Trino Márquez 20 de abril de 2021
@trinomarquezc
Eso
que se llama el ‘madurismo’ representa alrededor de 20% del país. Por instinto
de sobrevivencia, temor o convicciones ideológicas, cerca de ese porcentaje de
la población se siente comprometido con Nicolás Maduro y lo que representa. El
resto del país, el otro 80%, no es madurista. Lo adversa, no se entusiasma con
el personaje o simplemente lo ignora. Es un segmento que va desde el
chavismo no madurista hasta los indiferentes a quienes el tema
político les produce urticaria. En el medio se encuentran los opositores más
radicales, los moderados y los opositores huérfanos –llamados así por Saúl
Cabrera, presidente de Consultores 21- debido a que, a pesar de oponerse al
régimen, no ven en la oposición ningún líder u organización que los satisfaga.
El no madurismo solo se encuentra unido por su odio, desprecio
o indiferencia frente al mandatario. Carece de cohesión. Es incapaz de ponerse
de acuerdo sobre objetivos comunes. Esa dispersión explica por qué siendo el
madurismo una fracción muy reducida frente al resto de la nación, mantiene un
dominio tan férreo del Estado y la sociedad. Constituye una camarilla que actúa
según las normas de la vanguardia leninista: disciplinada, con lealtad
automática y asociada para protegerse frente al enemigo común.
De los estratos integrantes del no madurismo, el que más ha
crecido durante la pandemia es el indiferente. Ese que la política
le interesa cada vez menos. Que trata de sobrevivir en condiciones
extremadamente precarias y hostiles. Son los ciudadanos dedicados a tratar de
conseguir la comida diaria en medio de la espiral inflacionaria; a
resolver la escasez de agua, gasolina, diesel y gasoil; y la falta de
electricidad y bombonas de gas. Que intenta conseguirle la medicina a un
familiar enfermo o a sí mismo. Que debe moverse a su trabajo y no
obtiene efectivo para pagar la buseta o el autobús. Que debe ayudar al niño o
al joven estudiante que vive en su casa, sin lograr conectarse a internet sino
de forma ocasional.
Ese ciudadano acosado por las necesidades cotidianas, por paradójico que
parezca, ha ido alejándose de los asuntos públicos. Los temas de la res
pública le importan cada vez menos. No ve la resolución de sus
carencias individuales o familiares atadas al destino colectivo. No considera
que vincularse a una organización política, sindicato, gremio, asociación o
federación vaya a ayudarlo.
Esta miopía es producto de la combinación de varias tácticas. La primera
se relaciona con las urgencias inmediatas. Son numerosas y apremiantes. No
pueden postergarse. Hay que conseguir comida, agua, electricidad, bombonas de
gas. Hay que movilizarse. No queda tiempo para discutir los
problemas de forma colectiva y asociarse. Como en la mayoría de los países con
regímenes de izquierda autoritaria, esas carencias -que al comienzo aparecen
asociadas a la perenne ineptitud de esa izquierda- terminan siendo parte del
diseño de dominación. El principio que se impone es el siguiente: mantén a la
gente ocupada en sobrevivir, de ese modo no se meterá en política.
Otra táctica se reduce a crear terror en la población. Frente a la protesta
popular hay que actuar con severidad. Ninguna benevolencia está permitida. Es
preferible ser temido que amado. Ya lo decía Maquiavelo. Este método lo aplica
el régimen con rigor. Las protestas populares son sofocadas por la GNB, la PNB,
la Dgcim, los grupos paramilitares -llamados de forma eufemística colectivos- y
la temible FAES, creada con el expreso fin de aniquilar a la oposición y
las protestas en cualquiera de los niveles y formas en las que se expresen. Hay
que estimular el miedo atávico. Ese que se instala en el hipotálamo. En este
plano, el régimen se ha anotado una clara victoria. A pesar del hambre, la
inflación, la miseria generalizada, la corrupción, la incompetencia en el
manejo de la Covvi-19 y de todo el caos reinante, las protestas populares no
pasan de ser testimonios aislados de grupos negados a callarse frente a la
indolencia e incapacidad.
El tercer factor operante es la hegemonía comunicacional. La gigantesca red de
medios públicos creada por el régimen oculta, edulcora y tergiversa la
realidad. Siempre el culpable es alguien que nada tiene que ver con quienes han
pasado más de dos décadas gobernando. La destrucción de Pdvsa y la caída de la
producción petrolera se deben a las sanciones. No hay combustibles para
satisfacer la demanda interna, por Estado Unidos. Las vacunas contra la
COVID-19 no se han adquirido por el bloqueo. La eterna crisis del sector
eléctrico también es debido a los castigos internacionales. Maduro y su equipo
no han quebrado un plato. Quieren actuar con eficiencia y buena fe, pero el
imperio no los deja.
Esta
visión maniquea ha convencido o neutralizado a un amplio segmento de la
población bombardeada continuamente por la desinformación oficial. El mensaje
se reduce a lo siguiente: queremos actuar al lado del pueblo, pero oscuros
intereses foráneos y la oposición no nos dejan.
Las armas utilizadas por el régimen han logrado que en el momento que más se
necesita el compromiso colectivo, la política, más débiles sean los lazos de la
gente con las organizaciones sociales.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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