Juan Guerrero 16 de abril de 2021
@camilodeasis
En mi
niñez muchas veces escuché que en las tragedias marítimas siempre el capitán
del barco era la última persona en abandonar la nave. Algo similar ocurrió con
el tristemente célebre Titanic. Con los años el concepto fue adecuándose y los
especialistas lo han cambiado por la evacuación de grupos familiares. Pero
siempre el capitán, cabeza de familia o líder de la manada es quien se
sacrifica por el bien común. Por alguna razón ostenta el calificativo de líder
o dirigente de algo.
En
Nueva Zelanda, por ejemplo, la primer ministro de ese país ha sido enfática al
declarar que será la última persona en vacunarse contra el virus chino. Esto,
para dar ejemplo como cabeza de Estado en beneficio de sus ciudadanos. Este
gesto ennoblece a la persona y prestigia el cargo que ostenta. Algo similar han
manifestado otros mandatarios en países donde los efectos de la pandemia han
causado estragos.
Pero
en Venezuela, el país más pobre y con mayor porcentaje de desnutrición infantil
y de ancianos de América, según anuncian las agencias especializadas en el
tema, el presidente anuncia que él ya está vacunado mientras por las redes
sociales el clamor de la población es un ruego que llega al cielo, pidiendo que
se permita la entrada de las vacunas.
Los
políticos se rasgan las vestiduras anunciando, unos, que han autorizado dichas
vacunas, otros que lo niegan, y otros más, que existen impedimentos para su entrada.
Mientras las escasas cantidades que han sido autorizadas, sirvieron para
vacunar a la llamada ‘nomenklatura’ del Estado, con el presidente a la cabeza,
militares de alto rango, políticos y personas cercanas al poder. El resto, la
población más expuesta y de mayor riesgo, ancianos y personal sanitario de
primera línea, tienen que lidiar en los hospitales, mal dotados y con una
infraestructura en malas condiciones, con el doloroso saldo de poco más de 400
médicos fallecidos y otros cientos más, del área sanitaria en general, que han
muerto por la precariedad de equipos de bioseguridad y falta de vacunas para su
inmunización.
Esta
dantesca realidad que exponemos es consecuencia de la intromisión de políticos,
sea del bando que sea, militares que actúan fuera de su ámbito y hasta
empresarios que sugieren soluciones, mientras las opiniones de profesionales y
especialistas en el tema de la pandemia y cómo tratarla, se los deja a un lado
actuando bajo orientaciones del poder político, militar y económico. Pareciera
que el personal sanitario solo debe actuar únicamente dando diagnóstico y
atendiendo al enfermo. De resto, las directrices fundamentales de orientaciones
científicas y técnicas, que son la base para enfrentar la pandemia, se dejan en
manos de improvisados políticos, militares y empresarios, quienes de manera
marginal y con mentes obtusas, con el autoritarismo y la arbitrariedad que les
caracteriza, toman decisión tras decisión desacertada, con el saldo diario de
infectados y fallecidos.
Desde
hace meses la Federación Médica Venezolana, la misma Academia de Ciencias y la
organización de Médicos sin Fronteras Venezuela, han indicado, razonadamente,
lo que debe y lo que no se debe hacer en Venezuela en materia de pandemia,
contagio y tratamiento del virus chino y sus diferentes variantes.
La
experiencia de las instituciones venezolanas en materia epidemiológica y
sanitaria ha sido ofrecida de manera pública, incluso, especialistas de
reconocida trayectoria internacional han manifestado lo que debe hacerse para
enfrentar esta grave enfermedad y sus complicaciones. La población venezolana
ha sido estudiada desde hace décadas y se llevan registros del comportamiento
biopsicosocial por estrato poblacional. Hay especialistas que incluso estudian
estas y otras enfermedades y su vinculación con las áreas de mayor riesgo,
relacionadas también con la ingesta alimentaria. En fin, de lo que se trata es
dejar que los especialistas en el tema tengan libertad, tanto para dedicarse
con los implementos especiales que el caso amerita, como también se les permita
asumir técnicamente las decisiones profesionales, que obedezcan estrictamente a
razones humanitarias y de solidaridad con toda la población venezolana.
Sobre
ello es imprescindible acotar que el único documento, si es que el caso lo
amerita, para ser vacunado es la tradicional ‘cédula de identidad’, vigente o
vencida. Salvo esto, cualquier otra identificación resultaría, evidentemente,
una violación del derecho humano a la vida, por discriminación y exclusión.
Mientras
siguen los enfrentamientos y las discusiones entre el liderazgo del poder en
Venezuela, con la realidad de una población desguarnecida y con los centros de
salud saturados, todos los días continúa el aumento de los contagios y el
terrible número de fallecidos por una pandemia que técnicamente puede ser
controlada por verdaderos profesionales y no por improvisados políticos,
militares y empresarios jugando a ser médicos.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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