Por Simón García
Los hechos impusieron la
reflexión sobre las políticas opositoras durante los últimos dos años. Todos
los actores salen magullados. En los militantes de los partidos y entre los
activistas por la democracia tomó cuerpo la urgencia de reformular o dar un
giro completo a una estrategia con inocultables saldos desfavorables.
También el ciudadano común,
en su balance intuitivo, pasó de sentir que al gobierno le temblaban las
piernas, en enero de 2019, a reconocer que ahora quien parece agarrado a las
cuerdas es el polo opositor. Es cierto que los dos contendores lucen cansados y
que la aparente fortaleza del gobierno ocurre mientras su nivel de apoyo toca
lona. Pero, lo que preocupa a esta esquina del ring es que el vigor y el
entusiasmo de nuestro retador se están extinguiendo. Los golpes que lanza se
desvanecen en el vacío o carecen de contundencia. Las evidencias están ante los
ojos de todos, aun de los que se niegan a verlas: si seguimos así, no solo no
va a haber nocaut sino que vamos a perder la pelea por decisión.
No se trata de mantener el
ritual del gobierno malo y dar vueltas en torno a quejas y denuncias sobre su
incapacidad, su corrupción o su naturaleza dictatorial. La oposición tiene que
sumar y darle un propósito a todo ciudadano descontento con el régimen, al
margen del partido, el bloque de opinión o el dirigente con el cual aún se
identifique.
Si queremos ganar la
reconquista de la democracia hay que repartir pañuelos y abandonar la creencia
que todo el grano está en nuestro saco y los otros son pura paja.
El balance de Raimundo trae
desánimo y conduce al «¿por qué no nos vamos todos?», que se atribuye a
Etanislao Figueras, presidente de la Primera República española de 1873, antes
de pegar, sin aviso, su carrera nocturna a Francia. Pero, Raimundo presiente
que no hay esperanza en las armas ni en aumentar el montón de los que se desvinculan
del destino del país, refugiándose en una suicida coartada individualista.
Frente al aumento de la
capacidad destructiva por kilómetro cuadrado del gobierno, el único camino que
aún no logran tapiar las coincidencias de facto entre los extremistas gubernamentales
y de la oposición es el de la negociación.
Para hacer creíble la
negociación, ambas partes tienen que demostrarse y demostrarle al país que, por
encima de las escaramuzas para anotarse un tanto y la desconfianza inevitable
en el otro, las partes la consideran conveniente a sus intereses particulares.
Este es el papel que juega
el acuerdo en torno a un nuevo CNE y otras condiciones planteadas por el G4. Si
Henry Ramos y el dúo Capriles-Borges logran condiciones satisfactorias
para la clase media y los aliados internacionales se habrá dado un paso hacia
un gran entendimiento nacional. Nadie sobra, pero pretende negociar sin abrirse
a un ganar/ganar es no querer la negociación sin decirlo.
La tarea es amarga y difícil
para la oposición. Los partidos del G4 tienen que seguir el camino que ya
cubrió la mesita con su retorno al voto y ambas agrupaciones acometer juntas
una negociación en el filo de la navaja entre cohabitación subordinada al poder
dominante o nueva forma de lucha y defensa de la democracia. La oportunidad aún
existe, aunque amenace con cerrarse en pocas semanas.
Simón García es analista político. Cofundador del
MAS.
18-04-21
https://talcualdigital.com/el-balance-de-raimundo-por-simon-garcia/
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