Marta de la Vega 02 de julio de 2024
La
experiencia vivida para muchos ilusos, pese a los signos inquietantes de
«dividir para reinar» del líder mesiánico que pretendió realizar una supuesta
revolución bolivariana, con el sueño frustrado convertido en pesadilla
cotidiana después del espejismo inicial, con precios altísimos del barril de
petróleo, el mayor ingreso en dólares por la renta petrolera en toda la
historia venezolana, promesas inalcanzables, demagogia, personalismo y
manipulación emocional, retórica agresiva y descalificadora del adversario vuelto
enemigo en una relación de suma-cero, enfrentamientos y polarización, puso en
evidencia que elegir a un vengador no resultó una opción viable ni deseable en
una democracia en crisis, que falló en responder oportunamente a las demandas
sociales.
Aunque resultara atractiva la figura del outsider o superhéroe dispuesto a dislocar la lógica del poder tradicional, durante los últimos veinticinco años en Venezuela la fuerza de los hechos ha puesto de manifiesto que, sin la formación y el conocimiento necesarios para gobernar, sin la capacidad de delegar funciones, asumir responsabilidades y rodearse de un equipo de profesionales calificado y escogido por su preparación y méritos, no por la lealtad al caudillo, encallan las buenas intenciones.
Ha
quedado demostrado que pretender resolver de modo simplista y rápido los
problemas complejos del país únicamente por el carisma o capacidad seductora
del líder, significa la ruina económica, la ruptura del tejido social y la
destrucción de las instituciones.
A ello
se suman la falta de habilidades y conocimientos especializados en la
administración pública y en áreas como economía, derecho, relaciones
internacionales y políticas públicas. La improvisación y la ausencia de una
visión realista a largo plazo suelen pagarse muy caro en desarrollo económico,
en bienestar social y en estabilidad política.
En una
democracia plena, se espera que los gobernantes sean responsables y
transparentes en sus acciones. Los superhéroes suelen operar en secreto,
decidir de forma autoritaria y tomar decisiones unilaterales, lo cual es
incompatible con los principios democráticos de rendición de cuentas y
participación ciudadana. Elegir a vengadores como gobernantes tampoco garantiza
que representen los intereses y necesidades de toda la población. Con
frecuencia la elección ha sido el resultado de una voluntad reactiva de las
mayorías por frustración, resentimiento o desencanto, por desconfianza en las
instituciones y, al asumir roles de gobierno, el vengador podría concentrar
demasiado poder en sus manos, debilitando las instituciones democráticas y la
división de poderes. Un gobernante que se perciba como salvador busca imponerse
a través de la fuerza y la confrontación. La legitimidad de un gobierno no
proviene de votos-castigo, ni de habilidades o poderes extraordinarios de un
redentor sino de elecciones libres, competitivas y justas, que aseguren que los
conflictos sociales y políticos van a ser superados mediante soluciones
negociadas y diplomáticas.
La
solución a una democracia rota no está en delegar el poder a individuos
extraordinarios, sino en fortalecer las instituciones democráticas, el
compromiso cívico, en fomentar la participación ciudadana y asegurar que los
líderes sean responsables y representativos. La sociedad venezolana ha
aprendido la lección. El liderazgo de María Corina Machado y la candidatura de
Edmundo González así lo demuestran. Un equipo cuyo poder está basado en
la confianza, en la honestidad, en la preparación, en la decencia, en la
dignidad. Ambos, antítesis del politiquero, expresión de coherencia e
integridad, movidos por el deseo de construir desde valores y principios
democráticos, sin odios ni rencor, un país mejor, donde haya
oportunidades y respeto para todos. Dispuestos ambos a poner por encima de sus
intereses personales, el interés superior del país. Son la transición que
comienza hacia la democracia y el futuro para la reconstrucción.
Marta
de la Vega
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