo que ha llegado la hora. No puedo esperar a que venga otro hombre blanco a rescatar a las mujeres de Afganistán y no son ellos los que nos tienen que rescatar. Es nuestro momento, es nuestro país y nosotras somos las que deberíamos demostrarlo. Yo quiero demostrarlo».

Carolina Gómez-Ávila

@cgomezavila 

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