Javier Conde 02 de julio de 2024
Nicolás
Maduro es un hombre derrotado antes de que el primer elector deposite su voto
dentro de treinta días, el 28 de julio, cuando Hugo Chávez quien lo declaró su
heredero cumpliría 70 años. Morir, pues, en el natalicio de su padre político.
Es un
hombre derrotado, sin obra, sin palabra, sin ideas. Cuatro de cada cinco
venezolanos lo rechazan. Boric, Petro, Lula – todos hombres de izquierda- lo
urgen a que muestre un mínimo apego a la competencia democrática.
Es un hombre derrotado e investigado por presumibles crímenes de lesa humanidad. Convirtió en pobre al que llaman el país más rico de Sudamérica. Entregó el país a Cuba: las notarías públicas, el sistema de identificación ciudadana, los servicios de inteligencia y le envía cargamentos petroleros sin factura de cobro.
Aun
así, la gran incertidumbre, que se repite en el país de Bolívar y Andrés Bello,
es sí Nicolás Maduro reconocerá su muy predecible derrota en las urnas. Y si la
reconociera, ¿entregaría el poder?
El
proceso electoral en marcha en Venezuela desde el pasado 5 de marzo no reúne
ninguna condición de equilibrio, mucho menos de transparencia. Se compite con
las peores condiciones del último cuarto de siglo, el tiempo que empezó a rodar
desde que Chávez llegó al poder el 6 de diciembre de 1998. El único acto
indebido cometido en aquella elección que lo hizo presidente lo escenificó el
recién electo cuando extendió la palma de su mano izquierda sobre la Carta
Magna y dijo: «Juro sobre esta Constitución moribunda». La que le permitió
competir y ser electo.
Nicolás
Maduro ha negado el ejercicio al voto a entre 7 millones y 10 millones de
venezolanos con derecho a ejercer el sufragio. Ha inhabilitado para el
ejercicio de sus derechos políticos a María Corina Machado, la líder electa por
la oposición en una elección primaria a la que concurrieron 2.5 millones de
electores. Bloqueó, sin que haya explicado razón alguna hasta ahora, la
candidatura de Corina Yoris, como sustituta de Machado. Secuestró las tarjetas
políticas de partidos de oposición y se las entregó a operadores políticos
financiados desde el palacio de gobierno. Mete presos a dirigentes y
activistas políticos y sociales: 37 desde marzo. Cierra hoteles, posadas,
restaurantes donde se alojen o consuman dirigentes opositores en sus recorridos
por el país. Y se entrega -el verbo que lo define- a pastores evangélicos que
también reciben un bono oficial en metálico en busca de un milagro.
¿Han
hecho el trabajo que deben hacer sus obstinados opositores? El chavomadurismo
–una expresión que junta la promesa fallida de un militar iluminado con los
restos de un naufragio anunciado– aprovechó los gruesos errores de la oposición
para aferrarse al poder, también sacó partido a su muy propio desapego al
coraje, la valentía, la razón. A la vida en democracia, en fin.
De
tantas idas y venidas, la oposición aprendió y, ahora, el liderazgo
inimaginable de Machado, una mujer a la que le sobra valor, perseverancia y
compromiso, también capacidad para saber decir lo que corresponde en cada
ocasión, está anidado en el corazón de un pueblo herido y cansado hasta el
hartazgo de ver partir a sus hijos al exilio. La cuarta parte de la población
del país, cerca de ocho millones de personas, viven, o malviven, hoy en más de
90 naciones del planeta.
Es una
oposición democrática. Es una oposición para unir al país, sin venganzas pero
sí justicia. Para que vuelvan los expatriados y Venezuela pueda recuperar su
memoria democrática que acogió a miles y miles de perseguidos y desheredados de
la Tierra. Tantas familias gallegas, por cierto. La reina de las telenovelas,
una mujer de Ourense; la elegancia de las pasarelas, otra gallega de Sober,
Lugo; al narrador deportivo tan gallego como criollo, de A Coruña; a un fino y
culto periodista de arte de Santiago…
El fin
de Maduro no solo es previsible, sino deseable. Ante las trabas puestas a la
observación electoral internacional, la oposición prepara un contingente de
testigos para defender cada voto en las mesas de elección. La lucha por la
democracia –tan necesaria en estos tiempos confusos– tiene una cita en treinta
días: el 28 de julio.
Javier
Conde
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