Francisco Fernández-Carvajal 16 de abril de 2021
@hablarcondios
—
Indefectibilidad de la Iglesia, a pesar de las persecuciones, de las herejías,
de las infidelidades.
— Los
ataques a la Iglesia nos llevarán a amarla más, a desagraviar.
—
Tampoco en nuestra vida faltarán momentos de oscuridad, de tribulación y de
prueba. Seguridad junto al Señor. Ayuda de la Virgen.
I.
Inmediatamente después de la multiplicación de los panes y de los peces, y
cuando la multitud se hubo saciado, Jesús mismo la despidió y ordenó a sus
discípulos que embarcaran. La tarde estaba ya muy avanzada.
Narra
el Evangelio de la Misa1 que
los Apóstoles se dirigieron hacia la otra orilla, hacia Cafarnaún. Ya había
oscurecido y Jesús no estaba con ellos. Por el Evangelio de San Mateo sabemos
que se despidió también de ellos y subió a un monte a orar2.
El mar estaba agitado por el fuerte viento que soplaba3,
y la barca estaba batida fuertemente por las olas, por tener el viento en
contra4.
La
tradición ha visto en esta barca la imagen de la Iglesia5 en
medio del mundo, zarandeada a lo largo de los siglos por el oleaje de las
persecuciones, de las herejías, de las infidelidades. «Aquel viento –comenta
Santo Tomás– es figura de las tentaciones y de las persecuciones que padecerá
la Iglesia por falta de amor. Porque como dice San Agustín, cuando se enfría el
amor aumentan las olas... Sin embargo, el viento, la tempestad, las olas y las
tinieblas no conseguirán que la nave se aparte de su rumbo y quede destrozada»6.
Desde los primeros momentos tuvo que afrontar contradicciones de dentro y de
fuera. También en nuestros días sufre esos embates nuestra Madre la Iglesia, y
con ella sus hijos. «No es algo nuevo. Desde que Jesucristo Nuestro Señor fundó
la Santa Iglesia, esta Madre nuestra ha sufrido una persecución constante.
Quizá en otras épocas las agresiones se organizaban abiertamente; ahora, en
muchos casos, se trata de una persecución solapada. Hoy como ayer, se sigue
combatiendo a la Iglesia (...).
»Cuando
oímos voces de herejía (...), cuando observamos que se ataca impunemente la
santidad del matrimonio, y la del sacerdocio; la concepción inmaculada de
Nuestra Madre Santa María y su virginidad perpetua, con todos los demás
privilegios y excelencias con que Dios la adornó; el milagro perenne de la
presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, el primado de Pedro, la
misma Resurrección de Nuestro Señor, ¿cómo no sentir toda el alma llena de
tristeza? Pero tened confianza: la Santa Iglesia es incorruptible»7.
Nos
hacen sufrir los ataques a la Iglesia, pero a la vez nos da una inmensa
seguridad y una gran paz que Cristo mismo esté dentro de la barca; vive para
siempre en la Iglesia, y por eso las puertas del Infierno no prevalecerán
contra ella8; durará hasta el fin de los tiempos. Todo lo demás, todo lo
humano pasa; pero la Iglesia permanece siempre tal como Cristo la quiso. El
Señor está presente, y la barca no se hundirá, aunque a veces se vea zarandeada
de un lado para otro. Esta asistencia divina fundamenta nuestra inquebrantable
fe: la Iglesia, frente a todas las contingencias humanas, siempre permanecerá
fiel a Cristo en medio de todas las tempestades, y será el sacramento universal
de salvación. Su historia es un milagro moral permanente en el que podemos
fortalecer siempre nuestra esperanza.
Ya en
tiempos de San Agustín los paganos afirmaban: «La Iglesia va a perecer, los
cristianos ya han terminado». A lo cual respondía el Santo Doctor: «Sin
embargo, yo os veo morir cada día y la Iglesia permanece siempre en pie,
anunciando el poder de Dios a las sucesivas generaciones»9.
¡Qué
poca fe la nuestra si se insinúa la duda, porque ha arreciado la tempestad
contra Ella, contra sus instituciones o contra el Romano Pontífice y los
obispos! No nos dejemos impresionar por las circunstancias adversas, porque
perderíamos la serenidad, la paz y la visión sobrenatural. Cristo está siempre
muy cerca de nosotros y nos pide confianza. Está junto a cada uno, y no debemos
temer nada. Hemos de rezar más por su Iglesia, ser más fieles a nuestra propia
vocación, hacer más apostolado entre nuestros amigos, desagraviar más.
II.
La indefectibilidad de la Iglesia significa que esta tiene
carácter imperecedero, es decir, que durará hasta el fin del mundo, e
igualmente que no sufrirá ningún cambio sustancial en su doctrina, en su
constitución o en su culto.
El
Concilio Vaticano I dice de la Iglesia que posee «una estabilidad invicta», y
que, «edificada sobre una roca, subsistirá firme hasta el fin de los tiempos»10.
La
razón de la permanencia de la Iglesia está en su íntima unión a Cristo, que es
su Cabeza y Señor. Después de subir a los cielos envió a los suyos el Espíritu
Santo para que les enseñase toda la verdad11,
y cuando les encargó predicar el Evangelio a todas las gentes, les aseguró que
Él estaría siempre con ellos todos los días hasta el fin del mundo12.
La
Iglesia da muestras de su fortaleza resistiendo, inconmovible, todos los
embates de las persecuciones y de las herejías. El Señor mismo mira por ella,
«ya sea iluminando y fortificando a la jerarquía para que cumpla fiel y
fructuosamente su cargo, ya sea –en circunstancias muy graves sobre todo–
suscitando en el seno de la Madre Iglesia, hombres y mujeres insignes por su
santidad, a fin de que sirvan de ejemplo a los demás cristianos para
acrecentamiento de su Cuerpo místico. Añádase a esto que Cristo desde el Cielo
mira siempre con particular afecto a su Esposa inmaculada, que sufre en el
desierto de este mundo, y, cuando la ve en peligro, por sí mismo o por sus
ángeles o por Aquella que invocamos como auxilio de los cristianos y por otros
abogados celestiales, la libra de las oleadas de la tempestad y, una vez
calmado y apaciguado el mar, la consuela con aquella paz que sobrepuja todo
entendimiento (Flp 4, 7)»13.
La fe nos atestigua que esta firmeza en su constitución y en su doctrina durará
siempre, hasta que Él venga14.
«En
ciertos ambientes, sobre todo en los de la esfera intelectual, se aprecia y se
palpa como una consigna de sectas, servida a veces hasta por católicos, que
–con cínica perseverancia– mantiene y propaga la calumnia, para echar sombras
sobre la Iglesia, o sobre personas y entidades, contra toda verdad y toda
lógica.
»Reza
a diario, con fe: “ut inimicos Sanctae Ecclesiae –enemigos, porque así se
proclaman ellos– humiliare digneris, te rogamus audi nos!”. Confunde, Señor, a
los que te persiguen, con la claridad de tu luz, que estamos decididos a
propagar»15.
Los
ataques a la Iglesia, los malos ejemplos, los escándalos nos llevarán a amarla
más, a pedir por esas personas y a desagraviar. Permanezcamos siempre en
comunión con Ella, fieles a su doctrina, unidos a sus sacramentos, dóciles a la
jerarquía.
III.
Cuando ya los Apóstoles habían remado unas tres millas, Jesús llega
inesperadamente caminando sobre las aguas, para robustecer su fe débil y para
darles ánimos en medio de la tempestad. Se acercó y les dijo: Soy yo, no
temáis. Entonces ellos quisieron recibirle en la barca; y al
instante la barca llegó a tierra, a donde iban16.
En
nuestra vida personal quizá no falten tempestades –momentos de oscuridad, de
turbación interior, de incomprensiones...– y, con más o menos frecuencia,
situaciones en las que deberemos rectificar el rumbo, porque nos hayamos
desviado. Entonces, procuremos ver al Señor que viene siempre entre la tormenta
de los sufrimientos, sepamos aceptar las contrariedades con fe, como
bendiciones del Cielo, para purificarnos y acercarnos más a Dios.
Soy
yo, no temáis. Quien reconoce la voz tranquilizadora de
Cristo en medio de los sinsabores, del tipo que sean, encuentra enseguida la
seguridad de llegar a tierra firme: ellos quisieron recibirle en la
barca; y al instante la barca llegó a tierra, a donde iban, a donde quería
el Señor que fueran. Basta estar en su compañía para sentirnos seguros siempre.
La inseguridad nace cuando se debilita nuestra fe, cuando no acudimos al Señor
porque parece que no nos oye o que se despreocupa de nosotros. Él sabe bien lo
que nos pasa, y quiere que acudamos a Él en demanda de ayuda. Nunca nos dejará
en un apuro. ¡Qué confianza deben darnos las palabras de Jesús que hoy recoge
la Antífona de comunión!: Padre, este es mi deseo: que los que me
confiaste estén conmigo donde yo estoy...17.
Puede
parecer, en algunos tiempos más o menos largos, que Cristo no está, como si nos
hubiera abandonado o no escuchara nuestra oración. Pero Él nunca
abandona. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles... –escucharemos
en el Salmo responsorial–, para librar sus vidas de la muerte18.
Si
permanecemos cerca del Señor, mediante la oración personal y los sacramentos,
lo podremos todo. Con Él, las tempestades interiores y de fuera, se tornan
ocasiones de crecer en fe, en esperanza, en caridad, en fortaleza... Quizá con
el paso del tiempo comprendamos el sentido de esas dificultades.
De
todas las pruebas, tentaciones y tribulaciones por las que hemos de pasar, si
estamos junto a Cristo, saldremos con más humildad, más purificados, con más
amor a Dios. Y siempre contaremos con la ayuda de nuestra Madre del Cielo. «No
estás solo. —Lleva con alegría la tribulación. —No sientes en tu mano, pobre
niño, la mano de tu Madre: es verdad. —Pero... ¿has visto a las madres de la
tierra, con los brazos extendidos, seguir a sus pequeños, cuando se aventuran,
temblorosos, a dar sin ayuda de nadie los primeros pasos? —No estás solo: María
está junto a ti»19.
Está en todo momento, pero particularmente cuando, por los motivos que sean, lo
pasamos mal. No dejemos de acudir a Ella.
1 Cfr. Jn 6,
16-21. —
2 Cfr. Mt 14,
23. —
3 Cfr. Jn 6,
18. —
4 Cfr. Mt 14,
24. —
5 Cfr. Tertuliano, De
Baptismo, 12. —
6 Santo
Tomás, Comentario sobre San Juan, in loc. —
7 San
Josemaría Escrivá, Homilía El fin sobrenatural de la Iglesia,
28-V-1972. —
8 Mt 16,
18. —
9 Citado
por G. Chevrot, Simón Pedro, p. 116. —
10 Dz 1824.
—
11 Cfr. Jn 14,
16. —
12 Cfr. Mt 28,
20. —
13 Pío
XII, Enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943. —
14 Cfr. 1
Cor 11. —
15 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 936. —
16 Jn 6,
20-21. —
17 Jn 17,
24. —
18 Sal 32.
—
19 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 900.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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