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viernes, 12 de noviembre de 2010

Cuba, la masacre blanca


Juan Claudio Lechín

El gobierno cubano ha anunciado que durante los próximos seis meses echará a la calle a medio millón de trabajadores, o sea, un 20% de su fuerza laboral.

Medida tan drástica contra los desamparados se podría esperar en países dominados por una derecha con características coloniales o por un fascismo de ciencia ficción. Pero he ahí que el único comunismo del continente, tantas veces proclamado “la dignidad” de América Latina, lo declara con menos rubor que el Fondo Monetario Internacional en sus épocas más ortodoxas.

El vocero de tan desafortunada noticia fue la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), que como en un mundo bizarro hizo el papel de fiscal y no de defensor. Los despedidos podrán trabajar en un puñado de tareas del siglo XIX, entre otras, limpiar baños, choferear taxis, plomería, vender flores, planificar bodas y afinar pianos. No es sarcasmo. Dado que el gobierno controla el 95% de la economía y no todos los novios pueden pagar una weeding planner, ¿quién absorberá esta tremenda oferta laboral si no hay empresa privada, quién prestará capital de inversión si no hay bancos y quién proveerá los insumos si no hay mercado?

El régimen vuelve a asegurar que las cooperativas harán las veces de genio de la lámpara, aunque ya fracasó el intento de hacer cooperativas agrarias en lugar de las viejas granjas estatales, tipo sovjoz soviético. Y actualmente más de la mitad de las tierras arrendadas a campesinos están sin cultivar.

Crear un empleo estable cuesta, al menos, diez mil dólares en una economía de mercado, por lo que, para proceder responsablemente, harían falta cinco mil millones de dólares y una economía de mercado, inexistente en Cuba, para avanzar en la resolución del desempleo.

Que los trabajadores son siempre los amortiguadores de las crisis, es cosa sabida en cualquier sistema, pero se espera un poco de responsabilidad con un pueblo que durante medio siglo ha costeado, material y espiritualmente, un experimento político cuya alma ideológica fue mostrar a la iniciativa privada como una abominación humana. Ahora sueltan a medio millón de trabajadores súbitamente a la calle, sin saberes ni conocimientos acerca del libre emprendimiento.

La “relocalización” boliviana de 1986, echó a sesenta mil trabajadores mineros cuya vida, parecida al encierro cubano, había transcurrido en campamentos, comprando alimentos con tarjetas y teniendo al Estado como patrón. Pero el neoliberalismo boliviano los indemnizó, aunque no educó a esta colectividad —empresarialmente ingenua—, convirtiéndola en blanco de timadores profesionales. Muchos terminaron esquilmados y engrosando el lumpen, como probablemente suceda en Cuba.

Tengo la impresión que el régimen cubano ha lanzado anticipadamente la noticia para sopesar la reacción mundial. Cualquiera sea el gobierno, la opinión pública debe exigir sensibilidad por los más pobres, que traducido al lenguaje de la burocracia significa responsabilidad, como China al gobernar su inserción.

Cuando triunfó la revolución, el pueblo cubano tuvo que soportar pobreza porque era un ejército antiimperialista, ahora deben seguir soportándola porque es un ejército industrial de reserva. ¿Cuándo será un pueblo ciudadano?

Publicado por:
El Comercio Perú, http://www.elcomercio.com.pe

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